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El estrépito del cuarto contiguo lo despertó. Sentía la garganta reseca, la boca pastosa. Su cabeza latía dolorosamente entre continuos parpadeos. Intentaba habituarse a la pesadez que restringía en una molesta rigidez sus funciones motoras. Tenía los miembros entumecidos. Hizo amago de sentarse y el techo empezó a girar sobre su cabeza. No alcanzó a apartar las sábanas cuando la primera náusea se abrió paso por su garganta. Por suerte, cuando Cinco se volvió hacia un costado del colchón para devolver el estómago, un cubo plástico lo aguardaba. Su cuerpo tiritó involuntariamente.

Extraño. Que él recordara, nunca antes se había enfermado. Jamás se había sentido así de mal. Generalmente su sistema inmunitario resistía toda suerte de resfriados. El cosquilleo en su estómago no desaparecía. Cinco se subyugó al segundo intento de abandonar la cama. Se enroscó nuevamente entre las sábanas para dormir un rato más, pero el fragor del cuarto aledaño iba en aumento, a tal grado que la recientemente despierta curiosidad se trocó en genuino interés por lo que acontecía.

—¿Klaus?

La odisea de la noche anterior lo atravesó como un relámpago a mitad de la noche. La huida cobarde, la búsqueda inexorable a altas horas de la noche, la bebida adulterada, el entorno llenándose de figuras amorfas y coloridas, centelleos fugaces, explosiones de rosas y tulipanes, Dolores besándolo...

—Oh, mierda— apenas se puso de pie, advirtió un dolor tan punzante y agudo que, creyó que la cabeza le estallaría al igual que aquellos brotes de flores cayendo de todas partes. Con la quijada apretada, Cinco se sostuvo la cabeza con ambas manos, haciendo presión en las sienes hasta que el dolor remitió lo suficiente para permitirle avanzar fuera de la habitación. 

Ya había llegado al pasillo cuando advirtió al arrastrar los pies, que llevaba puesta una pijama que no era suya. La tela de algodón azul eléctrico con estampado a rayas en color plata debía pertenecer a Klaus.

¿Pero cómo...?

Sin dejar de sostenerse por la pared, caminó algunos metros, permitiéndose levantar apenas los pies mientras continuaba su lastimoso recorrido. Al paso, Allison salió de su pieza enfundada su delgada silueta en un elegante vestido de terciopelo negro con un pronunciado escote en V. Ella lo miró, primero con intriga, luego con profunda extrañeza.

—¿Estás bien, Cinco?— quiso saber. 

—Todo lo bien que se puede estar cuando se tiene a un neandertal por hermano— respondió sarcástico, conteniendo apenas su creciente agitación. No había amanecido precisamente de buen temple. Tenía migraña y unos fuertes deseos homicidas.

Allison que se había quedado junto al barandal, elevó una ceja y señaló el conocido atuendo que Cinco llevaba.

—¿No es esa la pijama de Klaus?

—Lo es— farfulló Cinco a la defensiva, sin querer entrar en detalles puesto que ni él mismo sabía lo que había acontecido después de su regreso de aquel pub—. Klaus— azotó la puerta y entró sin molestarse en llamar.

Su insufrible y excéntrico hermano vestía unos ajustados jeans de mezclilla negra y una camisa a juego desabotonada. Klaus estaba de pie junto a una pila de ropa, cintos, botas y sombreros, contemplandose altivo en el espejo de cuerpo completo. Al ver a Cinco por el espejo, se giró y la alarma en su rostro fue reemplazada por un esbozó de entera aprobación que Cinco no comprendió hasta que recordó lo que llevaba puesto.

—¿Qué significa esto?— le increpó arrogante, señalando las prendas ajenas. Klaus se acercó para ayudarlo a llegar a la silla, pero Cinco rehusó toda tentativa de aproximación blandiendo golpes insignificantes debido a la debilidad que acometía su cuerpo.

—Se que parece extraño, pero solo te cambié de ropa porque vomitaste— se justificó Klaus, mordiéndose el labio inferior, repentinamente absorto en los apetecibles labios que había degustado hasta el hartazgo la noche anterior antes de las arcadas. No que fuera a decirlo, su idiotez no llegaba a esos extremos todavía—. Pensé que te quedaría bien uno de mis pijamas, pero juro que no toque más de lo necesario— alzó su mano izquierda a la altura del corazón en un ademán que pretendía ser solemne pero que Cinco lo interpretó como una bufonada más.

—Debí aceptar la ayuda de Luther— resopló Cinco contra su flequillo—. Debo terminar los cálculos— un nuevo mareo lo llevó a dar un mal paso en su pretendido avance hasta la salida. Perdió el equilibrio y sus rodillas se doblaron como si fueran dos tiras de goma.

—¡Cinco!— Klaus se precipitó hasta él para abrazarlo en torno a la cintura con el brazo izquierdo, pasando inmediatamente después el derecho por debajo de sus muslos para levantarlo con gran cuidado, como si se tratara de una pieza costosa de cristalería de las que Grace guardaba recelosamente en el comedor. Cinco lo observó ceñudo y con los ojos entrecerrados.

—Creí haber sido claro cuando dije que no me tocaras a menos que fuera indispensable.

Klaus chistó la lengua, haciendo caso omiso para llevarlo hasta su cama y recostarlo con precaución. Seguro de que Cinco le habría dado una paliza de encontrarse bien, pero no lo estaba.

—Deja que cuide de ti hasta que te recuperes— pidió mientras rebuscaba las aspirinas en el cajón del buró junto a la cama—. Es por mi culpa que estas así— le extendió las píldoras y se sentó a su lado para sostenerlo de la nuca, ayudandole a beber del vaso con agua. Sorpresivamente Cinco no lo apartó ni lo insultó. Debía encontrarse realmente muy mal para no debatirle al respecto—. Bebiste un gran cóctel de barbitúricos, pero no te preocupes, te pondrás bien dentro de poco. El efecto suele durarme unas horas. Cuando comas algo te sentirás un poco mejor, ¿Qué te apetece para el desayuno?

—¿Con quien estabas en ese pub, Klaus?

A Klaus le costó asimilar la siguiente pregunta de su hermano. Primeramente porque aquello tenía poco y nada que ver con lo que estaban hablando. Segundo, Cinco había ignorado su pregunta para hacer otra, y tercera, no lo esperaba.

—Una chica y un chico— se encogió de hombros para darle a entender la poca importancia que tenían para él.

En realidad ni siquiera recordaba sus nombres. Había entablado conversación con la pareja en la fila y como si tal cosa de un momento a otro ya estaban hablando de tríos y reuniones libertinas.

—¿Por qué la pregunta?— sonrió al ver a Cinco levantar su agotada y neutra mirada en su dirección.

—Que sea omelet con tocino y café intenso con poca azúcar— fue toda la contestación que dio Cinco antes de volver su rostro sobre la almohada para darle la espalda.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora