IX

259 31 0
                                    

Por dos noches consecutivas Cinco había cuidado de él como si se tratara de un ave desamparada al caer del nido. En su compañía, perdido en aquella mirada azulada camuflada de arrogante petulancia, Klaus encontró el refugio para todos sus malestares. Las ansias habían remitido hasta diluirse por completo, la necedidad enfermiza por esnifar algo perdió fuerza. Había tenido fiebre y escalofríos aunados a un terrible e insoportable dolor de cabeza. Pero se obligó a permanecer limpio como si su propia vida dependiera de ello, y en parte, asi era. Cinco había vuelto a trasladar parte de su mobiliario al sótano para mantenerle vigilado. Y Klaus jamás se sintió más relajado y feliz de poder mirarlo garabatear sus incomprensibles fórmulas matematicas en el pizarrón por horas. Verle anotar a las prisas y llenarse del polvillo de tiza era un deleite a sus ojos. Oírle murmurar sobre coordenadas cambiantes tampoco era tan malo. Cinco no había mencionado nada sobre el beso, y para Klaus estaba bien. Tampoco quería agobiarlo y mucho menos alejarlo con un sentimiento unilateral.

Lo horrible había sido que lo ignorara por dos días completos sin tener la más remota idea de a qué atenerse, pero las cosas por fin estaban mejorando entre ellos.

Esa mañana al despertar y no ver a Cinco durmiendo en la colchoneta junto a las tuberías del sótano, Klaus se había apresurado a buscarlo por toda la mansión. De nuevo todos tenían cosas qué hacer. Vanya con sus clases de violín, Allison tratando de localizar nuevamente a su familia, Luther haciendo dinero a cuesta de sus descomunales músculos y Diego perdiendo el tiempo intentando dar con el paradero de su novia.

Después de vestirse unos pantalones de vestir y una chaqueta de cuero gris junto a sus botas de hebilla ancha, Klaus decidió qué su guardaropa ya estaba obsoleto y pasado de moda. No tenía nuevos atuendos y él gustaba de vestirse vanguardista para sentirse bien consigo mismo. De repente tuvo la idea, al contemplarse en el espejo, de que le hacía falta salir de compras. Siempre era aburrido ir solo a escoger prendas a las boutiques de la plaza. Además, ya se estaba recuperando de su adicción a las drogas. No había consumido nada y ni falta que le hacía. Aunque las noches estaban plagadas de pesadillas y entes salidos de las más horrendas y variadas películas de terror.

Ya se había hecho a la idea de que se encontraba solo en la mansión cuando notó por el grueso vitral del comedor la silueta de Cinco de pie a mitad del patio. Estaba vuelto de espalda, asi que no podía ver su expresión ni lo que hacia, pero intuyó vagamente de qué se trataba al recordar el funeral de su padre. Sus cenizas siendo esparcidas justamente en el punto donde se encontraba Cinco. O tal vez sus pensamientos se encauzasen hacia algo muy distinto, no podía asegurarlo asi como asi.

Klaus entreabrió los labios para llamarlo. No logró su cometido cuando vio a tráves del cristal las nubes grises que se habían acumulado en el cielo. Una corriente de aire sopló con fuerza, arrastrando un remolino de hojarasca y polvo por el pórtico. Inmediatamente después se desató la lluvia. Primero gotas diminutas surcando la tierra como centenares de hormigas, después circunferencias gruesas del grosor de una moneda.

"Cinco"

Klaus se precipitó corriendo hasta el vestíbulo, derrapó junto a los sofás recien tapizados y tomó dos sombrillas de la cesta de mimbre antes de retomar su carrera, esta vez hasta el jardín, donde Cinco permanecía impasible y cabizbajo, con las manos dentro de los bolsillos del short. No se inmutó cuando Klaus abrió una de las sombrillas para protegerlo de la lluvia torrencial que azotaba con inclemencia los alrededores. Sus negros y lacios cabellos de obsidiana escurrían chorros de agua, al igual que su uniforme.

Klaus abrió la otra sombrilla para guarecerse, pese a que se había empapado al llegar a esa parte del jardín alejada de la puerta.

—Pensé que todos se habían ido— comentó por decir algo, ansiando iniciar una conversación para distraer al otro, convencido de que Cinco se encontraba decaído por el recuerdo de su padre, aunque nunca lo demostraba.

—Pensaste mal— objetó Cinco, alzandose de hombros. El hoyuelo de su mejilla se acentúo a mitad del pretendido esbozo de sonrisa al ver a Klaus mojado de pies a cabeza—. ¿De verdad eres tan idiota para venir hasta aquí sin abrir antes las sombrillas?

—¿Eh, me has llamado idiota?— Klaus parpadeó y se señaló el pecho con simulada ofensa, internamente feliz por ser motivo de la bella sonrisa de Cinco. Porque amaba su sonrisa, en realidad todo de Cinco le encantaba, pero era inusual verle sonreír sin dejo alguno de irritante ironía o falso engreimiento—. Llegaste del futuro a tráves de un portal en el cielo a pocos metros de aquí— recordó de pronto, señalando un punto aproximado en el cielo—. Fue como ver caer a un ángel— mencionó sin pensarlo, retractandose al notar que la sonrisa de Cinco se desvanecía—. Quiero decir...

—No importa— le cortó Cinco, nuevamente a la defensiva. Klaus aventuró que se había incómodado por lo que aparentaba ser un intento de flirteo, pero no podía evitarlo. Le gustaba demasiado. Haría cualquier cosa por él—. ¿Crees que nuestro padre era malo?

La pregunta de Cinco lo confundió.

—Malo, ¿En qué sentido?— inquirió, con las imagenes de sus encierros muy nítidas. Luego los de Vanya, la muerte prematura de Ben, los informes de la luna sin abrir de Luther. Se reprochó haber preguntado, pero curiosamente Cinco no parecía ofendido. Se giró a observarlo detenidamente, su rostro era un lienzo en blanco, imposible de interpretar.

—Me refiero a que nos hizo daño de varias formas— profirió con sequedad—. Nunca tenía tiempo para nosotros y no nos permitió tener una infancia normal como el resto de los niños. Pero gracias a él nos conocimos, ¿Cierto?, de no habernos adoptado, seguiríamos esparcidos por el mundo y jamás nos habríamos reunido. Asi que crecer unidos fue lo mejor que hizo por nosotros.

La marcada melancolía que había resplandecido momentaneamente en los ojos azules de Cinco se trocó en un inmenso vacío. Del todo a la nada, como si realmente fuera capaz de desconectar sus emociones a voluntad. A Klaus le asustó la posibilidad de que asi fuera. Porque ¿Cómo podría llegar a él de ese modo?

—Lo mejor que me ha pasado en la miserable vida ha sido conocerlos a ustedes, Cinco— confesó a viva voz, girando la sombrilla y botandola lejos para mojarse a sus anchas, ya sin importarle nada. Rió encantado. Estaba mojado de todas formas. Giró dando vueltas una y otra vez con los brazos extendidos y la mirada vuelta al cielo. Cinco lo seguía atento con la mirada—. Si tuviera la oportunidad de volver a nacer en una familia normal o con mis locos hermanos, los elegiría sin dudar. Además...

"Eres lo más valioso que tengo"

—Me gusta pasar tiempo contigo, Cinco. De hecho iba a pedirte que me acompañaras a hacer las compras mañana a la plaza ¿Qué dices?

Cinco bajó poco a poco la sombrilla. A diferencia de Klaus, la dejó con cuidado en el suelo y cerró los ojos para gozar del fresco rocío que le salpicaba el rostro.

—Ir de compras suena bien— reconoció ante un boquiabierto y estupefacto Klaus que no creyó ni de coña que fuera a aceptar tan fácil—. Podría adquirir unas piezas para el maletín por si se llega a averiar.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora