XXXVI

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Klaus lo abordó en la cocina tan pronto Cinco hizo acto de aparición frente a la hornilla para prepararse su infaltable taza de café matutina.

Lo que debiera ser un impetuoso beso correspondido, transmutó a una caricia labial forzada, titubeante e indecisa por parte del recién llegado.

Cinco se apartó casi en el acto cuando los labios de ambos se encontraron. Ecuánime y acusador, miró a Klaus.

—Buenos días, mi amor— saludó el nigromante, ignorando el disgusto en la mirada azul acero, repasandole la mejilla con el revés de la mano, sus ojos verdes embebidos de cariño y adoración.

—Klaus— nombró Cinco a modo de advertencia, forzandole a cesar con la sugestiva caricia y retroceder un paso—. Elliot puede vernos— adujó como justificación. Sus relucientes ojos añiles suavemente entornados, estudiando la entrada del comedor, como si esperara que el susodicho fuera a irrumpir en cualquier momento.

Klaus lo entendió. Asintió y fue a tomar la cafetera para preparar café para ambos. Intentaba serenarse convenciendose de que ese sujeto se iría pronto. Desde su cita con número Cinco, dos noches atrás, su rutina diaria había dado un vuelco. Ni siquiera pudo darle a Cinco su segundo obsequio de la noche porque, cuando regresó de la mansión, aquel tipo extraño le fue presentado. Para Klaus figuraba como tal por el simple hecho de ser un humano. No era conocido y mucho menos de la familia.

¿Por qué había que guardar apariencias con ese tal "Elliot"?

¿Para qué hospedarlo unos días y permitirle irrumpir en sus vidas como un molesto vendaval arrancando las flores al término de la primavera?

Maldito Ben y su gran bocota.

Según el tal Elliot, fue Ben quien le dio indicaciones de cómo llegar a la mansión de los hijos del destino, ¡E incluso habló sobre el paradero de Cinco!

Klaus le habría dado un buen sermón a Ben de hallarse presente, pero no podía evitar preocuparse también por él tras enterarse de que Ben se había marchado, solo.

Eran demasiados problemas al mismo tiempo. Tendrían que ir a buscarlo, del mismo modo que habían intentado desesperadamente encontrar al resto de sus familiares. Pero Cinco insistía en encargarse primero de Elliot. Convencerlo de que todo iba bien para evitar mayores complicaciones.

—¿Te sientes bien, Klaus?

Confundido, Klaus parpadeó y se volvió hacia la barra desayunadora a tiempo para ver el bello rostro juvenil escrutandole con curiosidad. Sentía tantas ganas de besarlo y tocarlo, y sin embargo no podía. Desde la llegada de Elliot tenían que dormir incluso en habitaciones separadas.

Maldito moralismo y sus leyes ridículas.

—Si, todo perfecto— sonrió a medias y alzó su taza de cerámica para hacer una especie de brindis. Después se bebió el café de una sola vez—. No quiero sonar como un aguafiestas, pero...¿Sabes cuando se irá?

Un sutil encogimiento de hombros y Cinco sepultó la conversación. De pronto Klaus se sintió repelido, lo que le hizo experimentar a su vez una honda desazón, producto del comportamiento actual de su amado. Quería preguntarle tantas y tantas cosas, pero no sabía por dónde comenzar para no llegar a incomodarle.

—¿Quieres dar un paseo por el jardín antes de que Elliot baje? 

La sugerencia de Cinco renovó los latidos de su corazón.

—Nada me gustaría más que pasar un rato a solas contigo— enfatizó yendo a tomar la delicada mano de Cinco para ir hacia el jardín.

Afortunadamente hacía buen clima. Hundiéndose en el horizonte, la resplandeciente silueta del sol se adivinaba de un bello tono azafrán, cubriendo el paisaje con su brillante manto dorado.

Klaus decidió caminar en dirección opuesta al campo abierto. Rodeó la mansión y sin aflojar su agarre, condujo a Cinco hasta el solitario pero bien organizado garaje, sitio de oración los fines de semana.

Los residuos de los inciensos encendidos por la mañana fluctuaban aún en el aire. Lo mismo que el aroma de las veladoras apostadas en las esquinas.

Dos noches privado de la presencia y el tacto de su amado encendieron la pasión en Klaus ni bien se supo a solas y libre de riesgos.

Ni siquiera se tomó la molestia de cerrar la puerta. No había necesidad porque los fieles se encontraban reunidos en un círculo en el jardín lateral, teniendo su sesión matutina de yoga.

—Cuando dije paseo, me refería precisamente a recorrer el jardín— apostilló Cinco blandiendo un mohín de arrogancia cuando Klaus se apartó de sus labios y lo estrechó en sus brazos con ansias casi enloquecedoras—. No me siento seguro aquí, Klaus— manifestó—. Alguien podría vernos. Sobretodo Elliot.

—Estoy harto de Elliot— replicó Klaus, deslizando despacio sus labios por la clavícula de Cinco, deteniéndose apenas en su cuello antes de animarse a bajarle un poco el saco, el chaleco y la playera para besar su hombro nacarado—. Al diablo con Elliot, pídele que se vaya y hagamos el amor por toda la mansión— jadeó—. No resisto fingir que solo somos hermanos cuando mis manos cosquillean por tocarte, aun más en su presencia— reconoció, depositando un segundo beso para despertar una oleada de estremecimiento en el cuerpo de Cinco.

—No puedo solamente exigirle que se vaya— murmuró Cinco al recobrar un poco de su mellado autocontrol—. Elliot me ayudó a sobrevivir estos tres años cuando no tenía a nadie. Le debo al menos esto. Él ha sido como un padre. Se preocupa por mí.

Klaus cesó a mitad de otro beso en su cuello para subir de vuelta a reclamar sus labios.

—Yo me preocupo por ti— reprochó contra su boca—. Eres mi responsabilidad. Él ya cumplió con su parte. Solo...no soporto tener que competir por tu atención— lo abrazó con mayor fuerza, acorralandolo con su cuerpo y la pared a su espalda—. Pídele está noche que se vaya— susurró—. Hazlo o lo haré yo.

A punto de replicar, Cinco se tragó sus palabras. No pudo emitir su inconformidad porque Klaus se lo había impedido al hacerle partícipe de un beso más ímprobo que los que le había robado hasta entonces.  

No era un beso tierno, suave o apasionado.

Era un beso que urgía sentido de pertenencia, uno con el que Cinco nunca se había familiarizado.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora