XXXIX

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Su cuerpo entero temblaba, se estremecía entre vertiginosos y placenteros espasmos mientras permitía que Cinco se impulsara sobre su erecta hombría. Arriba y abajo, vez tras vez, haciendo punto de apoyo sobre las palmas de Klaus, meciéndose cada vez más rápido, enlazados como los amantes que eran.

—Diosss— demasiado delirio era gozar de aquella estrechez que lo reclamaba, pero ver el hermoso rostro juvenil de número Cinco contraerse en deliciosos gestos mientras finas gotas de sudor corrían de la punta de su flequillo oscuro hasta sus pómulos ruborizados, era la gloria—.Te amo tanto— una abrasadora corriente se disparaba entre cada certera penetración. Su cuerpo enteramente a su disposición, acoplandose, amoldandose al tosco e irregular ritmo que el bello muchacho de ojos azules imponía en su furiosa cabalgata.

Hasta que Klaus no pudo resistir más y su cabeza chocó con la almohada al abandonarse al más exquisito de todos los orgasmos conocidos hasta entonces. Se sintió vaciar dentro de su adorado Cinco y, cuando este se tumbó a su lado para entregarse al sueño como venía haciendo las últimas noches, Klaus se apresuró a besar con dulzura sus hombros desnudos.

Nunca el sexo había sido tan martirizantemente delicioso para Klaus. Sin embargo, no podía vanagloriarse por completo al estar al tanto de las razones que impulsaban a Cinco a dar rienda suelta a sus bajas pasiones.

No era por amor que Cinco se entregaba al deseo, ni siquiera por placer. Tan solo era un mero mecanismo de defensa al que se abandonaba para sobreponerse al duelo que estaba atravesando tras la muerte de Elliott. Mediante la extenuación llegaba acaso a hacer desvaída aquella fina línea dolorosa que trae consigo la muerte.

No era un método muy sano para su bienestar mental y emocional, pero Klaus lo dejaba hacer porque no sabía de qué otra forma ayudarlo a enfrentar la pérdida. Ya había intentado hablar con él en varias ocasiones los últimos días sin éxito. Cinco había elegido el mutismo como alternativa, casi no hablaba, dormía mucho más que antes y, si llegaba a dejar la habitación, era solamente para ir por algún trago de café a la cocina.

Los únicos momentos que compartían Cinco y Klaus era dentro de la recámara. Aparentemente el desahogo físico equivalía a obtener un poco de paz mental para Cinco. O al menos lo ayudaba a conciliar el sueño.

—Perdóname— murmuró Klaus como hacía cada noche al depositar un beso en la mejilla de Cinco. Y como cada noche, no obtuvo respuesta.

Agotado, cruzó los brazos tras de su nuca y se entretuvo mirando el techo, abatido por la impotencia y la sensibilidad corpórea tras el arrollador acto sexual.

Si, en parte era culpa suya. No la muerte de Elliott, claramente. Pero debió habérselo dicho a número Cinco desde la sesión espiritista, cuando, en lugar de encontrar el espíritu de su padre, se encontró con el rostro descarnado y pálido de Elliott.

El susto y la confusión habían sido tales que ni siquiera pudo comunicarse adecuadamente. Para cuando Klaus volvió a intentarlo (Al menos media docena de veces en el restaurante), sus poderes telepaticos se habían debilitado al punto de no lograr ejercer ningún tipo de comunicación con aquellos entes pesadillescos.

Le había fallado a Cinco, y de qué manera.

Se vio incapaz de decirle nada porque no quería lastimarlo. Necesitaba hacer tiempo, desviar su atención hacia cualquier otra cosa. Pero la insistencia de Cinco no conocía límites y ahí acababa todo.

Su inutilidad volvía a ganar terreno por encima de sus ansias de ser de ayuda.

—Se que estas molesto conmigo— musitó, aún a sabiendas de que Cinco se había quedado dormido desde antes de darle su último beso—. Y no puedo negar que me encanta estar así contigo, pero...te estás haciendo daño. No deberías reservarte todo el dolor, ni tratar de aminorarlo de este modo, ¿cómo puedo ayudarte?— se acercó más a él y deslizó la punta de su nariz por el cuello de Cinco—. ¿Cómo te hago entender que ya no estás solo en esto?— lo rodeó con ambos brazos y descansó la cabeza en su espalda, ansioso por conciliar también el sueño.

A la mañana siguiente Klaus decidió modificar la rutina para ayudar a Cinco a salir de aquel estado depresivo. Despertó temprano, reunió a varios fieles en el jardín y repartió tareas a diestra y siniestra antes de retirarse a la cocina a preparar el desayuno para su amado.

Tostadas francesas con miel, variedad de fruta fresca en trozos y café bien cargado de la mejor calidad. Todo al punto.

La habitación estaba a oscuras y Klaus se sintió ligeramente decaído nada más entrar. Había que cambiar eso también.

—Buenos días, bello durmiente— exclamó, dejando la bandeja sobre el buró para ir a abrir las persianas de la ventana, permitiendo que la luz del sol iluminara cada recoveco del cuarto.

En menos de tres segundos, los párpados de Cinco empezaron a vibrar a causa de la molesta calidez matutina.

Klaus sonrió al máximo al verle abrir un ojo.

—Te traje el desayuno— señaló la comida junto a Cinco, pero este se limitó a darle la espalda sin emitir una sola palabra.

Mal comienzo.

El ánimo de Klaus amenazó con desinflarse, pero resolvió no darse por vencido tan rápido y fue a tomar asiento sobre el colchón. Una vez más, Cinco lo ignoró rotundamente al hacerse el dormido.

—¿Hasta cuando me vas a perdonar?— se lamentó Klaus, recostandose a su lado, sin poder resistirlo más, alargó el brazo para acariciar la mejilla de Cinco, capturando una gota de humedad que quedó impresa en uno de sus nudillos.

Tristemente la respuesta no iba a llegar pronto. O al menos eso dejó entrever el pesado silencio que Cinco se empeñaba en mantener.

—Te amo, bebé. Lamento haberte defraudado— bisbiseó Klaus, uniendo su frente con la de Cinco.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora