Parte 19

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Capítulo 19

Llegó más tarde de lo usual, pero al menos la casa no estaba muerta. La televisión, encendida, mostraba un programa de concursos musicales; el aroma de la cena flotaba como un fantasma de sazón en el aire y las risas de Lucy, la florecita de la casa, eran como el canto de una sirena en los oídos de Diego.

—Hola, familia.

Lucy lo saludó desde la sala. Estaba sentadita con su tío Carlos, jugando en una pista de coches que acababan de sacar de su empaque. La niña tenía una gorra de beisbol volteada para parecer una pequeña rebelde y unas manchitas de pintura negra en las mejillas, igual que los jugadores de futbol americano.

—¡Mira, papá! ¡Tío Carlos me compró lo que le pedí!

—¿Ah, sí? —Sonrió Diego y se sentó en el sofá—. ¿Y las muñecas?

—¡Ya no quiero las muñecas! ¡Esto es más divertido! ¡Mira! —Lucy apretó un botón y unos motorcitos en la pista lanzaron a los coches como balas por el circuito—. ¡Gané! ¿Ves? ¡Son muy rápidos!

—Ya lo veo. ¿Cuánto te costó esto, Carlos?

—No tanto. Estaba de oferta —dijo el hombre. Gruñó mientras se ponía de pie y tomaba asiento al lado de su hermano—. La llevé a la juguetería después de que pasó la tormenta y le dije que eligiera lo que quisiera. ¡Ah! También te traje algo a ti. Lucy, ve a buscar el regalo de tu padre.

La niña corrió hacia la cocina y volvió a la velocidad de la luz. Le entregó a Diego una cajita envuelta en papel de regalo y él la abrió con una sonrisa. Era una nueva billetera de cuero.

—¡Vaya!

—Ya que vas por ese ascenso —dijo Carlos dándole un apretón de hombros—, mejor prepárate para todo el dinero que te va a llover en los bolsillos.

—Está genial, gracias.

Clarisa bajó por las escaleras y los llamó a todos para que se fueran al comedor para cenar. Diego se conmovió al darse cuenta de que lo habían estado esperando para comer, y no pudo evitar hacer una comparación de su vida actual con respecto a cómo era cuando Mireya vivía con ellos. En ese entonces, las cenas eran silenciosas y un tensas. Mireya odiaba que la gente hiciera ruido con los cubiertos o que alguien hablara durante la comida. Por eso, las niñas preferían cenar a horas diferentes y Diego solía servirse su plato y dirigirse a la sala para mirar las noticias antes de dormir.

Esta vez, y como había estado sucediendo varias noches atrás, él y su familia estaban reunidos en la mesa riendo y charlando. Escuchaban las ocurrencias de la pequeña Lucy, que no paraba de contarles lo mucho que le gustaban los coches de carreras y que algún día conduciría alguno para ganar una competencia. Carlos, a su lado, la contemplaba con el gesto de un padre orgulloso de su hija. Él le había puesto la gorra a Lucy y también le había pintado esas manchas en las mejillas.

Y entonces Diego entendió qué su hermano estaba más solo que él, o que al menos así se había sentido durante mucho tiempo. Carlos veía en Lucy aquello que había perdido hacía años, y por eso la consentía comprándole cosas, jugando con ella y dejándose pintar las uñas y maquillarse la cara. Hasta se podía decir que estaba siendo un mejor padre que él mismo, y eso lo puso melancólico.

—¡Pero quiero un coche que esté bonito!

—¿Cuál? —Preguntó Diego mientras giraba el tenedor entre la pasta—. ¿Uno que sea muy rápido?

—Sí, no como el coche del novio de Clarisa.

La risa de Diego y Carlos desapareció y los hombres miraron en dirección a la pobre chica, sentada en el lugar que le había correspondido a Mireya. Como mujer de la casa, se había ganado ese sitio.

[Terminado] A mamá le gustan las mujeres [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora