Parte 11

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Capítulo 11

Diego regresó de la casa de su hermano al anochecer. Sus hijas entraron como huracanes y corrieron al cuarto de Lucy para conectar el viejo PlayStation 2 a la televisión. Su tío se los había prestado con la condición de que lo cuidaran más que a sus propias vidas, pues si le hacían algo, le rompería una botella de cerveza a su papá en la cabeza.

Y Diego no dudaba de que su hermano hablara en serio.

—¡Eh, sin correr! —Dijo a las niñas. Rió al verlas tan felices y entró a la cocina para servirse un poco de agua fría.

Y lo vio sobre la mesa. Su corazón sufrió un doloroso espasmo y por poco dejó que la jarra de agua cayera al piso. El anillo de bodas resplandecía con tristeza sobre el comedor y abajo había una notita cuidadosamente doblada.

Diego la leyó con los dedos temblando.

Fui a beber a un bar. Cuando regrese, tenemos que hablar seriamente sobre nuestro matrimonio.

Era como leer una sentencia de muerte. A Diego se le arrugó el estómago y se tuvo que sentar. Comúnmente, cuando una persona se quitaba el anillo de bodas, quería decir que haría cosas que no estaban permitidas. Cosas que, por lo general, involucraba una cama y cuerpos desnudos. Se imaginó a Mireya en los brazos de otra persona y por poco tuvo un ataque de nervios.

Sus ojos empezaron a dolerle, se le formó un nudo en la garganta y tuvo problemas para respirar. Cerró los ojos y tomó aire para serenarse. Él sabía que algo como esto podría pasar algún día. Su esposa había estado cayendo en una espiral de destrucción que ella misma se había provocado y, por desgracia, él había sido incapaz de sacarla de ahí simplemente porque no sabía qué hacer.

Se metió el anillo a la bolsa, tiró la nota a la basura y subió al baño para darse una larga ducha de agua tibia.

***

El bar estaba lleno de mujeres atractivas y jóvenes. Mireya no pudo evitar sentirse como una vieja señora en medio de niñas universitarias, y aunque antes habría tenido una gran facilidad para acercarse, esta vez se encontró con que le faltaban fuerzas para decirle hola a alguien.

Dejó de pensar en buscarse una pareja y decidió centrarse en la botella de whisky que tenía sobre su pequeña mesa redonda. Sirvió un trago y se lo bebió de una. Consultó su teléfono, esperando ver un mensaje de Diego o de Alice. No había ninguno. Al parecer, ambos habían hecho un frente unido para dejar de hablarle. Mireya entendió que se habían alejado de ella, que la habían abandonado en sus momentos de mayor necesidad, y odió a los dos por eso.

Qué falsa es la gente cuando dice que siempre te querrá.

Bebió más whisky hasta que reunió valor suficiente para hacer su movimiento. Centró la vista en un hombre que estaba en una mesa cercana. También bebía solo y lucía un tanto más melancólico que ella. Era fascinante, de cabello largo y mirada perdida. De alguna forma, el tipo se percató de que alguien lo espiaba y dirigió su vista a Mireya. Ella se sonrojó y alzó la copa para saludar. El hombre imitó su gesto.

Enfocó su vista en una morena que estaba en la mesa junto al hombre de pelo largo. También bebía sola. Mireya la contempló hasta llamar su atención. La saludó con la copa y la otra respondió igual. Siguió mirándola a pesar de que la morena siguió con lo suyo. Cinco minutos después, la lujuria en sus ojos se disparó y terminó atrayendo a la desconocida. Esta se levantó de su mesa y caminó hacia Mireya.

—Hola. ¿Puedo sentarme?

—Adelante —dijo Mireya.

—Linda noche para beber ¿cierto? Me llamo Alba, ¿y tú?

[Terminado] A mamá le gustan las mujeres [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora