VIII

266 36 2
                                    

Atípico. Así se sintió Cinco cuando corroboró en el reloj de pared que ya había pasado la hora del desayuno. Esta vez Klaus no se había presentado para invitarlo al comedor o preguntarle cómo se encontraba o incluso si necesitaba algo. Bien, quizá Klaus se había quedado dormido.

Cinco decidió consagrar su tiempo matutino en organizar un poco el dormitorio. Luego se aseó durante un largo rato, continuó inmerso en el estimativo de la integral final en la penúltima ecuación, aquel error de cálculo cuyo desenlace era su cuerpo adolescente. No quería crear más paradojas espacio temporales, ni desestabilizar más los sucesos. Todo lo que deseaba era evitar el cataclismo de la civilización actual.

Con gesto conspicuo, dejó las decenas de hojas en el colchón, se cruzó de piernas y mantuvo su mirada fija en la puerta, a sabiendas de que, en cualquier momento, Klaus llamaría. Se disculparía  de nuevo y Cinco le perdonaría su estúpida osadía, le permitiría redimirse y todo seguiría su curso. No había por qué conflictuarse. Ya había despachado los llamados de Grace, Allison, Luther y Vanya en su vitalicio propósito por saber cómo se encontraba. Y en esta ocasión fue su madre adoptiva y no Klaus quien le llevó el desayuno al cuarto.

¿Qué pasaba?

Tras otra hora de espera, una profunda irritación lo envolvió.

¿Tan simple se rendía Klaus?

La resiliencia adquirida en el desolador futuro sufrió una pequeña pero perceptible fractura dentro de Cinco. Gustaba mayormente de sentirse indispensable en la vida de otros, pero ¿Realmente era así?

Le asaltó de pronto una absurda epifanía de Klaus envuelto en un extravagante traje oscuro dentro del pub. Klaus y su indiscutible habilidad tenoria de rodearse de todo tipo de personas, mezclándose como si fuera uno más del montón, con la expresión distendida de eterno nefelibato, vanagloriandose en nubes tóxicas de humo de cigarrillo mientras se volvía partícipe de toda clase de impudicias.

"Klaus"

Un sabor amargo le quedó impreso en el paladar.

¿Por qué imaginaba un escenario así?

Mejor, ¿Por qué eso le molestaba?

Inclasificables. Así eran esas emociones pueriles que lo recorrían ahora. Quiso convencerse de que el repentino y categórico enojo había acudido a él por la segura transgresión de Klaus respecto al irrisorio convenio entre ellos, pero la verdad era otra. Le conturbaba pensarlo como el libertino que era. Su ego arrinconado y pisoteado de solo concebir el pensamiento de Klaus besando a alguien que no fuera él.

"¿Qué demonios me hiciste, Klaus?"

Con una zozobra que no le pertenecía, Cinco se aventuró al exterior de su habitación. La resolución confiada y arrogante de su mirada despedía un incoherente y absurdo disgusto ante hechos que escapaban a su lógica.

Sus pasos antaño aristocráticos se cargaron de rigidez e incordio. Espalda enhiesta, hombros tensos y el hoyuelo de su mejilla punzando sobre su comisura ahora esgrimida en una mueca de aparente desasosiego.

Lo buscó, primeramente en su habitación, pero esta estaba vacía. Siguió de largo al comedor en iguales condiciones. Grace y su perenne sonrisa de muñeca era la única presente, recogía los platos con movimientos mecánicos y calculados, inclinando su rígido cuerpo de derecha a izquierda de la mesa.

Cinco la siguió con la mirada, hasta que se atrevió a articular algo.

—Grace, ¿En donde está Klaus?— quiso saber, mirando en todas direcciones, paranoico de que sus hermanos le escucharan y tratarán de sonsacarle información que se había almacenado de forma liosa en sus pensamientos.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora