XXXI

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Había bajado a la cocina a beber un poco de café. Ya tenía los ingredientes y utensilios dispuestos y a punto sobre la encimera cuando el posesivo abrazo a su espalda lo tomó desprevenido.

—Buenos días, gatito.

El alegre y entusiasta timbre de voz le había susurrado cerca del oído antes de que la misma atrevida boca iniciara el descarado descenso de besos por el costado de su cuello.

—Klaus— se quejó Cinco, cerrando los ojos en contra de su voluntad. De nuevo el hormigueo eléctrico se encendía dentro de él con el mínimo roce del cuerpo ajeno—. Debo hacer algo— respingó, debatiéndose entre los brazos que lo mantenían cautivo. De querer hacerlo, solo tenía que emplear la misma fuerza bruta con la que le habían capacitado en la comisión.

Combate cuerpo a cuerpo.

Un minuto y lo derribaría. Y sin embargo, no deseaba hacerle el menor daño. Jamás lo haría. No lastimaría deliberadamente a nadie de su familia.

"Excepto a Ben" meditó contrayendo levemente el ceño ante la firme succión que pretendía dejarle una marca.

—Quita— se enderezó y le dio un codazo a Klaus en el costado para apartarlo. En cuanto se supo liberado, Cinco se hizo con la cafetera y sirvió una dosis generosa dentro del termo junto al azucarero.

Klaus lo dejó hacer esta vez, aunque sin perderlo de vista. Amaba que su chico fuera así de rudo, que se hiciera el renuente cuando dentro de la alcoba no dejaba de suplicarle que no se detuviera.

—Siempre supe que serías el más sexy de todos cuando crecieras.

Cinco lo miró, tanto atenta como altivamente, con su ceja izquierda apenas elevada en un fino arco imbuido de duda. Estaba apoyado de espaldas a la barra, con los codos a cada lado de su cuerpo. Un bosquejo de arrogancia subió por una de sus comisuras, dibujando el sensual hoyuelo en su mejilla derecha. Su expresión perennemente estoica ocultaba cualquier asomo de emoción.

Sin poder contenerse más tiempo y, presintiendo que aquella muesca provocativa le daba la pauta de reanudar sus actos, Klaus se arrojó a los tentadores labios rosas, tomó a Cinco de la quijada y se adueñó de su boca con total desenfreno en un beso tibio, tan dulce en sabor, como desesperado en exploración.

Las rodillas de Cinco vibraron ante el súbito arrebato pasional. Como pudo, se sostuvo de la encimera para sentarse y se permitió hacerse participe a los juguetones y expertos labios que demandaban precisa atención.

Sus largas piernas enfundadas en las medias se enredaron con premeditada sensualidad en la cadera de Klaus mientras lo atraía hacia sí.

Sus lenguas acariciandose con la misma fogosa lascivia de antaño. De pronto las manos inquietas de Klaus buscaban con torpeza el broche de su cinto, después la bragueta y mucho más al fondo.

Con el rostro ardiendo, Cinco rompió el beso. Sus brazos se enroscaron sobre los hombros de Klaus conforme la mano se movía y frotaba contra su miembro.

Jadeando, con el corazón desbocado y la adrenalina inundando su cuerpo, se sintió erguirse por los constantes movimientos de la mano intrusa. El líquido preseminal brotando y acumulándose en el glande.

Fuertemente excitado, Cinco ocultó el rostro enrojecido en el pecho de Klaus. Podía sentir asimismo la erección del otro despertando en medio de sus piernas, rozandole el muslo.

—¿Por qué...nunca puedes...?— Cinco apretó los párpados ante el repentino aceleramiento de los movimientos orbiculares sobre su hombría. Dejó caer la frente sobre el hombro de Klaus. Su cuerpo tiritaba de puro placer. Ni siquiera pudo anticipar su propio orgasmo, el cual lo azotó de forma inesperada y regocijante.

Embriagado de la sensibilidad postorgasmica, Cinco atinó a abrazarse del cuerpo frente a él mientras se entregaba de lleno a las amenas caricias prodigadas en su espalda. Había pensado que de un momento a otro Klaus le pediría devolverle el favor. No obstante, Klaus le tomó de las mejillas para estudiarlo con aquellas brillantes pupilas y una expresión tan suavizada y serena que Cinco jamás le había visto antes.

Entonces lo comprendió.

Así debía verse una persona total, absoluta y plenamente enamorada.

Amor.

La sola palabra le aceleró de nuevo el pulso. Klaus le acarició la mejilla con el dorso y sus labios colisionaron una vez más.

Y la sensación era tan plácida, cálida y grata que, para Cinco, el mundo entero dejaba de existir. El tiempo se desdibujaba, los problemas se emborronaban. Sólo eran ellos dos profesandose un mutuo sentimiento sin palabras de por medio.

Eso era el amor. Y no lo que había experimentado al errar por los escombros mientras llevaba consigo a Dolores.

Apenas Klaus se apartó de su rostro, Cinco bajó de un salto de la encimera. Se acomodó a prisa el cinto y los pantalones y se acicaló el cabello.

—Promete que pase lo que pase, no vas a abandonarme— su voz había fluido sin que apenas se replanteara nada. Era el miedo latente de quedarse solo de nuevo lo que impulsaba sus cuerdas vocales.

Sorprendido por la exigencia que semejaba más un ruego, Klaus abrazó a Cinco de la espalda, lo atrajo más a su cuerpo y descansó la barbilla sobre su cabeza.

—Jamás se me ocurriría hacerlo, Cinco— admitió con absoluta franqueza—. Me importas más que mi propia vida. Más que el resto de nuestros hermanos, o el mundo, incluso más que el apocalipsis. Me...moriría si te pasara algo. No te puedes imaginar lo mucho que te amo.

—¿Solo a mi?— insistió, dandose vuelta para encarar el semblante de Klaus. Los mismos ojos ensoñadores de enamorado. Era egoísta su petición, pero temía salir lastimado. Nunca había estado en una situación parecida. Jamás en su vida Cinco Hargreeves se había enamorado perdidamente de alguien. Y que ese alguien fuera precisamente su libertino e insensato hermano adoptivo, le ponía de los nervios.

Aquella vez que lo había visto con Ben había sido terrible, casi devastador. No creía poder hacer frente a un sentimiento tan espantoso de nuevo.

Una herida física se sanaba con facilidad. Podía tratarla, cauterizarla, vendarla. Pero un corazón roto era imposible de curar y el de Cinco era incluso más susceptible de lo que él mismo habría supuesto.

Con una sonrisa de oreja a oreja, Klaus lo estrechó, de frente en esta ocasión, besó su mejilla con tierna delicadeza y bajó hasta sus labios para colocar los suyos como si se tratara de un colibrí al posarse sobre una rosa.

—No hay nada que no haría por ti, Cinco. Me ayudaste a dejar mi adicción, me diste la confianza que necesitaba. Es por ti que me siento feliz. Ya te he dicho que te amo, ¿Tu me amas, Cinco?

—Yo...te— Cinco separó los labios para responder y su mirada cristalina vio bajar a Ben los últimos peldaños, cabizbajo y caminando hacia el comedor, pero, al reparar en donde estaban ellos, se quedó petrificado a pocos metros—. Te..nemos que darnos prisa y buscar primero a Luther— lo empujó y fue a tomar la taza de cerámica de la barra para verter dentro café instantáneo y azúcar.

Parpadeando, enmudecido y contrariado, Klaus bajó la mirada al suelo.

¿Qué pasaba?

No entendía.

¿Acaso había dicho algo malo?

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora