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El cuarto de la centralita infinita supuso una tentación enorme para número Cinco. Con todas esas pantallas y paneles de monitoreo a su alcance que registraban la actividad de las líneas del tiempo.

Podría rastrear a sus hermanos. Pero de nada le servía saber la ubicación si no podía trasladarse allí.

Afligido, se tocó la zona que dividía su hombro y el cuello. Cada ciertas horas los empleados de la encargada se aseguraban de administrarle algún sedante para bloquear sus poderes.

No iba a ser fácil escapar. Además estaba la amenaza latente hacia Klaus. No podía jugársela así como así. Tenía que encontrar la forma de acabar con la encargada de una vez por todas para poder regresar a su línea de tiempo.

Los hologramas de las computadoras respondían al tacto de sus dedos. Podía ampliar imágenes, buscar en los mapas, avanzar o retroceder en el tiempo. Pero solo eran réplicas en pixeles. Tecnología avanzada, pero a la vez, lo suficientemente retrógrada para impedirle hacer uso total de ella.

En otros términos, era capaz de encontrar cualquier anomalía en la tierra, pero no de interferir. Su trabajo solo era ubicar la raíz del problema para que los lacayos de la encargada pudieran poner sus manos en el asunto.

¿Cómo podía Cinco usar ese escenario a su favor?

La pantalla emitía un diminuto parpadeo de luz roja cuando localizaba potenciales amenazas en el plano geográfico.

Había detectado al menos un par desde que llevaron a Cinco al cuarto.

Decidió explorar a través de los puntos cardinales, siguiendo la trayectoria del centelleo hasta dar con la primera causa.

—No es posible— Cinco se sorprendió hablando en voz alta cuando se percató del año, el sitio y los responsables señalados.

Dallas Texas, 1970. Diego Hargreeves, Klaus Hargreeves, Vanya Hargreeves.

Cinco sintió que sus latidos se aceleraban.

"Esos idiotas"
**

Después de otra rotunda negativa por parte de Allison, Klaus se había deprimido mucho más. Esa noche bebió hasta casi quedarse ciego. Le dolía que a nadie más le importara algo que para Cinco había sido primordial.

Se suponía que eran héroes, pero ninguno se tomaba en serio su papel más que Cinco. Diego había tratado de ayudar, pero su temperamento le había impedido avanzar luego de que Allison acabará cerrándole prácticamente la puerta en la cara. Después de eso Diego se había ido rabioso a la mansión sin siquiera esperarlo.

Klaus había enviado a todos sus fieles a buscar a Luther y Vanya. Ben ya no quería tener que ver nada con ellos de todos modos, y Klaus no quería liar más las cosas con Cinco. Así que eran los últimos aliados que le quedaban.

La zozobra no hizo más que empeorar cuando decidió entrar a la habitación que antaño usara Cinco para hacer sus cálculos sobre el tiempo.

Todo era un revoltijo de ecuaciones. Y Klaus estaba demasiado ebrio para poder leer nada. No que fuera a entenderlo de todas formas. Sólo quería echar un vistazo, tratar de encontrar una pista que lo condujera a su amado.

En el armario encontró el maletín a medio reparar y los materiales que había conseguido Cinco para arreglarlo.

Las únicas piezas que conocía eran el destornillador y el soldador.

Pero ¿Qué le hacía falta al maletín para que funcionara?

Klaus se sentó sobre la alfombra, ignorando los bufidos y golpes de Diego en la planta baja. Lo oyó maldecir sin control y caminar como un león enjaulado.

"¿Ahora quien no está siendo de ayuda?"

Y estaba ebrio. Era un estúpido y no sabía nada de matemáticas, pero en el extremo inferior del maletín encontró instrucciones a medias escritas por puño y letra de Cinco.

Había escrito 5 pasos a seguir, pero solo había esclarecido los primeros 3.

Bien. Con eso debía bastar. 

Klaus ajustó los tornillos que coincidían con la forma hexagonal del destornillador. Después soldó un par de cables y el maletín empezó a emitir un destello azulado similar al que manaba de las manos de Cinco cuando hacía su teletransportacion.

—Klaus, ¿Qué es todo ese ruido?

Diego entró al cuarto justo cuando la luz azul crecía mediante una onda expansiva que cubrió toda la habitación.

En segundos atravesaron el portal divisorio del tiempo y el espacio.

Fue como descender por una rampa electrificada a toda velocidad. Cayeron sobre el asfalto desde casi dos metros de altura. Klaus se quejó y se sujetó adolorido la pierna derecha mientras Diego, que había aterrizado correctamente de pie, miraba desconcertado en torno suyo. 

—¿En dónde diablos estamos?

Boquiabierto y confundido, Klaus se encogió de hombros.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora