VII

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La enorme mesa del comedor estaba perfectamente dispuesta, al igual que el día pasado. Un mantel de lino blanco con estampado de flores se extendía a ambos extremos, sosteniendo sendas fuentes de plata, una fina y resplandeciente vajilla de porcelana ocupando cada lugar con su respectivo juego de cubiertos, servilletas con bordados en tono perla, copas con agua y gaseosa, y una botella de vino tinto en el centro.

Klaus se habría maravillado, al igual que había hecho el día anterior cuando bajó a tomar la merienda. Sin embargo, al vislumbrar el mismo asiento vacío, un nudo se cerró en la boca de su estómago y, como por arte de magia, volvió a perder el apetito.

Diego ya estaba mascando unos crujientes bollos con manteca y Luther daba cuenta de una enorme y exquisita ala de pollo horneada a las finas hierbas.

Allison y Vanya dejaron de hablar al verle llegar. De inmediato acaparó las miradas. No le quedaba más remedio que tomar asiento. A pesar de que intentó no ser obvio, no pudo evitar levantar la mirada hacia el dormitorio de Cinco. Otro día que no bajaba a desayunar. Un día más que tendría que lidiar con su ausencia.

Y todo por un beso...

—Buenos días, Klaus— le saludó Allison al notar la renuencia de este por sumarse a la conversación matutina.

—Buenos días— bufó al saberse el centro de atención otra vez. Agarró su plato y dispuso una porción de ensalada, berenjenas y camarones.

—¿Cómo está Cinco?— preguntó Diego curioso tras pasar un bocado del bollo. Klaus chistó la boca con reprimido enfado. Después de aquel magnífico y glorioso beso que lo había llevado al mismísimo cielo, Cinco se había retirado a su habitación sin decirle una sola palabra. Y desde entonces no volvió a salir, así como tampoco atendió ninguno de sus llamados. Que estaba muy ocupado, que lo dejara tranquilo porque estaba haciendo algo importante.

—¿Cómo voy a saberlo?— Se ofuscó, molesto consigo mismo por su impulsividad. Se había emocionado demasiado pronto creyendo que Cinco le correspondía. Y ahora, asi sin más, lo evitaba.

—Pensé que lo sabrías, ya que has pasado los últimos días con él— volvió a azuzarle Diego. Directo y mordaz como de costumbre.

—Suficiente, Diego— le cortó Luther mientras se limpiaba residuos de salsa con la servilleta—. Si tienen un problema, deben resolverlo ellos mismos.

—Creo que Cinco ha pasado por una gran tensión y sigue afectado desde que regresó del futuro— opinó Vanya, con la mirada puesta en su plato, picoteando indecisa las hojas de lechuga—. El otro día hablamos y no paraba de decir que tenía que evitar el apocalipsis a toda costa para poder salvarnos. Se que estoy implicada en esos hechos y quería serle de ayuda, pero me pidió que de momento me quedara al margen y que él se haría cargo.

Las miradas discurrían ahora entre Vanya y Klaus. El último resopló porque sabía que en parte era su culpa que Cinco no quisiera hablar con nadie ni salir de su habitación. Ya había intentado hablar con él unas seis veces el día anterior y no logró nada. Supuso que si le daba su espacio, Cinco lo buscaría, pero de nuevo se equivocaba.

—Entonces, Klaus ¿Vas a decirnos que pasa?— fue el turno de Allison para integrarse a las preguntas que ya semejaban a un molesto interrogatorio.

—Pasa— canturreó Klaus, recorriendo su silla hacia atrás y forzando una sonrisa de cruda hilarancia—. Que no tengo nada de apetito. Así que me iré retirando. Pasen una linda mañana— se levantó de la mesa, cansado de tanta hipocresía, tanto fingir y ocultar cosas le ponía de los nervios. Más que nunca debía mantener la boca cerrada si quería que Cinco le perdonara su desliz con aquel beso. Quizá no fuera tan tarde para disculparse. Sólo quería estar bien con él. Empezaba a echarlo de menos y le atormentaba la idea de que Cinco lo repudiara.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora