LIV

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El conservatorio de música Álamo District estaba a sólo media hora de viaje.

En ningún momento del trayecto en autobús Klaus dejó de abrazar el maletín.  Diego iba sentado a su lado, pero parecía estar meditando en los hechos, cualesquiera que estos fueran.

Klaus miró por la ventanilla y sus ojos se abrieron bien grandes al ver a Ben de pie en la siguiente parada.

Ofuscado, dio un codazo a Diego y señaló a su hermano que acababa de subir al autobús.

-¿Ben?

Ante el llamado, Ben se giró confundido hacia la tercera hilera de asientos.

-¿Qué es esto?, ¿Ustedes aquí?

Diego se relamió los labios ansioso al notar que estaban llamando demasiado la atención de los pasajeros. Tiró del hombro de Ben y lo obligó a sentarse en su lugar.

-Klaus- la expresión de Ben se contrajo en una mezcla de contrariedad y regocijo-. Han pasado años- parpadeó, mirando a uno y otro.

-En realidad para nosotros ha sido cosa de unas horas- manifestó Diego, haciendole una seña a Klaus para que se explicara.

-Reparé el maletín- suspiró-. O eso creo. Lo importante es que número Cinco está en problemas. Lo secuestraron y lo llevaron otra dimensión...otro tiempo, no lo sé, pero sé que esta en peligro y debemos encontrarlo pronto.

-¿Y viajan en autobús teniendo un maletín que los puede llevar a cualquier lado?- ironizó Ben, cada vez más confundido con la situación.

-No sabemos cómo funciona- replicó Diego con un resoplido-. El genio era Cinco. Ahora mismo vamos a reunirnos con Vanya. Su imagen está en los periódicos.

-Lo sé- asintió Ben repentinamente emocionado-. Precisamente me dirijo hacia allá. Vanya esta causando furor con sus interpretaciones. Las reseñas de sus últimos conciertos afirman que es un prodigio de la música.

-Oye, Ben. Lamento lo de antes- Klaus cambió de tema mientras se retorcía las manos, incómodo de saberse en presencia de su hermano sin haber resuelto sus problemas pasados.

-Ya he olvidado todo, Klaus. Me porté como un egoísta inmaduro contigo y con Cinco.

Klaus sonrió ampliamente, sintiéndose mejor consigo mismo. Por un momento temía que Ben no quisiera volver a hablarle nunca.

Por su parte, Diego desvió la mirada hacia la ventanilla por el comentario.

-¿Sabes que es lo raro?- inquirió Diego, viendo fijamente a Ben-. Se supone que viajamos veinte años en el tiempo, pero ni Ben ni Vanya han envejecido. Siguen igual a como lucían en el primer mundo.

-Es cierto- pestañeó Klaus, aturdido con la revelacion.

Ben intercaló su mirada entre uno y otro.

-¿Qué podrá significar?

El autobús se detuvo dos calles antes del conservatorio. Klaus, Ben y Diego bajaron y se quedaron mirando la enorme cúpula iluminada de la estructura.

-¿Crees que nos reconozca?- tanteó Klaus, desdoblando el periódico.

-Solo hay una forma de averiguarlo- sorteó Diego, echando a andar hacia la fila.

-Momento- Ben se detuvo a pocos pasos de la entrada-. Díganme que compraron boletos.

Klaus negó frustrado. Y Diego maldijo por lo bajo. Los condenados boletos.

-No los dejaran entrar si no tienen boleto- exhaló Ben, viéndolos como si fueran dos idiotas, porque eso eran-. Bien, haremos esto. Vayan a la puerta trasera del conservatorio y esperen ahí. Entraré y buscaré a Vanya, después le pediré reunirse con nosotros una vez que termine el concierto.

-No es mala idea- dijo Klaus, esperando la aprobación de Diego que no tardó en llegar.

-Es la única idea- claudicó.
**

Cinco se había aprendido los planos y ubicaciones de memoria del holograficador de la centralita.

El simulacro se había activado tan pronto salió de uno de los cubículos con uno de los maletines fuertemente custodiados.

Había dejado inconsciente a su adversario y ahora se desplazaba agazapado de un escritorio a otro. A Cinco le alegró descubrir que sus habilidades de lucha no estaban tan melladas. Salir del trance de los sedantes tampoco fue tan complicado una vez que pudo razonar debidamente.

Había tenido que romperse el dedo meñique para infringirse un dolor lo suficientemente fuerte para ayudarle a espabilar del todo. El resto lo iba planeando a la marcha.

Según sus cálculos, podría llegar a la sala de control subterránea antes de que la encargada se diera cuenta de lo que pretendía hacer.

Un severo malestar físico lo aquejaba, pero Cinco logró deslizarse debajo de las mesas, correr de dintel en dintel y esquivar las trampas láser estrategicamente colocadas en los muros.

Las náuseas lo persiguieron hasta la cámara de la sala subterránea. El último sedante había interrumpido de forma molesta su secuencia lógica de procesos mentales, por lo que demoró más de la cuenta en ubicar el panel al que debía enchufar el maletín.

Su mirada lo registró de manera tangencial y, tambaleante, fue sorteando el cableado del piso para llegar a su destino y teclear a prisa el lugar y año deseados.

-¡Número Cinco!- la voz de la encargada hizo eco a su espalda.

Cinco la observó solo un segundo antes de concretar su cometido y dar otro tirón a su dedo roto. El efecto remanente del dolor impidió que el miedo o la duda lo subyugaran. Entonces la sala se disgregó en un montón de puntos blancos. Y Cinco supo que lo había logrado.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora