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En cierto momento tras la muerte de Elliot, Cinco había experimentado y presentado en su temple un cambio meteórico, radical. Una exaltación dentro de su fría e indolente coraza psicológica y, una sensación de irrealidad, cuál atroz entelequia en conflicto con el presente.

Tal cosa no le había sucedido en el funeral de su padre. Distaba años luz de acercarse remotamente siquiera a ello. Porque la muerte de Reginald había traído un simple y superficial vacío derivado de otro más hondo vivido hasta entonces. Pero esto, esto era diferente. Se sentía diferente. Similar a cómo se sintió cuando su cuerpo físico de 13 años terminó materializandose en un futuro apocalíptico con sus hermanos muertos, la humanidad extinta casi en su totalidad, dejandole a él la carga suprema y una soledad cruda e ingente.

Cruel destino que le obligó a permanecer solitario y errante, con su cordura bamboleando de un delgado hilo.

Cuando murió Reginald no había dolido ni un ápice. Era más bien la culpa acaecida a un tiempo por una reconciliación ya inverosímil lo que le hizo sentir ligeramente afectado.

Nunca hicieron las pases.

Y nunca las harían.

Pero Elliot.

Él había sido más como un padre. Y le había fallado. Por causa suya, Elliot estaba muerto.

¿Cómo escapar de la verdad?

¿Cómo evitar otra desgracia?

Aunque se sentía severamente extenuado, Cinco no esperó a que Klaus diera inicio a otra de sus unilaterales y bobas peroratas sobre temas pasados. Como venía haciendo cada noche, Cinco aguardó a que se sentara a su lado para incorporarse y fundirse en un ímprobo y demandante beso al que Klaus siempre se hacía partícipe.

Klaus y su maravillosa experticia labial que, dominado por el deseo, le friccionaba los labios, le succionaba la lengua, le mordía el cuello justo bajo la nuez de Adán, y entonces todo se volvía un torbellino de confusión, excitación y adrenalina mal canalizada.

Sexo.

Tan simple, mundano y hueco como aquello.

La llave a la desconexión mental y emocional. Y aunque momentáneo, resultaba un verdadero alivio a todos los padecimientos conflictivos de Cinco.

Entre caricias suaves y toqueteos rudos, Cinco se aseguraba de tener el asunto a su mando. Le ayudaba saberse en pleno dominio de la situación. Él decidía hasta qué grado llegaba el goce de cada uno, y sabía de qué manera administrar el dulce elixir del jugueteo para obtener una respuesta igual de satisfactoria. Todo lo cual conducía a un pasional desfogue mutuo, un desfallecimiento gradual y después, la nada. El cansancio total, la separación espontánea de su yo corpóreo para entregarse a la etérea placidez del sueño.

Firme y resuelto a no encarar la terrible realidad, Cinco se apoyó con una palma en el pecho desnudo de Klaus, se acomodó sobre la humeda erección y se deslizó hasta saberse lleno por completo.

Los ojos mieles de Klaus rezumaban un brillo de anhelo. Sus labios levemente fruncidos y sus manos asiendolo con firmeza de la cadera para ayudarle a marcar un delicioso ritmo. Lento pero lo suficientemente fuerte y placentero para hacerles jadear en busca de aire. Un patrón en apariencia sencillo que consistía en un sube y baja cada vez más rápido.

Los sentidos obnubilados, la mirada empañandose y una electricidad volátil ascendiendo por el vientre.

Llegada la culminación y una vez que la sensibilidad postorgasmica pasaba, Cinco era el primero en desprenderse del asfixiante abrazo para abandonarse al sueño. Su infalible anestesia emocional.

Esta vez, no obstante, no le iba a ser tan fácil ausentarse mentalmente para conseguir su cometido. Klaus lo había sujetado de los hombros para girarlo boca arriba y acorralarlo con su cuerpo.

Aquellos suaves rizos chocolate revueltos y sus bellos ojos esmeralda velados en tristeza.

-Ya no lo hagas- le oyó balbucir en súplica-. No me utilices para complacerte y después puedas dormirte e ignorarme.

Exhausto, Cinco pestañeó. No pensaba cejar en su ley del hielo y así se lo dio a entender al cerrar de vuelta los ojos para no verlo.

-Cinco, por favor- de nuevo aquel tono excesivamente trémulo-. Te necesito. Y sé que me necesitas. Habla conmigo, golpeame, escupeme, pero no hagas de cuenta que no existo. No me hieras de este modo. Lamento lo que le ocurrió a Elliot, pero no podemos seguir así...te amo.

Una gota tibia salpicó su pómulo pero Cinco se rehusó a abrir los ojos, aún después de sentir el suave roce de los labios de Klaus contra su boca, y aun mucho después de sentir que se apartaba para ir a dormir a otra cama, en el mejor de los casos.
**

-No lo entiendo- gimió Klaus con el vaso suspendido sobre la barra para que le fuera rellenado. La música en vivo le producía un ligero dolor de cabeza, consecuente a la cantidad de alcohol que había ingerido en las últimas dos horas.

No habría podido enfrentar un nuevo rechazo si acaso a Cinco se le ocurría bajar a servirse un poco de café mientras Klaus se encontraba en la planta baja de la mansión.

¿Cómo ver sus preciosos ojos azules, ahora opacos y casi desprovistos de reconocimiento alguno?

¿De qué manera enfrentar toda esa frialdad que ocultaba una herida emocional profunda?

¿Cómo acercarse sin ser repelido o ignorado?

Tantas interrogantes le hacían doler cada vez más la cabeza, pero quería encontrar una solución a su problema. Solo que...esta vez no estaba Ben para aconsejarle. Tenía que apañarselas solo con su pequeño, bello y deprimido psicópata.

-Si una persona se acuesta contigo, pero no quiere saber nada de ti...

-Te esta utilizando- tajó el hombre de cabello crespo del otro lado de la barra, en tanto se aseguraba de limpiar con un trapo una de las costosas botellas de colección apiladas en la repisa de cristal.

Klaus exhaló con gran pesar. Apoyó los brazos sobre la barra y la cabeza sobre estos.

-Y si la persona que te utiliza es tu vida entera. Lo que más amas en el mundo- siguió quejándose con la esperanza de recibir una mejor asesoría gracias a la generosa propina que había dado nada más llegar.

Pensativo, el barman le acercó un nuevo trago con hielos.

-Entonces quizá sea la hora de buscarte un mundo nuevo- sugirió alzando la voz cuando una nueva canción se elevó a través de las bocinas-. A menos que seas masoquista...salud.

-Salud- remató Klaus, empinandose el nuevo trago.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora