XXXIV

140 16 2
                                    

Como solía hacer siempre que se encontraba afuera de la mansión, Klaus decidió tumbarse bajo la sombra del roble. Llevaba una margarita recién cortada aferrada entre los dedos. Su mirada amielada estaba perdida en las hojas verdes de las ramas que se bamboleaban con el soplo del viento. Era una tarde tan apacible y bonita. Un día perfecto para estar a solas con su amado.

Afligido, como rara vez ocurría, Klaus levantó el brazo y contempló la bella y colorida flor que había arrancado del jardín lateral.

—Me quiere— murmuró, retirando con delicadeza el primer pétalo para después soltarlo y dejar que el viento lo arrastrara lejos—. No me quiere— repitió el procedimiento hasta que sólo quedó un pétalo en el centro del tallo. Entonces suspiró, genuinamente acongojado—. No me...quiere— arrancó el último pétalo y dejó caer el brazo a su costado.

Sus labios se curvaron en honda aflicción.

"Que tontería. Esto no prueba nada"

Quiso reírse de su propia inmadurez, pero no pudo. La duda ya había germinado y sus hirientes raíces empezaban a emerger dentro suyo.

"Si tan solo lo dijera una vez"

Renuente a darle más vueltas al asunto, Klaus inclinó la cabeza lo suficiente para visualizar el vitral del segundo piso de la mansión. Ahí estaría ahora mismo su amado. Apenas salía a probar algún bocado los últimos tres días. Desde la misión fallida que consistía en encontrar al resto de sus hermanos, Cinco había vuelto a enclaustrarse, sabiéndose derrotado y con sus planes derrumbándose una vez más.

Debía ser duro para él. Y Klaus trataba de comprenderlo. Vaya si lo intentaba, pero era muy difícil mantenerse a distancia cuando lo que más deseaba en el mundo era tenerlo cerca.

Quería darle su espacio y permitirle asimilar los hechos para ver si, de esa forma, Cinco lograba resignarse y abandonar la absurda idea de querer convertirlos en héroes.

Era demasiado embrollo estar saltando entre dimensiones alternas y esas cosas. Además, Klaus no permitiría que repitiera la odisea pasada. Tres años para reencontrarse casi habían acabado con su vida...

Soñoliento, volvió a recostarse y trató de idear algo que le permitiera estar más cerca de Cinco.

"Una cita"

Sus párpados se cerraron y, en cuestión de segundos, fue absorbido por el sueño.
***

Tras más de cuatro horas de intensa concentración, Cinco Hargreeves dejó la tiza en el bordillo de la pizarra. La habitación que, hasta hace algunas horas, lucía impecable, se hallaba ahora repleta de mapas, libros, recortes de periódicos y varias hojas sueltas con cálculos en apariencia aleatorios.

Dos trazos lineales emulaban los dos planos sujetos a sus respectivas leyes. Un plano vertical y otro horizontal, cada uno conducía al pasado y al futuro. Ello claramente partiendo de las leyes de la singularidad. Su poder le permitía a Cinco desplazarse a la velocidad de la luz y acaso más rápido. La energía, los átomos y las moléculas que fluían en él, alteraban la materia de su propio cuerpo físico para después abrir un agujero negro en el plano terrenal. Y ahí residía la nueva disyuntiva a tratar. A lo anterior se anexaba la yuxtaposición de las dimensiones, y la constitución, tanto subjetiva como ambivalente del infinito elemental en el que pretendía adentrarse.

Confuso y cansado, Cinco se masajeó las sienes con los dedos. Volvió enseguida su atención a los datos de la pizarra. La inestabilidad espaciotemporal era lo que le permitía dar aquellos temidos saltos. Todo iba bien ahí, pero entonces surgían las malditas paradojas.

Los mundos paralelos no eran más que ramificaciones de distintos futuros. La mínima variable podía modificarlo todo. Era una respuesta a medias. Porque...

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora