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Todavía en la mesa, escuché con un oído las anécdotas que me contaban los jóvenes. La vibración en mi bolsillo no se detenía. ¡Vete! ¿Por qué te quedas? Pensé en el fondo.

Era el cuarto cumpleaños de Ronney. Ese día le habían regalado una muñeca. Me enteré de que Louis le había afeitado la cabeza antes de decapitarla. Acabó en la basura. Esta historia hizo reír a todos. La cara de Jalen se me apareció. Mi sobrina también tenía cuatro años. Fue todo menos divertido. Mi teléfono sonó justo cuando iba a abrir la boca para salvar a estos jóvenes. Cerré los ojos un momento y los volví a abrir. Era el timbre que indicaba una emergencia, no podía evitar a Hamza por más tiempo.


El ambiente que acababa de dejar no era de euforia, como tampoco lo era la voz de Hamza al otro lado de la línea. Fue más duro, más impaciente que antes.

—¿Dónde estás, Khan? Todo el mundo te está esperando.

—Ya estoy en camino, llegaré pronto —respondí—, pero mis palabras sonaron mal.

—¿Desde cuándo no respondes a las llamadas? Además, nunca llegas tarde. ¿Es esa chica?

Cerré los párpados y apreté la mandíbula.

—Tenía un asunto urgente que atender.

—Entonces, ¿se puede decir que el problema está resuelto?

Podía sentir que estaba cuestionando lo que le estaba diciendo. Miré al otro lado de la calle, hacia la casa. La luz de la entrada iluminaba la puerta principal.

—Ya hablaremos de ello más adelante.

Colgué. El día no había salido como estaba previsto, pero no podía decírselo a Hamza. Jiménez era la encarnación de otra preocupación con la que tenía que lidiar además de los importantes asuntos de Mitaras Almawt.

De repente, la puerta principal se abrió y vi aparecer a mi asistente. Miró a izquierda y derecha, probablemente preguntándose a dónde había ido. Jiménez se sentó en los escalones. Con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás, respiraba con dificultad si no podía gritar. Lo siguiente que recuerdo es que buscó en su bolso y sacó su reproductor de música. No pude evitar sacudir la cabeza ante esta mujer que me parecía tan diferente a las demás. Poco después, puso la cabeza en su regazo y la rodeó con los brazos.

Isaac me estaba esperando en la esquina. Guardé el teléfono y me alejé vacilante de la casa. Me di la vuelta antes de volver a cambiar de opinión. ¡Qué demonios! ¿Por qué no podía dejar a Jiménez a su suerte? No podría explicar por qué, pero mis pasos me llevaban a ella. 

Fea Ronney 2: Los Origines del mal [español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora