El recorrido desde la mansión hasta la plaza, con el sol en su máximo esplendor, había sido bastante ameno. Pese a que Klaus no había cerrado la boca un solo minuto de la caminata, llenando cualquier incómodo silencio que pudiera surgir entre ellos con un extenso monólogo que versaba sobre recuerdos o anécdotas baladíes de sus anteriores viajes por el mundo.
Cinco lo había escuchado con atención, envuelto en un halo de taciturna circunspección, atrapados sus pensamientos entre la dialéctica de Klaus y la subyacente preocupación por el apocalipsis que se encontraba cada día más cerca. Tenía que encontrar pronto el error de cálculo o no le quedaría más remedio que usar el maletín de la comisión.
La moderna edificación de la plazoleta presentaba una arquitectura elíptica, bordeada de extensas glorietas en su zona comercial y numerosos jardines de altos setos que contrastaban con amplios y llamativos letreros luminosos, propios del urbanismo. A Cinco se le antojó excesivamente vistoso y concurrido, pero no llegó a verbalizar su opinión cuando Klaus lo tomó del brazo para empezar el recorrido. Ni bien atravesaron las puertas corredizas de cristal, Cinco jaló de su brazo para deshacerse del agarre. Imperterrito, se acomodó el cuello del saco y se volvió a mirar a Klaus, quien a su vez le estudiaba, no sin cierto desconcierto por su antipático y torvo proceder.
—Aún si no estamos en la mansión, las reglas siguen siendo las mismas— le espetó en tono autoritario—. Te vendría bien no olvidarlo, Klaus.
La postura desenvuelta de Klaus se tornó tensa unos segundos. Después exhaló pesadamente y le sonrió con un dejo conciliador.
—Bien, lo pillo. No tocar, no besar, no flirtear— numeró con los dedos en su pretendido afán por recordarlo—. ¿A dónde iremos primero?
Cinco lo meditó brevemente, viendo con sus agudos ojos azules a las personas entrando y saliendo en un ambiente bullicioso de los múltiples establecimientos a la redonda. Hizo una rápida inspección en su amplio rango visual, catalogando los pisos en orden de importancia segun el consumo público. La primera planta estaba dedicada exclusivamente al esparcimiento. Restaurantes, puestos de bebidas, tiendas de abarrotes, cine y juegos en su mayoría.
El segundo estrato lo conformaba la sección de atavios, mercadería, artículos de uso personal, productos para el hogar y servicios genéricos varios que iban desde peluquerías, hasta masajes.
Por sistema de eliminacion, la tienda de electrónica y herramienta que él buscaba, debía encontrarse, por tanto, en el tercer nivel.
—De acuerdo, Klaus. Tu iras al segundo piso y yo al tercero— estableció, monocorde—. Te esperaré junto a la fuente de sodas. No más de media hora.
La expresión suavizada de Klaus sufrió un notorio cambio ante semejante propuesta.
—No, ¿Qué?, momento— se quejó, reteniendolo del codo sin importarle la mirada asesina de su pseudo acompañante—. Se supone que veníamos juntos, ¿Qué caso tiene hacer las compras aparte?, necesito que me digas qué ropa me queda mejor. Ya sabes— sonrió entusiasta—. Algo asi como apoyo y criticas constructivas.
—Dudo tener una sola crítica de esa categoría dirigida a tu tipo de vestuario— anunció Cinco, impasible—. Y sería mucho más rápido si cada quien va exclusivamente a lo que vino.
—¿Y si te acompaño y después vienes conmigo?— insistió Klaus, torciendo los labios en expectativa. Pero no le sirvió de nada. Cinco negó en ademán, poco acostumbrado a tanta parafernalia y afluencia de personas, solo quería salir de allí cuanto antes.
—Media hora, Klaus— avisó antes de echar a andar hacia las escaleras eléctricas. Klaus se quedó de pie, parpadeando y viéndolo perderse entre la muchedumbre.
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Quid pro quo.
Fiksi PenggemarUn intercambio de favores dice más que mil palabras. The Umbrella Academy. [KlausxCinco]