Parte 22

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Capítulo 22

No pasó mucho tiempo para que Jennifer empezara a sentirse como si estuviera en su propia casa. Regó las plantas del jardín, metió la ropa sucia a la lavadora y puso a Lucy a buscar entre su armario para sacar todos esos juguetes que ya no le gustaban y que sólo ocupaban espacio. Cuando Clarisa llegó de hacer sus tareas, la llevó a ella y a su hermanita por unos frappes de galletas Oreo a la heladería más cercana y se quedaron ahí un rato para charlar antes de volver.

—¿Vas a venir todos los días con nosotras? —Preguntó Lucy. La niña estaba ocupada limpiando los carritos que venían con la pista de carreras que le había comprado Carlos.

—Uhm... no lo sé. No quiero que su papá piense que estoy adueñándome de la casa.

—¿Eh? —Lucy arqueó una ceja sin entender qué había querido decir.

Clarisa sí que comprendió lo que pasaba, y tuvo que admitir que era tierno en Jennifer pensar que estaba siendo sutil. Sus intenciones románticas con Diego eran más que evidentes.

—Seré honesta —dijo a la mujer—. Creo que le gustas a mi papá. No te rindas.

Jennifer se ruborizó y retiró la vista con una sonrisa de quinceañera descubierta.

—¿En serio lo crees?

—Sí. Y yo sé que tú sabes que él no es un mal sujeto. Simplemente... es un tanto sensible.

—Yo diría que le cuesta decir que no.

—¿Por qué?

—Por su trabajo. Siempre le digo que ya es hora de alzar la voz y replicarle a Victor todas las injusticias que le hace pasar: trabajar los fines de semana, usarlo para asuntos que no tienen nada que ver con TurboSoft y enviarle reportes de descuento por cualquier estupidez. Debería aprender a decir que no.

Jennifer tenía razón en eso, y hasta Clarisa lo sabía. Diego era la clase de hombre que soslayaba los conflictos. La prueba más grande de eso, era que no había podido negarse cuando su papá lo había forzado a casarse con Mireya. Incluso hasta el día de hoy, Clary se preguntaba por qué demonios un hombre y una mujer se habían casado sin amarse. Ni él ni su mamá habían tenido los pantalones para decir que no.

El timbre sonó y Jennifer fue a abrir.

—¿Sí? ¿A quién busca? —Preguntó con una sonrisa expectante.

La señora que estaba al otro lado de la puerta retrocedió un paso y se llevó una mano a la boca.

—¡Ups! Perdón... creo que me equivoqué de casa. ¿No viven aquí Diego y Mireya?

—Ah, sólo Diego vive aquí ahora. ¿Usted es...?

—Soy Frida, la madre de Mireya.

La boca de Jennifer se abrió un poco y deseó que la tierra se la tragara. Miró ágilmente a la señora de los pies a la cabeza y concluyó que tal vez era una persona tan cabrona como su hija. Llevaba zapatos de tacón medio, una falda recta por debajo de las rodillas y una blusa con un saco morado encima de los hombros. Su cuello presumía un brillante collar de perlas y su perfume era de un aroma penetrante como la canela.

—¡Abuelitaaaaaaaa! —Gritó Lucy. Hizo a un lado a Jennifer y corrió hacia la mujer.

—¡Ay, cosita tierna! —Exclamó Frida. Cargó a la niña con gran facilidad y le llenó las mejillas con sus besos—. ¡Mírate nada más! ¡Estás enorme! ¿Cuántos años tienes? ¿Siete?

—¡Ocho!

—No, no puede ser. Pareces de diez por lo grandota que ya estás. Seguro sacaste los buenos genes de tu abuelo.

[Terminado] A mamá le gustan las mujeres [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora