XXXII

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Klaus anduvo por uno de los amplios corredores hasta llegar a la biblioteca. se trataba del único espacio dentro de la mansión al que no solía acudir a menudo.

Nunca en realidad.

Había adquirido la mansión tal cual se encontraba. Decorada y amueblada para ahorrarse molestias tales como elegir el papel tapiz o los tonos de la bóveda que debían ir a juego con las cortinas, alfombras y sillones. Desde su mudanza y hasta la fecha, sus inquilinos y él mismo habían roto no menos de unas dos docenas de piezas de considerable valor. Cuadros, bustos artesanales, figurillas sin relevancia. Cada fiesta celebrada en la mansión equivalía a lanzar a la basura al menos un par de esos cachivaches.

Desde su primer día en aquella imponente estancia, Klaus había pensado derribar la biblioteca para amueblarla como un bar, pero lo descartó tan pronto cayó en la cuenta de que estaba tratando de replicar en apariencia a la academia Umbrella.

No, ese lugar debía ser diferente. Además, muy en el fondo sabía la verdad. Había albergado esperanzas casi extintas de reencontrarse con su amado.

Solo por ello desistió y la dejó tal como estaba, intacta, porque sabía que a Cinco le gustaría. La limpieza se hacía unas tres veces a la semana y gracias a ello no estaba en total estado de abandono.

Al entrar, su corazón se agitó dentro de su pecho cual redobles de tambor. Ahí estaba Cinco. Tal como lo imaginó. Misma apariencia lozana mientras yacía recostado boca abajo sobre la alfombrilla persa, sosteniéndose con los codos, reposando en completa concentración con aquella estampa soberbia apenas suavizada en sus estilizados rasgos otrora juveniles, apoyado junto a interminables pilas de libros, volúmenes tan gruesos que Klaus no habría osado husmear en ellos ni de broma. Le tomaría la vida entera leer uno solo de esos ejemplares y, además, no era como si los entendiera de todas formas. La biblioteca estaba equipada con libracos viejos de toda índole.

La tortura de unos, podía ser el oasis de otros.

En completo silencio para evitar interrumpirle, Klaus dio unos cuantos pasos dentro. Las pupilas ceruleas siguieron sus movientos con cuidadosa premeditación.

—Ahora no, Klaus— le oyó suspirar antes de dar vuelta a la página—. Estoy...

—Ocupado— completó con una sonrisa ladina extendiendose en sus labios. Pese a ello, se recostó al lado de Cinco y le rodeó los hombros con un brazo, pegándose más a él, hasta que pudo aspirar libremente la fragancia floral de su jabón. Siempre tan limpio, pulcro y apuesto—. No quiero distraerte, es solo que...— se inclinó sobre el costado del cuello nacarado expuesto y recorrió un tramo de piel con la punta de su nariz, complacido de sentir a Cinco estremecer bajo su cosquilleante caricia.

—Me has retrasado dos días con lo mismo, Klaus— farfulló Cinco en un intento por detenerlo, más sin embargo Klaus no cedió en su tentativa, atreviéndose a repartir besos en su nuca, luego en el cuello.

Aquel tacto incipiente le desesperaba y provocaba en igual medida, causando una extraña intoxicación a su sistema nervioso. Por más que Cinco odiara admitirlo, junto a Klaus se sentía más humano que nunca. Como si cualquier emocion pudiera emerger de la nada con su sola presencia.

—Klaus, en este momento no— replicó tan pronto las expertas manos lo aferraron de la cintura posesivamente. Las frías palmas intrusas colándose  bajo el saco y luego buscando debajo de la playera, acariciando cada contorno de su cuerpo, yendo desde el torso hasta la parte baja del abdomen.

—Lo siento. Es sólo que tengo muchas ganas de estar contigo— el susurro le llegó lejano y ronco. Su toque electrizante estaba surtiendo efecto, tan incontenible y arrollador como una avalancha de nieve. Solo que no era frío la sensación que predominaba en el cuerpo de Cinco.

Ansioso, se escurrió de aquellas osadas manos para ponerse en pie. Tan agitado se sentía que tuvo que sostenerse del respaldo del sofá de cuero para no caer cuando sus torpes rodillas flaquearon ante su repentino movimiento.

—Es importante, Klaus— le hizo ver—. Tengo un mapa de la metrópolis y sus núcleos comerciales. Debemos buscar en un radio estimativo de novecientos kilómetros cuadrados y tu solo tienes ganas de follar.

—Hacer el amor— corrigió Klaus, mordiéndose el labio por el seguro reclamo que anticipó al ver a Cinco entornar sus bellas pupilas azules con fastidio—. Esta bien, esta bien, encanto. Dije que iba a ayudarte y eso voy a hacer. No es mi culpa que cada vez que te veo me den ganas de tocarte y besarte.

"No te imaginas los años que tuve que reprimir esto que siento"

—Si realmente quieres ayudarme— suspiró Cinco, extendiendole un bolígrafo de tinta roja—. Empieza señalizando vías alternas de las rutas que enumere al reverso del mapa.

Klaus boqueó asombrado un par de veces al revisar el enorme listado que le aguardaba. Le llevaría horas trazar cada recorrido. Su buena disposición por serle útil a su amado se fue monumentalmente a pique. Aquello sin duda sería aburrido, tedioso y tardado. Era casi como volver atrás en el tiempo, a sus años en la academia cuando Reginald les instruía arduamente. En ese entonces Klaus tampoco entendía mucho al respecto, pero era Ben quien le ayudaba en ocasiones con las tareas.

Ben...

Ahora que lo recordaba, le había visto muy poco últimamente. En rara ocasión coincidían en las meriendas, y cuando ocurría, Ben solía excusarse y dejar su desayuno a medias. Se comportaba extraño, más de lo normal.

—Si, yo voy a...te ayudaré a hacer esto— estampó su dedo índice en el centro del mapa y se alejó dando traspiés hasta la entrada, pero entonces Cinco se teletransportó frente a él y lo tomó del rostro para besarlo en agradecimiento. Lo hizo de forma ferviente y audaz. Sus alientos se entremezclaron y Klaus se sintió excelso y colmado de placidez.

Sostuvo a Cinco de los hombros y empujó su lengua al instante, abriéndose paso con brusquedad en medio de sus labios, explorando, jugueteando y rebuscando la deliciosa humedad, el dulce néctar de su saliva.

Despacio, aferró con sus dientes el labio inferior, tirando con delicadeza para dar por finalizado el beso al serle imprescindible el oxígeno.

—Te amo, Cinco— lo sujetó de las mejillas levemente sonrosadas y lo besó en la frente como simple muestra de cariño.

En vista de que el aludido no respondía, Klaus decidió apartarse y salir de la biblioteca para buscar ayuda con su enmienda. El doloroso pinchazo en su pecho no desapareció ni cuando llegó a las escaleras. No iba a presionarlo, pero quería que Cinco lo dijera, que le hiciera saber que sentía lo mismo que él. Que lo amaba.

Anhelaba escucharlo de su propia boca, sin hilarancias, evasivas o sarcasmo de por medio. Solo la verdad. Clara, corta y contundente.

Entonces se sentiría mejor, más seguro consigo mismo y con la extraña pero gratificante relación que tenían.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora