Parte 25

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Capítulo 25

Eran tres mujeres. Una pelirroja con los pechos grandes y los pezones diminutos y rosados; una morena con un coño lampiño que estaba rociado en sus propios jugos y una rubia con trenzas y tatuajes en las piernas. Eran altas, esbeltas y con miradas de zorra dispuestas a dar una noche de más que placentera.

Y Mireya las tenía para ella sola.

Se acostó en la cama y dejó que le quitasen la ropa. Una vez que la tuvieron como Dios la trajo al mundo, empezaron a tocarla por todas partes. La rubia se inclinó entre sus piernas y fijó su lengua en su ardiente sexo. La pelirroja empleó sus dedos para mantener abiertos sus labios vaginales. La morena se concentró en chuparle ambos pechos. Ella Intentó cerrar las piernas por reflejo, pero las mujeres no se lo permitieron. Alcanzó a escuchar el sonido de succión que la boca de la rubia ejercía sobre su coño palpitante y notó la saliva cayendo como una señal de la buena chupada de concha que le daba esa mujer.

Un hombre apareció. Estaba desnudo y tenía un pollón enorme y grueso. Un falo de carne cubierto de venas con una punta roja y brillante. Se acercó y ella abrió la boca para tomarlo. Lo tragó sin rechistar y mamó de él como si estuviera hambrienta.

Y el teléfono la despertó.

Mireya giró y cayó del sofá. Echó una sonora maldición al tiempo que intentaba levantarse y reunía fuerza mental para enhilar sus pensamientos. Por un momento no llegó a saber quién era ni en dónde se encontraba. La fantasía que había estado soñando empezó a diluirse como la leche en el café caliente y quedó en el olvido.

El teléfono volvió a sonar. Lo contestó mientras se quitaba los mechones negros de la cara y volvía a sentarse en el diván.

—¿Sí?

—Buenos días. ¿Es la mamá de Lucy?

—Uhm... son las once de la mañana, ¿quién llama tan temprano?

—Lamento interrumpirla, señora. Hablamos de la primaria Ignacio. Lucy tuvo una pequeña caída. El médico ya la valoró y dice que todo está bien.

—Uhm —Mireya bostezó—. Pues dígale al médico que el país está orgulloso de él.

—Sí, bueno... la niña sigue llorando y creemos que es mejor que venga por ella para que esté más tranquila.

—Ah... bueno, eh... esto es un tanto incómodo. ¿Por qué no le hablan a su papá?

—Hemos tratado de contactarlo y no responde.

—Sí, seguro debe estar mamándole el pito a su jefe.

—¿Perdón?

—No, nada —otro bostezó. Se recargó en el respaldo del sofá—. Yo estoy un tanto indispuesta ahora. ¿Le doy el número de mi cuñado para que le hable y vaya por ella?

—Lo siento, por políticas de la escuela, solo pueden venir los padres de la niña o un familiar que previamente haya dado sus datos a la dirección.

—Mierda.

—¿Perdón?

—Sí, sí. Iré por ella. Estaré ahí en unos minutos.

—Gracias, y disculpe por la molestia.

¿Disculpar? Mireya tendría que ver toneladas de porno antes de volver a tener un sueño tan delicioso como ese.

Llena de pereza, subió al auto y encendió un cigarrillo para desayunar. Si tenía que ser franca, estaba poniéndose nerviosa por ver a Lucy después de todo este tiempo. ¿Cómo reaccionaría la pequeña a su presencia? ¿Se sentiría cohibida o tal vez se alegraría? ¿Le diría que era una puta por marcharse o quizá le reprocharía lo mucho que la echaba de menos? De cualquier manera, la moneda estaba echada y sólo le quedaba enfrentarse a la mirada de una niña de ocho años.

[Terminado] A mamá le gustan las mujeres [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora