XXII

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—¡Fondo!, ¡fondo!, ¡fondo!, ¡fondo!

Los gritos se tornaban más fuertes y energicos a medida que crecía el círculo de personas formado alrededor de la amplia mesa en el jardín. El alegre ambiente revestido de autentica algarabía llegó a su cénit luego de que el líder de la secta se empinara los restos de alcohol dentro de la botella.

El galimatías volvió a estallar, esta vez a tráves de fuertes vitores acompañados de silbidos y aplausos. Las batas blancas ondeando en el aire.

—¡Klaus!, ¡Klaus!, ¡Klaus!, ¡Klaus!

El vocerío se intensificó mientras los puños se elevaban hacia el cielo. La figura tambaleante bajó entonces de la mesa. Siempre sonriente y con pasos inestables, se abrió paso entre la muchedumbre para llegar a la mansión, mostrando a sus fieles seguidores las palmas de sus manos tatuadas, repartiendo saludos y besos aquí y allá.

La resaca le vendría buena esta vez, pero no le importaba. Ya nada lo hacía. Desde hace tiempo que dejó de esforzarse por mantenerse limpio y sobrio.

¿Qué caso tenía ser mejor persona si quien le motivaba no estaba más?

Tres años errando por las ciudades y su única salvación surgió de la forma más inesperada de todas. Ahora estaba en la cima. Aunque sus poderes se habían bloqueado del todo. Era mejor así. Lo último que Klaus necesitaba era saberse rodeado de muertos. Además, la única persona fallecida con la que deseaba tener contacto, estaba sana y salva.

—¿A qué no puedes repetir mi hazaña?— inquirió a la silueta del comedor. Ben se dio la vuelta, dejando el pan tostado y los cubiertos sobre el lavabo. Observó brevemente a Klaus y se acercó despacio para examinar su torpe postura.

—¿Hasta cuando aprenderas a medirte, Klaus?— le riñó, viendole zigzaguear hasta la nevera para servirse un vaso con agua—. Espero que no vertieras drogas en la bebida, o en serio te pondrás mal otra vez.

—Oh, bah. Media bolsita no hace daño a nadie— se jactó entre sorbitos de agua fría—. Además, yo mando aquí. Todos hacen lo que les digo. Incluso tu— sonrió con temeridad, apuntando el pecho de Ben. Este lo tomó cautelosamente de los brazos.

—Será mejor que te recuestes un poco o terminaras rompiendo toda la cristalería de nuevo.

—Al diablo con los platos y la cocina perfecta— enfatizó Klaus, abriendo y cerrando los dedos índice y medio de cada mano—. Quisiera otro brandy para poder dormir bien— hipó al saberse conducido a su recamara en la segunda planta—. Quiza tenga ese sueño hermoso de nuevo donde un ángel me visita.

Ben suspiró hastiado con la reiterativa, frenando su caminata a media escalera.

—Creí que ya lo habías superado y aceptado que las cosas son muy diferentes ahora— le reprochó de mal humor—. Cada vez que te emborrachas o te drogas, te pones a parlotear sobre lo mismo. Es cansino, Klaus.

Klaus respingó.

—Si, ya. Ya me callo— fingió ponerse un cierre en la boca y siguió avanzando con torpeza, apoyado siempre en Ben. Vaya endiablada terquedad suya por tocar temas que no debía. Irónicamente estaba en la gloria ahora, pero se sentía más en el fango que nunca.

¿Y qué si tenía todo lo que alguna vez soñó?

Por fin había dejado de ver espíritus en todos lados. Ben estaba vivo. Él era rico, tenía su propio culto de seguidores que le eran fieles a su ideología hedonista. Vivía como un rey y lo trataban como tal. Podía hacer lo que quisiera y tener fiestas todos los días. Pero le dolía horrible el corazón.

Dolía tanto que tenía que adormecerlo con toda clase de excesos. Pero en el fondo sabía que Ben tenía razón. Era hora de dejarlo ir. No le hacía ningun bien atormentarse por alguien que ya no estaba en su vida. Ni siquiera era capaz de saber si seguía vivo o muerto. Ya no podía contactar con los muertos, ni lo intentaría jamás. Tendría que dejar todo recuerdo atrás, seguir con su vida y salir adelante. Disfrutar de lo que poseía ahora.

Se había descuidado mucho esos últimos años. Su aspecto se adivinaba un tanto desaliñado. Se había dejado crecer la barba y el cabello y sus atuendos eran más holgados y brillantes.

Al dejarse caer sobre la cama, sintió que todo a su alrededor daba vueltas. Sumergido en el mareo del licor, alzó el brazo y se descubrió la manga de la chaqueta para ver por última vez el tatuaje del número 5 que se había hecho hace un par de años. Tendría que cubrirlo con alguna otra cosa.

—Si solo supieras, oh tiempo, te sorprenderías al saber...— hipó delineando con la yema del índice el contorno de la tinta—. Que a veces deseamos más tiempo con las personas que menos podemos estar.

Cerró los ojos para aplacar el mareo que rápidamente se potenciaba. Ahora sonreía ampliamente, aunque no lo sentía. Había un revoltijo girando en su estómago, y otro más en su vacío corazón. Estaba hueco desde aquel día en que lo perdió. Y era egoísta por no preocuparse por el resto de sus hermanos, pero intuía que se encontraban en buenas condiciones, donde sea que estuvieran actualmente. Seguro Cinco también estaba bien. Había conseguido su próposito de detener el apocalipsis. Ya no lo necesitaba para nada.

Mientras se rendía al sueño, una lágrima afloró y se desvaneció cuesta abajo por su mandíbula.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora