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El olor penetrante y dulzón se filtró en su nariz apenas atravesó el corredor hasta el estudio. Aquel aroma mezcla de caucho, azufre y éter se hizo más insoportable a medida que Cinco Hargreeves subía los peldaños de la mansión.

Sin pretenderlo, arrugó la nariz al situarse en el descansillo superior. La alfombra tinta ahogó el ruido de sus calculados pasos hasta la habitación cuyo viciado y soporífero ambiente interno corrompía la íntegra y amena atmosfera de la residencia.

—Asqueroso, Klaus— fue su primer pensamiento legitimo, aunque como tal no quedó varado a mitad de la decidia impronunciada, sino que lo dijo con toda alevosía de despertar el minímo sentido del recato en el aludido, quien se hallaba sentado en el suelo junto a la cama, sosteniendo en vertical una cucharilla de metal mientras hacía uso del encendedor con su mano libre.

El espeso líquido ámbar burbujeó poco antes de diluirse por completo.

—¿Qué hay, cinco?— saludó Klaus con una sonrisa de lo más estúpida ensanchandose en tanto sorbía el resultante de la cuchara con una jeringa—. Pensé que estarías con Vanya resolviendo la no sé qué cosa del apocalipsis.

Cruzado de brazos a mitad de la habitación, Cinco sopesó largamente el movimiento de la jeringa que fue a parar en el primer espacio de los dedos del pie izquierdo.

—Me sorprende que aún puedas pensar luego de introducirte toda esa porquería a diario— ironizó, sin dejarse arrastrar por la actual alegría flématica e idiotizada que relucía en los labios ajenos y subía hasta su mirada avellana, ahora dilatada en lo que a su parecer era una incomprenscible fascinación concupiscente, sometida, atada a la sangre y la heroína, instigando a un impulso frenetico que orilló a Klaus a acercarse a él y tironear de la liguilla superior de una de sus medias en un intento baladí por fastidiarlo.

—Por favor, Cinco. No te vayas— suplicó abrazandose a su pierna al predecir las intenciones del interpelado por darse vuelta—. Ben se molestó conmigo porque no puedo dejar esta cosa.

Cinco bufó.

—Ha hecho bien— su tono mécanico no sufrió alteración alguna, pese a saberse besado en la rodilla. Entornó los ojos con fastidio y lo apartó de sí de un empellón—. No pienses ni por un segundo que seré el reemplazo de Ben en lo que ustedes liman asperezas. No he venido por eso. Y contrario a lo que puedas imaginar, comparto la idiosincrasía del fantasma de nuestro hermano en pos de su reticencia a hablarte hasta que te encuentres limpio de esa basura inyectable.

—Si solo vieras lo que yo veo— rió Klaus, divertido, recostandose de espaldas y moviendo alternativamente brazos y piernas sobre la afelpada alfombrilla—. Si escucharas lo que dicen esos seres de ultratumba, entonces quizá lo entenderías. Comprenderías por qué necesito desesperadamente esto.

Cinco suspiró, sosteniendose el puente de la nariz con los dedos para aplacar la aguda migraña que se avecinaba. Meras excusas banales. Hacía tiempo que sus sentidos emocionales dejaron de mostrarse conmovidos. Por nececidad de no agobiarse fue que dejó de lado aquello. Empero, ver a su hermano adoptivo, miembro (aparentemente inútil) de su familia siendo un desastre y desperdiciando su talento de esa manera, lo hacía desear ayudarlo.

Ignorando los principales puntos de convergencia entre ambos, los diametrales ideales e ideas yuxtapuestas y divergentes. Haciendo también a un lado el antagonico y exacerbado proceder que tenían, Cinco reconocía que por primera vez en mucho tiempo, necesitaba de la ayuda de Klaus casi tanto como este requería la suya.

Luther resultaba ser un buen oyente y ejecutor de ideas, pero ahora mismo se decía indispuesto para labores sencillas a causa de su severa crisis existencial surgida a raíz del descubrimiento de todo el material intacto que había reunido en la luna.

Diego estaba demasiado ocupado babeando detrás de Lila.

Vanya era eficiente, pero costaba hacerle partícipe de sus avances debido a su peligrosa inestabilidad. Sumarla a la causa podría empeorar aún más el asunto.

Allison ya había dado su contundente negativa incluso antes de sugerirselo, por lo que solo quedaba Klaus entre sus opciones.

—¿Klaus?— rodó los ojos con hastío al oírlo roncar. Se había quedado dormido y ni siquiera le había comentado nada respecto a sus planes—. No sé para qué me molesto— manifestó, recogiendo la jeringa y el resto del material infecto del que debía deshacerse. Si realmente quería lograr algo, iba a necesitar que Klaus estuviera despejado y en sus cinco sentidos. Costara, lo que costara.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora