Capítulo 15.

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Capítulo 15.

Finnegan.


Sé que no es un buen día cuando Rhonda me recibe con una mueca en el mostrador, ni siquiera espera que salude o pregunte al menos, es directa.

—No ha querido salir al patio ni a las salas comunes, está en su cuarto con una compañera.

—¿Puedo verla? —inquiero.

—No puedo asegurar que quiera verte o hablarte, ten en cuenta eso —dice saliendo del mostrador.

Yo asiento siguiéndola al área de habitaciones, tomo todo el aire que puedo intentando calmar mis nervios y estar preparado para lo que venga. Si no está de buen humor no podré siquiera estar en la misma habitación que ella.

Cathleen no es del todo consciente de su condición, ha habido veces que lo olvida, en esas ocasiones o cuando lo recuerda detenidamente, ha tenido ataques de pánico. Para más colmo, vive con un constante temor hacia las personas que se le acercan o rodean, insegura si es alguien de fiar que conoce o todo lo contrario. 

Es un calvario que perjudica su salud mental, por eso me esmero en ser un apoyo. Olvido lo que duele para mí y me enfoco en lo que es para ella. Si puedo darle así sea solo cinco minutos agradables, lo haré. O si necesita que me aparte para estar tranquila, lo haré. Todo es a su favor.

Rhonda se detiene en la puerta la cual está abierta, por encima de su hombro miro a la enfermera a cargo y la otra paciente,  esta parlotea al lado de Cathleen quien la ve pero sé que no escucha. Tiene una expresión decaída y cansada, su cabello yace suelto. El que no tenga una trenza es otra señal de su decaimiento.

—Hola —saluda Rhonda esbozando una sonrisa amable—. Pasaba para ver si deseaban algo.

—Unas galletas estarían bien —comenta la otra paciente sonriendo con ilusión.

—Por supuesto —accede, y mira a Cathleen—. ¿No desean otro compañero? Un joven espera que su familiar despierte de la siesta, ¿estaría mal si les hace compañía?

Cathleen ni siquiera voltea, permanece con la mirada en la ventana.  Sacude la cabeza con negación.

Mis hombros caen pero contengo el suspiro, debo aceptarlo de todas formas. Y aunque no es algo nuevo, ha pasado lo suficiente para considerarlo costumbre, no quita que duele y ahogue en el fondo de mi pecho. 

—Está bien, chicas —dice Rhonda volteándose a mí con une mueca de disculpa.

—Me quedaré lejos —digo, siendo no la primera vez que lo hago. Ella asiente antes de irse y yo me siento en una banca al otro lado del ancho pasillo, suelen ser para los enfermeros en guardia, así que puedo ver hacia la habitación.

Solo puedo ver en silencio cómo está perdida en su mente mientras su compañera le habla, veo que asiente y suelta una que otra palabra, pero nada más. Puedo imaginar la manera en la que se siente, y quisiera acercarme y abrazarla, prometerle que todo mejorará y demostrarle mi apoyo incondicional. 

Pero el solo acercarme la asustará, así que lo único que puedo hacer es mirar, y en un punto también decido escribir. Saco el cuaderno que llevo en mi mochila a todos lados, y busco una página en blanco.


No hay manera que lo sepas,

No te lo dirán, ni lo verás

Porque así es, así será

Es el trabajo de un ángel guardián,

Tu espalda protegida siempre está,

El Filo de un Corazón Roto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora