XXI

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Había perdido la cuenta de las veces que había mostrado el mismo autorretrato en lugares de esa índole. En esta ocasión no hubo distinción ni consecución alguna. Limitando el rango de búsqueda en la ciudad, decidió menoscabar el compendio, de 4 a 2 bares diarios.

Su brazo se alzó maquinalmente frente al bartender, exponiendo el mismo trozo de papel desgastado al que había recurrido en cada una de sus visitas a espacios similares. No hizo falta departir. El hombre apenas si echó un vistazo, sin dejar de lado su labor de servir y preparar bebidas. Negó de forma enfática y siguió a lo suyo.

Bien. Al menos ya no le exigían una identificación que lo avalara como mayor de edad.

Luego de 3 años reincidiendo en la misma rutina, el mismo estilo de vida consuetudinario, empezaba a fatigarse, a frustrarse.

Lo peor del barullo, no obstante, era que el apocalipsis les había seguido hasta allí. Sus cálculos matemáticos estaban bien, pero su predicción de los hechos, no. Lo único que había conseguido al retroceder a los años 60 era un poco más de tiempo para idear una manera de evitar el pandemónium que se desencadenaría dentro de dos años más.

La música atronadora de la orquesta en vivo lo acompañó hasta la salida. Cinco exhaló con agotamiento, echando un fútil vistazo sobre su hombro antes de abandonar el local.

"Klaus"

Si bien era cierto que ansiaba encontrar y reunir a todos sus hermanos, no podía negarse que a quien más deseaba encontrar primero era al cabeza hueca que le había jurado amor eterno, confundiéndolo al extremo e incitando emociones que él mismo ignoraba poseer.

Lo echaba muchísimo de menos y procuraba no desperdiciar un solo día de su búsqueda, pero así y todo era inverosímil para él solo. Debía buscar en cada condado y existía un margen de tiempo inexacto en las ecuaciones que le hacía dudar sobre las fechas. Sus hermanos podrían estar dispersos en otros períodos de tiempo, con pocos años de diferencia, pero aún así aquello volvía más compleja la búsqueda de cada uno.

Cabizbajo, siguió su camino, cavilando en lo solo que se sentía de nuevo, en la falta que le hacía Klaus y el resto de sus hermanos.

Estaba solo. Estaba mal, y no había nadie.

¿Cuántos saltos más tendría que hacer para encontrarles?

Nada más despertar el primer día en Dallas, había tenido que esperar cerca de tres meses para poder usar sus poderes de vuelta. Aquel viaje le había desgastado al extremo, y había temido quedar nuevamente atrapado, pero afortunadamente no había sido el caso.

De algo estaba seguro ahora. No podría detener el apocalipsis él solo.

"Te amo, Cinco Hargreeves"

Le asediaba constantemente la remembranza de aquel último día que vio a Klaus y se tomaron de las manos. Le mortificaba la aplastante sensación de que podría haber sido la última vez para decirse todo lo que callaron por orgullo o vanidad a lo largo de los años, y él no lo dijo...

—Yo también, Klaus— murmuró a la nada, contemplando la luna de plata que surcaba la inmensidad del vasto cielo. Todo le irritaba desde que se había separado de Klaus. Las solitarias noches encapotadas, los tristes amaneceres de intensas brisas. Las estaciones no llegaban a hacer mella en él, no del mismo modo que los labios de Klaus lo habían hecho.

Si pudiera encontrarlo pronto, se sentiría más tranquilo. De nuevo parecía condenado a la autofilia.

***

—Llegué, Dolores— anunció Cinco, quitándose su saco para colocarlo sobre el perchero junto a la puerta. Su hogar actual distaba mucho de las comodidades de la mansión, pero cumplía con su función principal.

Se trataba de un modesto apartamento de un solo piso, ubicado en uno de los edificios para viviendas residenciales en el barrio de Uptown. La renta era asequible y aunque sus ingresos eran escasos, bastaban para cubrir los gastos más básicos.

Era una suerte haber encontrado a un tipo como Elliott, fiel creyente de los alienígenas que adjudicaba su repentina aparición (en que había hecho uso de la teletransportación) a esos seres. Elliott residía al suroeste de Highland Park, y se dedicaba a publicar toda clase de artículos y novelas sobre dicho tópico. Ahora las ventas de sus titulares de ficción se habían duplicado con la información y demás material proporcionado por Cinco. Todo lo que tenía que hacer era relatar anécdotas de cómo eran las cosas en su anterior vida y, a cambio, le correspondía el 25% de las ganancias.

Elliott era un buen tipo. Extremadamente ingenuo, pero gracias a su ayuda podía coexistir sin necesidad de perder su tiempo haciendo labores empresariales. No que fueran a darle uno, de todas formas. Su cuerpo era el de un chico de diecisiete años ahora, sin mayores cambios más allá de haberse estirado un poco. Su delicada fisonomía poseía una apariencia más juvenil que infantil. Pese a todo gustaba de vestir con el uniforme de la academia Umbrella, y se había hecho confeccionar un guardarropa con prendas idénticas en su mayoría. Le daba más confort y conservaba la absurda esperanza de que alguno de sus hermanos lo ubicara más rápido con esas prendas, en caso de que llegarán a encontrarse inadvertidamente.

—Sin novedades todavía, Dolores— dejó salir el aire y avanzó por el estrecho corredor hasta la sala de estar. Despues tomó asiento en el sofá y abrazó la mitad del maniquí que yacía apoyado sobre los cojines tintos—. Fue buena idea viajar unos años al futuro a buscarte, porque al menos me haces compañía, aunque me retrasó mucho tiempo recuperarme de esa última teletransportación— sacudió la cabeza para alejar el recuerdo y siguió inmerso en la contemplación de su primer (aunque no único) amor—. Extraño a esos idiotas.

Lentamente dejó el sofá para ir a la ventana cuya panorámica daba al centro de la ciudad, a la inmensidad de las deslumbrantes luces, el bullicio urbano resonando en una vertiginosa armonía nocturna.

"¿Qué estarás haciendo, Klaus?"

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora