Parte 13

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Capítulo 13

Mireya regresó hasta la mañana siguiente. Tenía la resaca más insufrible de su vida. Ni siquiera sabía cómo demonios había salido de la clínica donde trabajaba Grant. Lo único en lo que podía pensar, eran en que jamás iba a tocar una gota de alcohol en lo que le restaba de vida.

—¿Segura de que puedes estar sola? —Preguntó Alba antes de que Mireya se bajara de su coche—. Estás hecha un desastre.

—Sí —eructó la mujer—. Gracias por no dejarme tirada en el piso de ese antro. Pudieron violarme entre cinco o seis.

—Agradece a Grant. Es médico y tuvo que hacerle caso a su juramento hipocrático. Por lo general, la vida de las personas le importa una mierda.

—Bueno —resopló Mireya—. Si lo vuelves a ver, dale mis saludos.

Eso movió los instintos de Alba y se preguntó hasta donde podría llegar con Mireya si intentaba algo más. Era atractiva y ahora que la veía sin los efectos del alcohol, deseó metérsela a la cama y hacerla gemir de placer.

—Te daré mi número —sujetó su brazo y anotó su número celular sobre su piel—. Por si algún día quieres volver a divertirte, sólo llámame.

—¿Diversión? ¿Sexo casual?

—¿Y por qué no? A nuestra edad, el amor no es la gran cosa. Sólo buscas a alguien con quien estar para que la vida ya no sea una mierda.

Eso podía ser cierto. Mireya recordó a Alice y todos los momentos que había vivido con ella. Ahora le parecían un vil engaño y una pérdida de tiempo.

—Gracias.

—Vale. Date un baño y descansa, guapa.

Mireya bajó del coche y no miró atrás. Caminó en dirección a la puerta de su casa y abrió con su propia llave. Le llamó la atención el olor a cigarrillo. Usualmente era ella la que fumaba cuando estaba bajo mucho estrés.

—Así que has regresado —dijo Diego. Estaba en la sala. Tenía un cigarro en la boca. Había estado fumando toda la noche. El cenicero de la mesita estaba lleno.

—¿Qué haces despierto a esta hora?

—Decidí esperarte —le dio una profunda calada a Marlboro rojo y sacó el humo por la nariz—. Leí tu nota. Dijiste que tenías algo serio de qué hablar.

—Ahora no. Sólo quiero dormir. Y abre las ventanas antes de que...

Diego enfureció y pateó la mesita de la sala. El vidrio se rompió en mil pedazos y el cenicero salió volando. Mireya se espantó y retrocedió.

—¡Diego!

—¡¿Y qué demonios te sucede?! —Gritó y avanzó hacia ella, decidido a encararla. Había estado reprimiéndose toda la noche y ya no podía contenerse más—. ¡Te di todo lo que pude! ¡Todo lo que se suponía que debía hacer! ¡¿Qué fue lo que hice mal?!

—¡A mí no me grites! ¡Ya te dije que hablaremos de esto en otro momento!

Mireya intentó alejarse de él, pero Diego se puso el cigarro en la boca, sujetó a su esposa del brazo y la lanzó sobre el sillón.

—¡No! ¡Resolveremos esto ahora mismo! ¡¿Qué quieres de mí?!

—¡Nada! ¡No quiero nada de ti! ¡No me importas!

—¡Ah, vaya! ¡Al fin sinceridad! ¡Bravo!

Se miraron a la cara durante un momento que se les hizo eterno a los dos. Mireya bajó la vista y apretó los puños. Sus labios titubearon y su corazón se llenó de odio. ¿Cómo se atrevía Diego a hablarle así? ¿Cómo se atrevía a tocarle un solo cabello?

[Terminado] A mamá le gustan las mujeres [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora