Parte 40

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Capítulo 40

Había que ser franca en una cosa: Mireya era una malísima bailarina. Y ella lo sabía. Por esa razón se había mantenido lejos de las pistas de baile. La única vez que intentó hacer algo como moverse al ritmo de una canción latina, terminó de cara contra el piso y con un millón de risas a su alrededor. Era como si hubiera nacido sin esa habilidad psicomotora de conectar su cerebro con su cadera y sus pies.

Jennifer la tomaba de las manos y trataba de guiarla. La movía de aquí para allá, agitaba sus brazos y metía la pierna entre las suyas para hacer un movimiento sensual que, más que nada, le provocaba a Mireya un escandaloso rubor en las mejillas.

—Ya, por favor —rió Mireya después de separarse—. Es demasiado para mí. Me haces ver como una estúpida.

—Oh, vamos —dijo Jennifer, silenciando el estéreo—. Lo estabas haciendo bien.

—No, no, no. Yo no bailo. Te acepto cualquier otra cosa, pero menos bailar.

Disgustada y a la vez, abochornada consigo misma, se dejó caer en el sofá y cruzó las piernas. Respiró para recuperar el aliento y echó la cabeza hacia atrás. Llevaban una hora practicando y ella no había hecho más que tropezarse. Para Jenn era divertido, claro, pero Mireya tenía cierta dignidad que mantener y bailar como un chimpancé no era cosa suya.

—¿Y si lo intentamos con salsa?

—¿De qué?

Jenn rió con los ojos en blanco.

—Salsa, la música. No salsa de comer.

—Ah.

—Ya vimos que la bachata no es para ti. La salsa es más fácil. Mira como se mueven mis caderas.

Jenn se puso de espaldas (usaba una falda rosada que le llegaba justo por encima de las rodillas y ondeaba con sus pasos). Cambió la canción en el estéreo y empezó a moverse para marcar el ritmo.

—Izquierda, derecha y junto. Derecho, izquierdo y junto. Un, dos, tres, cinco, seis, siete...

—¿Y el cuatro?

—Mireya... sólo pon atención.

—Bien, bien.

Sonrió en tanto observaba ese elegante y erótico movimiento de piernas y caderas. El cabello negro de Jenn bajaba por su espalda en encantadoras ondulaciones, los hombros pequeños, la espalda derecha, las pantorillas firmes y los zapatos de tacón. Lo vio todo, asegurándose de mantenerlo en su cabeza.

Qué mujer tan magnifica pensó como si estuviera delante de la representación virtuosa de una santa.

—¿Ves?

—Claro que estoy viendo, hermosa.

—Ahora en lateral. Es prácticamente el mismo movimiento. No olvides los brazos. Siempre tienes que volver a la base y repetir —Jenn se giró con una risita de triunfo y puso las manos en las caderas—. ¿Viste?

—Toooodo —señaló Mireya con vocecita soñadora.

—Pues ven —dijo tendiéndole las manos.

—Eh...

—Mireya...

—Vale, vale. Sólo porque me muero de ganas por bailar contigo. ¡Alégrate! Jamás he hecho estoy por nadie.

La otra mujer no comentó nada y esperó a que se pusiera al lado suyo. Pausó la canción en el estéreo y empezó a moverse lentamente para que Mireya pudiera seguir sus pasos.

[Terminado] A mamá le gustan las mujeres [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora