Parte 30

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Capítulo 30

—Por cierto, no me has dicho a qué viniste.

Mireya guardó la calma. Dada su situación con Diego, y sabiendo que él la aborrecía hasta morir, que tuviera la idea de llevarse a Lucy de paseo era como pensar en secuestrarla. Incluso sentía que estaba haciendo algo malo ante la ley.

—Pensaba en... ir a la playa con Lucy. ¿Quieres venir? Sería divertido. Claro, si es que tu papá les da permiso.

—Eso lo veo difícil —suspiró Clarisa—. Él... bueno, digamos que no eres su persona favorita.

—Tampoco la tuya —señaló, probando el terreno. Quería saber cómo se sentía Clary con respecto a ella. Hasta dónde llegaba su rencor.

—Eh... —la chica apartó la mirada—. Es difícil. Fingías que nos amabas y cuando te fuiste, ni siquiera nos diste una explicación. Tanto Lucy como yo sufrimos por eso.

—Era mejor así —respondió Mireya tras un rato de meditación en silencio—. No estoy diciendo que no signifiquen nada, porque sí lo valen. El punto era que así fue más fácil alejarme —se rascó la cabeza mientras pensaba en cómo decir lo que sentía sin pasarse de grosera. No era momento para bromas—. Sabía que estarían mejor con Diego que conmigo.

—Por un tiempo fue así. Incluso creí que con Jennifer, volveríamos a ser una familia.

—¿Jennifer? —Mireya cambió la marcha del auto y giró por una glorieta—. ¿Tu padre sale con ella?

—No. El muy idiota la sacó de la casa después de que ella intentara animarlo tras su despido. Desde eso, no ha regresado. Lucy la extraña y si soy franca, también yo.

—No me sorprende que tu padre la haya echado. Cuando Diego se enoja, libera toda la frustración acumulada y no le importa quién fue, sino quién se lo pague.

Mireya tenía presente los recuerdos de su última discusión, justo antes de que ella se marchara. Nunca había visto a Diego de esa manera y honestamente, no quería volver a pasar por eso.

Cuando estacionó el coche delante de la casa, le llamó la atención un chico que estaba apoyado en la puerta de un viejo Stratus con la pintura desgastada. Era lindo y de apariencia noble y retraída.

—Cristian —susurró Clarisa.

—¿Lo conoces?

—Sí, es un chico con el que... bueno...

—Entiendo —sonrió Mireya—. Tu novio.

—No precisamente, pero estamos intentando que surja algo entre nosotros.

—¿Y qué tal va eso?

—De momento, bien.

Cristian se puso tenso al ver que Clarisa bajaba con una mujer de aspecto imponente. Guardó su teléfono en el pantalón y se apartó unos mechones de cabello que le tapaban la cara.

Mireya sonrió con la misma cordialidad de una CEO hundida hasta el cuello en millones de dólares y extendió una mano al muchacho.

—Hola, ¿Qué tal? Soy la madre de esta chica.

—Ah, sí, eh... uhm... —Cris se quedó sin habla por unos instantes. Clarisa le había contado tantas cosas malas de Mireya, que no sabía cómo actuar en su presencia.

En cuanto la mujer se quitó los lentes, advirtió que tanto ella como Clary se parecían mucho en los ojos y la nariz. Eran igual de hermosas, aunque la señora despedía un aroma a tabaco difícil de ignorar.

—Soy Cristian, un amigo nada más —no tenía por qué aclarar eso último, pero lo hizo por si las dudas.

Clary se acercó y le dio un beso en la mejilla.

[Terminado] A mamá le gustan las mujeres [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora