XVI

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Pasaba de la media noche. La luna redonda y platinada asomaba entre las densas nubes en todo su esplendor, bañando edificios, caserones y aceras en una tenue luz diáfana.

Al bajar del taxi, Klaus se entretuvo un rato más, apoyado contra la enorme reja métalica que daba acceso a la mansión.

Los húmedos y colosales magnolios del jardín meridional que rodeaba la valla parecían moverse, pero en realidad se trataba de su visión borrosa e inestable, producto del alcohol exitosamente filtrado en su sistema.

—Este musgo es tan...brillante, ¿No te parece, Ben?— estiró los dedos a las enredaderas y se tambaleó, desbalanceandose, tropezando con sus agujetas, dando un par de traspiés y cayendo pesadamente de bruces contra el asfalto.

Ipso facto le pareció oír a Ben diciendo que se lo merecía y que entrara de una buena vez antes de que alguien más lo viera en ese estado.

—No seas... mojigato— articuló entre sonoros hipidos que competían con el trino de algunas aves posadas en las ramas suspendidas sobre la reja. Con gran dificultad, pudo incorporarse—. Solo fue una botella— sonrió colmado de gracia, haciendo amago de empujar a Ben, olvidando su condición de fantasma. En menos de tres segundos volvió a dar al piso. Oh, que bien se estaba allí, tirado. Sin preocupaciones de nada.

Podría hacer ángeles de...¿tierra?

—¡Klaus!

La grave y potente voz de Luther lo devolvió a la realidad. Se apoyó sobre los codos y alzó el brazo para saludarle como todo un bobalicon.

¿Estaría acaso su amado despierto a esa hora?, ¿Aceptaría aunque sea un beso, aun cuando su aliento apestaba a brandy barato?

La reja fue abierta en un santiamén y Luther le ayudó a levantarse, tomándolo debajo de las axilas en tanto paseaba su mirada, ahora preocupada, por el exterior de la mansión.

—¿En donde está Cinco?

La sola pregunta bastó para bajarle a Klaus la ebriedad de golpe.

—¿Qué quieres decir?— se sacudió la ropa y miró consternado al grandulón que se había cuadrado como una mole en la entrada.

—Salió hace varias horas a buscarte.

De nuevo Klaus sintió que perdía el equilibrio, pero esta vez no fue a causa del alcohol sino del vértigo de una pesadumbre desconocida hasta entonces.

***

Desde que Allison, Vanya y Diego salieron para buscar a Cinco, Klaus no había dejado de caminar ansiosamente por el corredor, mordiéndose las uñas y suplicando mentalmente porque lo encontraran pronto.

Había sido idea de Luther que ellos dos se quedarán en la mansión haciendo guardia en caso de que regresara pronto. Posiblemente Cinco estaba recorriendo distintos bares de la ciudad en su búsqueda y cuando no lo encontrara en ninguno, optaría por regresar. Si, definitivamente eso haría. Aunque ya habían transcurrido varias horas desde su partida.

—Solo quiero que este bien— susurró Klaus, recargandose en una de las columnas de granito, deslizándose hasta quedar sentado, con las rodillas flexionadas a cada lado. Que congoja era saberse responsable de todo.

Por ser un cobarde le ocurrían esas cosas.

—Regresa pronto, Cinco— se frotó los labios con los nudillos y apretó los ojos—. Vuelve a casa amor mío.

A casi una hora de enunciado su último ruego, la puerta principal se abrió con el molesto rechinido de la madera. Luther no terminaba de levantarse del sofá, pero Klaus, que ya asomaba por el pasillo, sintió que las rodillas le flaqueaban súbitamente. La expresión calma de su rostro se esfumó por completo. Perdió el aliento y un escalofrío recorrió su espalda al ver a Cinco apenas sostenido en pie, con el cuerpo y el rostro empapados de sangre. Horrendas manchas escarlatas salpicando su bello rostro aquí y allá.

—Ci...Cinco— vaciló, la voz entrecortandose en conjunto al temblor que sacudía su cuerpo por dentro. El corazón le latía aceleradamente. Se sujetó la frente con desespero, se frotó rostro con ansias y se despeinó el cabello en un burdo intento de espabilar de tan pavorosa visión. Sus pupilas mieles vibraron consternadas, fijas en la silueta que parecía sacada de una de sus eternas pesadillas.

Si, eso debía ser. Estaba dormido. Estaba soñando.

Cual autómata tirado por invisibles hilos, Cinco dio un paso, se quedó de pie, quieto, exhausto, la mirada velada por el agotamiento, intentó avanzar un paso más y se desplomó.
***

A medida que corrían las horas, las visitas al cuarto de Cinco se habían ido sucediendo con menos asiduidad. En ningún momento Klaus abandonó su sitio en la silla junto a la cama. Después de que Grace y Luther se dieran a la tarea de reanimarlo con varias compresas de agua fría. Por largos minutos Klaus había estado afuera del dormitorio en shock, sin poder reaccionar o siquiera ser de ayuda. Tan afectado se encontraba que Luther había tenido que salir a informarle sobre el estado de Cinco para calmarlo.

Afortunadamente la mayoría de la sangre no pertenecía a Cinco. Y en realidad, lejos de la severa extenuación física y un corte de no más de seis pulgadas en su antebrazo derecho, se encontraba bien.

Acabada la última visita de Vanya, Klaus pudo relajarse y dejar la silla para acercarse a la cama. Había remojado algunos paños en agua tibia, pero no se había atrevido a acercarse hasta que se supo a solas con él.

Nadie estaba al tanto de lo que había sucedido, pero sabían que lo más prudente era dejar a Cinco descansar y turnarse para cuidarlo durante la noche por si alguna amenaza se presentaba.

Klaus no pensaba dejarlo a solas de nuevo. Ya no. Se había llevado un susto de muerte al verlo ensangrentado y fuera de si. Si algo llegaba a pasarle por su culpa...

Aunque ya era su culpa el que Cinco estuviera así. Lo habían atacado mientras salía a buscarlo. Nunca debió dejar la mansión...otra vez. Inconscientemente terminaba arrastrando a Cinco en sus problemas.

—Te amo tanto que no creo vivir mucho más si llegas a faltar antes que yo— confesó, exprimiendo uno de los trapos para proceder a limpiar con cuidado las diminutas manchas de sangre seca en sus mejillas—. Cuando despiertes, dejaré que me golpees y trataré de contactar con papá— se inclinó y besó con suavidad su frente, luego su mejilla y finalmente sus fríos labios.

Gracias a su terquedad, le habían asignado el primer turno, pero estaba dispuesto a quedarse con Cinco hasta el amanecer si hacía falta.

De todos sus hermanos, siempre había sido el más débil e insignificante. Nada había cambiado con los años. Se avergonzaba de si mismo, de su estilo de vida repleto de toda clase de libertinaje, de las múltiples sobredosis y de aquella vida tan vacía y llena de excesos dañinos. Ahora que finalmente tenía algo bueno en su vida, no se arriesgaría a perderlo, mucho menos renunciaría a él.

—Vas a estar bien. Eres mucho más fuerte de lo que aparentas— soslayó, acariciando los cabellos oscuros con una mano y entrelazando la otra con la mano de Cinco.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora