Durante todo el trayecto Klaus no había cerrado la boca un solo minuto. Contando todo tipo de anécdotas que lo proclamaban un héroe, mientras que Ben se encargaba de conducir el automóvil, asintiendo o contradiciendolo ocasionalmente en los relatos.
Hastiado de la situación Cinco no hacía más que mirar por la ventana. Ya era muy tarde para arrepentirse de la petición que le hizo Klaus en el hospital al ser dado de alta. Aparentemente quería que le acompañara a la mansión por algunas mudas de ropa. Y es que claramente el acuerdo entre ellos seguía en pie. Habían tenido poco tiempo para charlar al respecto antes de que Ben les interrumpiera tan "oportunamente".
En todo caso el asunto fundamental había sido expuesto. Klaus se quedaría un tiempo con Cinco en su apartamento y juntos se encargarían de buscar al resto de sus hermanos. Ben podía ayudarles pero no había manera de que se quedara en el pequeño piso que Cinco alquilaba. Tendría que quedarse en la mansión de Klaus. Al menos ese era el plan primigenio.
El sol brillaba justo por encima de las copas de los árboles cuando el Ford oscuro dobló a la derecha por la extensa avenida. Las saetas solares iluminaron el enorme portón metálico con la inscripción "Hijos del destino"
Patidifuso ante la conocida fachada Cinco miró atento el panorama desde el vitral. Finalmente Klaus había cerrado la boca, y la retahíla verbal dejó de fluir a su costado para ser sustituida por una furtiva caricia en su rodilla. Al instante Cinco apartó la mano intrusa y miró a Klaus con evidente desconfianza.
-No te hagas ideas equivocadas, Klaus- le advirtió en tono soberbio, pasando de la expresión curiosa del susodicho-. Solo entras, sacas tus maletas y nos iremos.
Al saberse rechazado por segunda ocasión, Klaus dejó salir una bocanada de aire, bajó la ventana de su lado y agitó la mano en el viento justo cuando traspasaban el portón abierto.
Al menos una docena de chicas vitorearon su nombre al reconocer el auto. Varios jóvenes apostados a los costados de la vereda se inclinaron y apoyaron el peso sobre una rodilla en señal de reverencia.
Cinco bufó ante lo que catalogaba simple, llano y vulgar analfabetismo. Aún hacía falta que Klaus le aclarara cómo rayos terminó haciéndose famoso y erigiendo un culto. Claramente le había ido bien en el tiempo que estuvieron separados.
-Quince minutos, Klaus- vociferó en cuanto Ben detuvo el vehículo frente a la enorme casona blanca de tejado inclinado. A Cinco le recordaba vagamente a la academia umbrella, aunque Klaus le había imprimido a la arquitectura un estilo menos austero y sombrío.
Ben no medió palabra alguna al bajar del coche, y Klaus se dio suaves golpecitos en los labios, indeciso sobre qué hacer a continuación. Era obvio que Cinco seguía molesto con él. Tenía que ultimar y detallar hasta el mínimo malentendido para que su chico estuviera tranquilo. Por otro lado, debía apresurarse y abandonar su creación, sus posesiones y a sus fieles. Todo el mismo día.
-¿Por qué no me acompañas?- lo alentó, tomándole de la mano.
Cinco parpadeó un par de veces y evaluó a consciencia la petición que enmascaraba algo más. Klaus era tan transparente en ocasiones.
-Bien- exhaló irritado, abriendo la puerta de su lado-. Me prepararé un poco de café mientras empacas tus cosas y nos vamos.
-Como órdenes, Bebé- canturreó Klaus, bajándose del Ford. Dudó en entrar al hallarse delante de la pesada puerta de roble recién abierta por Ben. Sabía que al ingresar volvería a empaparse de los recuerdos de esos tres años. De su miserable y lujosa vida que estaba dejando atrás. Cuando Cinco le increpó a su lado con un gesto para que entrara, no le quedó de otra que dar el primer paso.
"Te amo tanto, que renunciar a esto me sabe a nada"
Klaus sonrió al subir a prisa las escaleras. De pronto ya no le parecía tan buena idea expresar sus pensamientos en voz alta. Al menos no hasta que pudiera hablar correctamente con Cinco a solas.
***
Le había tomado menos de diez minutos recorrer toda la casa. Era extensa y tenía distinguidas ornamentaciones. No lo negaba. La visión externa de la propiedad no hacía justicia a las piezas de arte esparcidas a lo largo de los pasillos. Los bustos de mármol, las pinturas al óleo. Independientemente de si había sido Klaus o algún diseñador de interiores quien decoró la mansión, a parecer de Cinco tenía un gusto exquisito. Le gustaba. Incluso la desabrida pintura blanca y el techo abovedado beige. Además los jardines exteriores eran vastos, verdes y estaban bien recortados.
¿Quién, en su sano juicio, habría pensado que alguien tan impulsivo y cabeza hueca como Klaus, podría llegar a poseer semejante grado de riqueza y acomodo?
Antes había estado tan furioso de verlo besando a Ben, que no se había detenido a pensarlo. Pese a que odiara reconocerlo, estaba genuinamente asombrado de lo que Klaus había conseguido en esos tres años.
Mucho más que él, eso seguro.
Mientras se deleitaba estudiando otro de los corredores, se internó en la amplia cocina que poco y nada envidiaba a la de la antigua academia.
Vertió agua en la cafetera y buscó los filtros de cafe en la alacena. Las puertas superiores estaban fuera de su alcance.
Frustrado y molesto, Cinco quiso acercar una de las sillas cuando vio entrar a un joven de largo cabello oscuro que además vestía una de las batas blancas que había visto en aquellas personas de afuera que se hacían nombrar súbditos o algo así.
-¿Puedo ayudarte?- le preguntó el devoto, aproximándose a él.
Cinco alzó una ceja en actitud reflexiva.
-No se, ¿Puedes?- lo desafió, haciéndose a un lado y señalando el par de estantes que le faltaba abrir.
-Eres el alma gemela de nuestro Mesías- comentó el joven, rebuscando en las puertecillas, ganándose una mirada de intriga de su receptor-. Fui yo quien te encontró. Te vi en un restaurante y te seguí hasta la carretera. Después le di la información a mi maestro.
-Eso explica cómo me ubicó tan rápido- comentó Cinco por lo bajo. Había pasado por tantas emociones juntas en un corto lapso de tiempo, y debido a ello no había conjeturado sobre nada. El hecho de que Klaus lo ubicara tan fácil, al menos ese enigma quedaba resuelto.
-Hice un trato con mi Mesías- confesó el fiel, colocando los frascos sobre la encimera. Un tarro con azúcar, otro con café y uno más con tes e infusiones. Cinco se mostró indolente al tomar lo que necesitaba-. Si te encontraba, yo ocuparía su lugar en la secta.
Perspicaz, Cinco soltó la cuchara dentro del azúcar para mirar con detenimiento al extraño joven. Le estaba diciendo que Klaus estuvo dispuesto a renunciar a todo con tal de encontrarlo.
¿Era posible que se hubiera equivocado una vez más al juzgarlo?
-¿Y?- lo instó a proseguir, ansioso por conocer el desenlace de aquel turbio trato.
-Obtuve su puesto y nadie dentro de la secta estuvo conforme- relató dejando caer los hombros desanimado-. Todos querían a Klaus de vuelta y aquí esta. Sinceramente tampoco me consideraba buen líder, pero fue divertido ocupar su lugar por un día... Se quedarán, ¿Cierto?
Cinco deseó pasar de responder aquella aparentemente inocente pero incómoda pregunta. Algo en su interior se había agitado al enterarse de los multiples sacrificios que Klaus estaba dispuesto a hacer a su favor. La cabeza le punzaba y el pecho le aguijonaba dolorosamente al recordar la visita a su apartamento. La ilusión con la que Klaus lo había estrechado y lo altanero y ruin que él había sido.
-Es...posible- se sorprendió contestando, su mirada azulada fija en el azucarero. Así era Klaus, excesivamente dulce mientras que él era amargo como el mismo café que tanto le gustaba. Quizá separados no eran gran cosa, pero juntos hacían una excelente mezcla.
Ante la absurda analogía, Cinco cerró los ojos y sonrió autosuficiente. Ya podría muy fácilmente acostumbrarse a vivir en un lugar tan opulento como ese.
ESTÁS LEYENDO
Quid pro quo.
FanfictionUn intercambio de favores dice más que mil palabras. The Umbrella Academy. [KlausxCinco]