Capítulo 55.
Dos meses sin Cathleen.
El tiempo no ha curado nada, sigue doliendo como el primer día.
Aún no sé cómo he sobrevivido este tiempo, pero sigo existiendo.
Todos los días me parecen iguales, a veces el día y la noche se mezclan y pierdo la noción del tiempo; solo el fin de semana reciente fue diferente por el escenario en el que estaba, pasé de estar a mi cama a estar en una camilla, hospitalizado por caer en un coma etílico luego de una noche entera bebiendo lo que tomé del minibar de papá. Detalles.
Esta mañana me dieron de alta, así que vuelvo a estar en casa y lo primero que hago es encerrarme en la biblioteca, tocando nuevamente el piano la misma canción una y otra vez.
—Creo que conozco esa canción —comentan detrás de mí.
Giro porque no es una voz que esperaría reconocer en un día cualquiera, cuando únicamente nos vemos en fechas especiales. Por supuesto me sorprende ver a mi abuelo paterno aquí. Él me observa desde el umbral con las manos en los bolsillos de su pantalón, siempre se viste igual; pantalón y camisa de vestir, generalmente en tonos oscuros. Es la versión mayor de mi papá, mismos rasgos y tono de piel, quizá un poco más oscura.
—Sur le drame que j'vis, au quotidien, en enfer. Voilà où j'suis —pronuncia con un perfecto francés—. Así dice, ¿no?
—¿Cómo la sabes?
—La escuchaste por primera vez cuando íbamos camino a la casa de campo en París, sonó de casualidad en la radio y querías saber cómo se llamaba, así que estuviste tarareando esa estrofa por lo que restó del camino. Cuando la conseguiste, la hiciste sonar todo el día; siempre eras así al hallar una canción nueva.
—¿Ah, sí? —Frunzo el ceño—. No lo recordaba así.
—Sí, así es, y cuando te gusta mucho una canción la aprendes a tocar —contesta, adentrándose más a la biblioteca—. Tenías quince cuando escuchaste La Vie in Rose de uno de mis vinilos, en las vacaciones de ese año; me hiciste repetirla prácticamente todos los días. Luego, en diciembre, me enseñaste que la habías aprendido a tocar.
—Soy rápido al aprenderme las canciones —murmuro.
—Tienes buena memoria, es un don.
—A veces es una maldición —mascullo, volviendo al piano pero sin tocarlo.
—Depende de la perspectiva —refuta, él se apoya a un lado del piano con los brazos cruzados sobre éste—. Entonces... Sur le drame que j'vis, au quotidien, en enfer. Voilà où j'suis. ¿Así es cómo te sientes?
—Oh, ya veo —Arqueo las cejas—. ¿Papá te llamó para que vinieras a diagnosticar mi tristeza?
—No, vine porque mi nieto está pasando por un momento difícil y quiero apoyarlo —corrige, haciéndome resoplar—. ¿Qué es lo gracioso?
—Todos lo llaman momento, como si esto fuera momentáneo; la muerte no es pasajera, es definitiva como el dolor que causa la misma.
—El duelo no es eterno, el luto tampoco —dice—. Ambas son los procesos respuesta ante una pérdida, son completamente normales.
—Dices que viniste como mi abuelo pero estás hablándome como psicólogo —argumento, señalando la puerta—. Puedes irte.
—Lo siento si soné de esa forma, fueron muchos años ejerciendo y a veces es inconsciente —contesta sin moverse—. Lo que quiero decir es... mírame, yo perdí a mi esposa. Y de verdad lamento que estés atravesando esto, me consta que no es nada fácil.
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El Filo de un Corazón Roto.
RomanceProbablemente todos en el mundo habían sufrido la perdida de un amor, y tenido que ser víctima de los estragos que causa. A Kelyam McGowan le llegó su turno. Para ella era como vivir con una bala perforando su corazón, la anestesia para soportar el...