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—Tus primos no son buenos contigo.

Con los auriculares puestos y la cara aún enterrada entre las rodillas, mi asistente fingió no oírme. Mis ojos se posaron en su nuca. La brisa le hacía bajar el pelo desatado por la nuca. El aire se había enfriado de nuevo. Respiré profundamente y me senté a su lado.

—Ya veo por qué mis comentarios no te afectan. Hay que ser más que a prueba de balas para sobrevivir en esta familia.

El sonido de sus auriculares aumentó. No era pop ni ninguna otra música popular del momento. Jiménez estaba escuchando rock 'n' roll, y no cualquier rock 'n' roll: era El King. A pesar de la voz de Elvis Presley en sus oídos, sabía que Ronney podía oírme.

—¿Por qué no los mandas a la mierda?

Jiménez levantó la cabeza y volvió la cara hacia mí. Asombrada, abrió mucho los ojos y se quitó el casco. Después de un auténtico linchamiento, esta joven soportaba su dolor con tal valor que te hacía admirarla. Respondió con un tono apagado y agotado:

—Esta es mi familia, no la tuya, Yeraz.

Ninguno de mis asistentes antes se había atrevido a tutearme y yo nunca lo habría tolerado, pero en ese momento estábamos desconectados de la realidad. Había cruzado muchos límites en una semana y este era otro.

—¿Y qué? Hay que aprender a decir que no.

No me gustó el impulso de protección que provocó en mí. Aplastada por el peso de su familia, Ronney respondió con la voz de una mujer al límite:

—Si esta es la única manera de que se sientan mejor con sus vidas, entonces estoy dispuesta a hacer el papel de patito feo. Prefiero que se metan conmigo que con otro primito mío. Porque yo puedo soportarlo, ellos no.

El ambiente en el aire había cambiado de nuevo. Un repentino ardor en el pecho. Mi furia contra esas mujeres malolientes y pretenciosas que estaban detrás de esas paredes era proporcional a la gravedad de la situación.

—Mi mundo es peligroso, Ronney. Te trato con tanta dureza porque no quiero que formes parte de él.

—Lo entiendo. Pero necesito ese dinero y no quiero el tuyo. ¿Qué tengo que hacer para que dejes de seguirme los fines de semana?

Elio era su mundo y no iba a renunciar a él. La fulminé con la mirada.

—Te dejaré en paz cuando aprendas a defenderte y a decir que no.

Ella respondió lo que yo temía:

—Imposible.

—Así que estamos destinados a pasar todos los fines de semana juntos hasta que termine tu contrato.

Jiménez dejó escapar un suspiro de cansancio. En el mismo momento, la puerta se abrió detrás de nosotros. La madre de Ronney, seguida de su hermana, apareció. Parecía que llevaban mucho tiempo buscándonos. Valentina nos invitó a entrar, pero le dije que tenía que irme. La decepción, y luego la duda, tuvieron lugar en sus ojos.

—¿Ya? Pero, ¿volverás?

—Sí, señora Jiménez. Tendremos el placer de volver a vernos muy pronto.

Volví a mirar a mi asistente. A diferencia de su madre y su tía, no se alegró de esta noticia. A mí tampoco me entusiasmaba la idea de tener que pasar mi próximo fin de semana en su compañía, pero tenía que hacerla cambiar de opinión.

Satisfechas, Valentina y su hermana se fueron a casa para que nos despidiéramos tranquilamente.

Me levanté y me ofrecí a llevar a Jiménez a casa. No debe haber sido feliz quedándose allí con esos primos retorcidos. Levantó la cabeza y me miró fijamente antes de levantarse a su vez.

—Gracias, pero estaré aquí un rato más.

Isaac llegó unos segundos después frente a la casa donde estábamos. Saludé a mi asistente y me apresuré a ir al Mercedes. Al abrir la puerta, Jiménez me llamó por mi nombre de pila. Cuando me di la vuelta, ya estaba allí en la carretera. Me miró detenidamente y luego respiró profundamente para vencer su timidez.

—Hoy has aprendido mucho sobre mí, mientras que yo no sé casi nada sobre ti.

Ronney hizo una pausa, ruborizándose, y continuó:

—¿Por qué te aferraste a esta vida cuando tuviste la oportunidad de salir cuando tu padre murió?

Cerré la puerta, molesto por seguir siendo retenido por esta joven. Mi expresión se endureció y, con el enfado silencioso, volvieron a mi mente cosas que había tenido cuidado de enterrar.

—Cuando tú recibiste tu muñeca en tu cuarto cumpleaños, en el mío recibí un rifle del 22. Si me preguntas cuál era mi dibujo animado favorito cuando era niño, no podré responderte, porque nunca he visto uno, excepto ayer en tu estudio.

Con un gesto de convicción abrí la puerta del coche y subí sin dar tiempo a que mi asistente me preguntara por mi infancia rota y dañada. Saqué mis gafas de sol del bolsillo de la chaqueta, aliviado de poder ocultar por fin mis ojos tras esos cristales opacos. Jiménez ya había visto demasiado por hoy.

Volví la cara hacia elespejo retrovisor. Isaac asintió con la cabeza y arrancó el coche, dirigiéndoseal Diamante del Sueño. Dejé a mi ayudante y a la niña de cuatro años que teníadetrás en medio de la carretera. No sabía que era esta mujer la que prontoobtendría una victoria final sobre mi destino.

Fea Ronney 2: Los Origines del mal [español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora