Parte 24

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Capítulo 24

—Y eso fue lo que le dije —concluyó Mireya con el chisme.

Eva se ajustó los anteojos y se pasó un mechón de cabello castaño detrás de las orejas.

—Cielos. Yo nunca tendría el valor de decirle esas cosas a mi mamá.

—Sí, bueno. Creo que fue lo mejor. La otra opción era ponerme a llorar como loca y eso no sería mi cool de mi parte. Aunque sí te diré que me dejó pensando.

—¿En qué? —Eva se inclinó sobre el mostrador. Sus pechos grandes se apretaron dentro de su blusa—. ¿Tienes celos de esa tal Jennifer paseándose por tu casa?

—Uhm. Tal vez —Mireya apagó el cigarrillo en el cenicero—. Lo que me preocupa es que el idiota de Diego no me haya hablado para pedirme el divorcio. No sé qué pensar. Legalmente seguimos casados. Espero que en su mente me haya dejado de ver como su esposa. No quiero más problemas con ese tonto.

—¿Y Alba qué dice a todo esto? ¿No le molestó que se armara el show en su casa?

—Nah —hizo un mohín desagradable—. Ella está feliz con el drama. Dice que es como vivir en una telenovela.

—Pobrecita —sonrió Eva—. Sólo le causas molestias.

—¿Te gusta, no? hablo de Alba.

Evangeline se puso colorada y bajó la cabeza. Mireya sonrió al saber que había acertado y le pellizcó el cachete como un gesto amistoso.

—Bueno, linda. Quieras lo que quieras, métele nitro porque Alba es un desmadre que se la pasa durmiendo con cuanta persona caiga en sus redes.

—¿Y tú no eres una de ellas?

—No. Como dice el dicho, no cagues donde comes. No soy tan pendeja como para buscarme problemas emocionales con Alba. No tengo otro sitio donde quedarme. Anda, cóbrame el gansito y la coquita de vidrio para que me vaya.

—De acuerdo —Eva imprimió el ticket de compra y se lo dio a Mireya. Ella pagó con el importe exacto y salió de la tienda para caminar de vuelta a casa.

Una vez dobló la esquina, su buen humor volvió a agriarse y se preguntó si lo que había hecho era tan malo como para sufrir semejante mala suerte. Estuvo a punto de arrodillarse y pedirles a todos los dioses conocidos que se llevaran su alma de una vez para que encontrara el descanso eterno.

—Mireya —dijo Alice. Estaba apoyada en la puerta de su coche, con los brazos cruzados y una expresión malhumorada.

—¿Sabes? —Dijo Mireya mientras sacaba la llave para entrar a casa de Alba—. Empiezo a creer que las mujeres son como los delfines: inteligentes, pero pocos las entienden.

—No me hables así —Alice la siguió hasta la puerta—. Vine porque no contestaste mi carta.

—¿Se te ha ocurrido que había una buena razón para eso? ay, esta maldita llave no abre. Oh, mierda. Creo que esta es la de mi coche.

—Tenemos que terminar con esto.

—Bien —respondió buscando la llave correcta—. A ver esta... ¡Eh, perfecto!

Abrió la puerta y se metió de un rápido movimiento. Dejó a la pobre Alice al otro lado, con los ojos abiertos de par en par y un rubor vergonzoso en las mejillas.

—¡Eh! ¡Tonta, abre! ¡Mireya!

—¿Quién eeees?

—¡Mireya, te comportas como una niña!

[Terminado] A mamá le gustan las mujeres [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora