XIV

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Afuera de la mansión el cielo azul intenso se hallaba salpicado de viajeras nubes esponjosas. Una brisa cálida y deliciosa soplaba cerca del jardín. Enseguida, Klaus alzó la mirada hacia la ventana abierta del piso superior de la mansión.

"Cinco"

Se estaba perdiendo de la diversión. Tantas cosas que podrían hacer en un día tan agradable como ese, y sin embargo, Cinco llevaba dos días consecutivos afinando fallas en los ejercicios matemáticos.

Que lo entendiera, que era muy importante pues debían efectuar el salto espacio-temporal antes de que finalizara la semana o habría graves consecuencias.

—Siempre está exigiéndose tanto— comentó a Ben, quien le seguía de regreso a la mansión—. Siento que se ha perdido de muchísimas cosas por tratar de salvarnos.

"Cinco sabe distinguir entre lo que es importante, Klaus" le reprendió la aparición. "Tu te tomas las cosas a la ligera, él no. A ti te gusta perder el tiempo y relajarte lo más posible, mientras que Cinco busca anticiparse a los problemas. De hecho, no entiendo como es que ustedes...

—¡A callar, Casper!— le azuzó Klaus al dirigirse al comedor con una sonrisa de oreja a oreja.

Los únicos presentes en la mesa, Diego y Luther, le miraron con desconcierto.

—¿No ibas a un club privado?— inquirió Diego, confundido por la pronta vuelta. Klaus apenas si había estado unos minutos fuera. Seguro había olvidado algo. O a alguien....

—Cambié de opinión, hermanito— replicó Klaus, tomando un puñado de galletas con chispas de chocolate y avena del tazón de la mesa para envolverlas en una servilleta.

—¿No desayunas con nosotros?— se interesó Luther—. Vanya y Allison salieron desde temprano a hacer las compras. Y mamá esta recargando sus baterías en el sótano.

—Si, suena tentador pasar tiempo con ustedes chicos, pero...debo ayudar a Cinco con esos cálculos.

Aquello indudablemente le hizo gracia a Diego porque no aparentó la amplia sonrisa burlona. 

—¿Tú resolviendo ecuaciones?...por favor, Klaus, ¿Qué inhalaste esta vez? 

Era, contra todo pronóstico, una buena pregunta. Luther lo dio por hecho al trozar una galleta de avena entre sus dientes.

—Dudo que Cinco acepte cualquier ayuda en este momento— hizo notar—. Le pidió a Grace que nadie lo molestara las próximas horas.

—Eso no aplica para mi— farfulló Klaus, frunciendo un poco los labios, irritado.

Diego negó con la cabeza al verle tomar la cafetera vacía para ir a la cocina a preparar más.

—Diez dólares a que lo saca en menos de diez minutos— apostó en un murmullo. Luther cerró los ojos ante el poderoso estruendo de una vajilla rompiéndose en la cocina y a Klaus maldiciendo entre agudos chillidos por haberse quemado con el agua.

—Que sean veinte— aceptó, sacando su billetera y dejándola sobre la mesa.
***

Tras casi tres cuartos de hora en la cocina, una vajilla hecha trizas, varios desperdicios de filtros y cucharadas enteras de café y azúcar, al fin Klaus conseguió preparar una bebida medianamente decente.

Ya le demostraría a ese par de escépticos la altisima estima en la que lo tenía Cinco. El simple hecho de pensarlo, lo hacía esbozar esa sonrisa bobalicona, propia de todo auténtico enamorado. Y que ganas de besarlo sentía. Nunca tenía suficiente de sus besos, de esa boca en apariencia timorata y educada que lo hacía tiritar de gozo.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora