Parte 23

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Capítulo 23

No había visto a su madre al menos en un par de años, y se sorprendió de lo bien que se conservaba. Asumió que una dieta saludable, ejercicio por las mañanas y vivir en una mansión rodeada de lujos mientras los negritos en África se morían de hambre, hacía maravillas en el cuerpo.

Y por supuesto, también asumió que Frida no estaba feliz.

Alba la había recibido. Le ofreció asiento en la sala y le sirvió un vaso de refresco para calmar sus ansias. En cuanto la morena vio que se iba a armar la gorda, subió rápidamente por las escaleras y dejó a madre e hija para que se agarraran a palos. Ya después se enteraría de los chismes.

—¿Se puede saber qué demonios haces aquí, niña? —Preguntó Frida con los labios apretados. Dejó el vaso en la mesita de centro y se puso de pie—. ¡¿Qué estás haciendo aquí?!

—También me alegra verte, mamá.

—¿Por qué no respondías a mis llamadas?

—Mi teléfono se descompuso.

—Escuchaba el tono.

—¿En serio? —Mireya abrió los ojos de par en par y revisó la pantalla de su móvil—. ¡Vaya! Se compuso solito. Estos japoneses sí que hacen bien las cosas.

—Siéntate, ya. Tenemos que hablar con seriedad.

La mujer resopló y dejó las compras junto a la puerta. No se molestó en sentarse. Se quedó de pie con las manos en la espalda y una pequeña sonrisita burlona, como la niña majadera que casi siempre había sido. Frida respiró hondo para serenarse.

—No has respondido a mi pregunta. ¿Por qué dejaste solas a tus hijas? ¿Por qué las abandonaste? ¿Por qué dejaste a Diego?

—Uhm... —rodó los ojos un par de veces, fingiendo encontrar una respuesta adecuada—. Porque... ¿están mejor sin mí?

—No digas eso —Frida cruzó los brazos—. Mientras... espera, ¿hueles a cigarro?

—Es mi nuevo perfume.

—¿Has estado fumando?

—¿Fumando? Dios, mamá. ¿Quién crees que soy? ¿Una mujer que siente autocompasión y que no tiene nada mejor que hacer que meterse porquerías en los pulmones?

—Como sea —Frida volvió a resoplar—. Mientras tú estás aquí, en la casa de Diego hay una mujer llamada Jennifer que se pasea usando unos espantosos shortcitos y una blusa escotada. ¿No te das cuenta de lo malo que es eso?

—¿Jennifer? —Mireya cruzó los brazos y apartó la vista. Sonrió recelosa y no sin sentir una pisquita de aborrecimiento por esa mujer—. Vaya, qué desesperado está Diego por amor. Bueno... ¿y qué tiene eso que ver conmigo?

—Se está haciendo cargo de tus hijas, de tu casa. ¿No sientes nada por eso? Las niñas son tu responsabilidad. Ese matrimonio es tu responsabilidad. ¡Dios! No puedo creer que me saliste así.

—Oh, no digas tonterías, madre.

Frida se puso colorada, alzó la mano y trató de darle una cachetada a Mireya. Esta se hizo para atrás, y cuando vio que su madre no se rendía con sus manotazos, sujetó su muñeca y la empujó con suavidad.

—¡Mireya!

—De pendeja dejo que me golpes. Sé que soy tan tierna como una niña de cinco años, pero ya no tengo esa edad. Ahora, más te vale que te calmes.

—Estoy calmada —Frida se alisó la falda y se acomodó el peinado. Había perdido los estribos por un momento—. Sea como sea, ahora mismo vas a recoger tus cosas y vas a volver con ese pobre hombre. ¿No entiendes que él te necesita? Eres su esposa.

[Terminado] A mamá le gustan las mujeres [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora