XLIX

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Diego estaba de pie, con el hombro izquierdo apoyado en el quicio de la puerta que yacía entornada porque él mismo la había abierto. Lo hizo despacio, suave, casi con la misma delicadeza con la que Klaus acariciaba cada tramo de la piel expuesta de Cinco cuando terminaban de enrollarse en el cuarto.

Por la diminuta abertura, vio a Klaus desabrocharse los pantalones poco antes de tumbarse encima de número Cinco. Despues vino un beso candente en su clavícula antes de girarlo en el colchón, sosteniendole los brazos en todo momento. Primero encima de la cabeza, luego tras su espalda.

Las sábanas cubrían parte considerable de su alcance visual, pero Diego se las ingenió para recrearse lo que ocurría bajo de ellas. A Klaus restregando la punta su húmedo glande antes de hundirse en Cinco de un empujón. Luego las manos de Klaus bajaron a las caderas de Cinco mientras lo penetraba con fuerza. Como un maldito animal en celo, ansioso por vaciarse cuanto antes.

Aturdido y con su mano encargándose del asunto dentro de su pantalón, Diego escuchó la respiración excitada y entrecortada de Cinco, sus murmullos y alguna que otra indecencia susurrada por la voz de Klaus cada vez que lo embestía más y más fuerte, más y más hondo.

Diego contuvo un gruñido de satisfacción al imaginarse a si mismo en el lugar de Klaus.

Su esperma goteó penosamente hasta ensuciar el entarimado del cuarto. Lo mismo que venía repitiendo las tres últimas noches. Apenas le había bastado una brecha para aprovechar la oportunidad. Cuatro noches atrás se había limitado a seguirlos, después quiso verificar si la puerta estaba cerrada y, ese hecho tan nimio, se volvió su actual perdición.

Y aquello le cabreaba cada vez más. Porque había caído tan bajo como para ser un maldito voyeur.

Porque no era Klaus y por tanto no podía tener a Cinco del modo en que quería.

Porque se estaba volviendo una estúpida obsesión sin sentido.

Porque eran los labios de Klaus los que conectaban gustosos con los tersos de Cinco.

Porque no era suficiente.

Y nunca dejaría de ser más que una fantasía.

Su error había sido besarlo la primera vez porque ahora quería una segunda y tal vez una tercera.

Ni en su más loco sueño Diego se habría imaginado sintiendo celos de alguien tan insignificante como Klaus. Pero ahí estaba, masturbandose mientras les veía hacer el amor.

Porque era lo que Diego también necesitaba.

Solo eso.

Amor.
**

La mañana llegó, ineludible y brillante, trayendo consigo una amargura mucho mayor que la de ayer cuando Diego salió de una cama vacía en un cuarto de huéspedes solitario.

Bajó de mala gana al comedor y de nuevo ahí estaba ese par, tonteando en la mesa. Cinco parafraseando con su característica soberbia y Klaus besandole los nudillos como un jodido payaso de circo. Hasta que Cinco le oyó llegar y retomó poco a poco el control de su muñeca para hacerse con la taza de café al tiempo que le devolvía una mirada atenta pero indiferente.

—Buenos días, Diego.

Sin embargo, Diego supo que el saludo iba más bien dedicado a modo de sutil indirecta para que Klaus se percatara de que ya no estaban solos y, por tanto, no era prudente liarse como los enamorados que eran.

—Buenos días, hermano— secundó tardíamente Klaus el saludo.

Diego resopló y fue a tomar la caja de cereal de la alacena para servirse un tazón, como el buen masoquista que era.  No le costaba nada llevarse la merienda al cuarto o al jardín, pero ¿Por qué perderse tan maravilloso cuadro de amor?

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora