XV

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"No puedo hacerlo" pensó Klaus, por primera vez afligido de no poder acatar una petición en apariencia asequible. Alargó el brazo hasta la botella de brandy dispuesta sobre la barra del bar y se empinó varios tragos de golpe. El gusto seco del licor en estado puro le raspó la garganta y le quemó las entrañas cual si se hubiera pasado un fósforo encendido por la tráquea.

Junto a él, cubierto su rostro por la capucha oscura de su sudadera, Ben no dejaba de reprocharle semejante perdida de autocontrol.

—De verdad... no puedo hacerlo, Ben— Balbuceó, su lengua trabándose a medida que el alcohol hacía de las suyas en su sistema, opacando sus pensamientos. La honda desazón que lo envolvía al pensar en decepcionar a Cinco, lo sumía en una desesperación tan volátil y oscilante como las estramboticas luces titilantes del antro.

Para empezar, ¿Por qué se creía Cinco que Reginald Hargreeves iba a querer contactarlo ahora siendo que no lo había hecho antes?

Mejor aun, ¿Por qué tenía que ser Klaus quien lo buscara?

—Ese viejo me odiaba— recordó, alargando el siguiente trago lo más que le fue posible. Extrañaba tanto adormecer su habilidad y sus emociones, rodear de neblina el pasado—. Y Cinco se molestara porque no puedo buscar su esencia así de borracho.

Su risa jactanciosa reverberó, mezclándose y perdiéndose con el elevado sonido de la música en el establecimiento. Desde que Cinco había acudido a su recámara esa mañana para solicitarle ayuda (Un apoyo genuino desde que habían pactado aquel acuerdo), Klaus se había acobardado al revivir en su memoria los múltiples y prolongados castigos a los que se había hecho acreedor en la habitación oscura.

Si antes bien Reginald no le prodigara una sola muestra de afecto, tal carencia había sido recompensada en creces con los encierros que pretendían pulir su habilidad de comunicarse con los espíritus. Sólo era un chiquillo entonces, uno muy tonto e ingenuo que no quería utilizar aquellos poderes tan siniestros que le permitían invocar inconscientemente a los muertos. Y sin embargo al viejo nada parecía importarle. Ni sus gritos de auxilio dentro del reducido, desvaído y polvoriento espacio, ni los feroces golpes contra la puerta.

Jamás mostró tristeza o arrepentimiento de encontrarle inconsciente tras largas horas de agonía en un estado de absoluto terror y desesperación donde los fantasmas rebullían a su alrededor, cerniendose sobre de él como terroríficas sombras descarnadas. Figuras maquiavelicas inquietas que le seguían a todas partes mientras murmuraban cosas que no era capaz de comprender debido al pánico latente, a su espantadizo estado anímico. Siempre atrapado en una pesadilla sin fin.

—Prometí hacer lo que sea para...ayudar a Cinco— hipó, consternado—. Cualquier cosa, menos esto.

¿Cómo explicarle, de que manera hacerle entender que la noticia de la muerte del viejo en su momento, lejos de entristecerlo, lo había hecho feliz?

Sabía lo mucho que Cinco idolatraba y respetaba a Reginald. Seguramente lo ofendería si llegaba planteárselo siquiera.

Al menos ahora tenía una buena excusa para no buscar al anciano.

—Perdóname, Cinco— soltó al aire mientras se acababa el resto del licor.
***

Luego de un largo baño y horas enteras de profunda meditación a solas tras haber pernoctado casi siete horas, Cinco se sabía preparado para sacar provecho a cada minuto del día. Nada más vestirse su elegante y recién planchado uniforme, perfumarse ligeramente y acicalar cuidadosamente su cabello de obsidiana, se sentía más que dispuesto a empezar la compleja empresa.

El maletín parecía hallarse en buenas condiciones de ser utilizado, aunque no quería recurrir a él todavía. Llevaba, empero, la guía exhaustiva de la comisión para anomalías del tiempo, en tanto que el manual de paradojas espacio temporales y el de gestión de crisis asomaban de los bolsillos delanteros de su saco.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora