XLIV

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Antes de poder remarcar los últimos trazos, la tiza se trozó en dos entre el pulgar e índice. Diminutas partículas de sulfato de calcio y yeso se esparcieron por la manga derecha del saco oscuro de Cinco.

El desbocado encono amenazaba nuevamente con hacer mella en su infranqueable paciencia e impetuoso sentido del autocontrol.

¿Cuántas veces más tenía que estropearlo?

¿Era su culpa, era culpa de Klaus?

No importaba en realidad. Más allá de lo disgustado que se sentía por no haber podido impedir la muerte de Elliott, aunado a las constantes discusiones con Klaus y el que el tarado de Diego se sumara a su interminable lista de problemas.

Ahora tenía muchos más pendientes que antes. Debía reunir a sus hermanos, detener el apocalipsis, averiguar la identidad del asesino de Elliott para poder vengarse y arreglar las cosas con Klaus...

Resultaba inverosímil no estresarse con tantos asuntos sin resolver. Necesitaba descansar un poco.

De refilón, Cinco vio por la ventana a Klaus andar a prisa hacia el portón, donde su coche de resplandeciente carrocería aguardaba por él.

¿A dónde iría ahora?

Dispuesto a descubrirlo, Cinco dejó la habitación. Ni bien cerró la puerta cuando la silueta de Diego se apartó de la pared aledaña.

Cinco bufó al dar por sentado que aquel idiota lo había estado espiando, esperando el momento idóneo para abordarlo.

-¿Ahora qué es lo que quieres, Diego?

El interpelado lo miró de arriba abajo, como quien busca encontrar una falla para sacarla a relucir con la mayor alevosía.

-Klaus fue a buscar a Ben- contestó Diego a la pregunta sin formular-. Ya sabes, la estúpida misión sobre reunirnos a todos. En lista de relevancia, Ben lleva la delantera.

Confuso, Cinco torció el gesto, mismo que transmutó del enfado a la decepción y la duda.

-Klaus no...

-¿No me digas que hay algo de malo en que Klaus vea a Ben?

A pesar de que Cinco intentó salir de la incertidumbre y la estupefacción, el silencio no abandonó sus labios.

-Solo son hermanos- siguió Diego, ampliando su sonrisa de bufón, caminando alrededor de Cinco como una hiena al acecho-. Igual que Klaus es tu...

-No somos hermanos biologicos- remarcó antes de que la situación se agravara-. Crecimos juntos. No quiere decir que estemos obligados a ser una familia en el estricto sentido consanguineo.

-Vaya- silbó Diego en falaz alabanza-. Primera vez que te escucho admitir y defender tu relación con Klaus abiertamente. Felicitaciones, debes estar muy colado de ese idiota.

Hastiado, Cinco rodó los ojos.

-¿A dónde quieres llegar, Diego?

-A ningún lado.

Cesando con la caminata, Diego se apoyó en el barandal, pagado de si. Había tenido tiempo de asearse, afeitarse y dormir la siesta. Ya se sentía con renovadas fuerzas para desencadenar su bien merecido desquite.

-Solo digo...que Klaus ha sido un libertino desde que éramos niños. Quizá solo juega contigo. Puede que seas su muñeco inflable. Si sabes a lo que me refiero.

Usando una técnica de bloqueo, Diego detuvo a tiempo el primer puñetazo, doblando el brazo a la altura del codo para sujetar el de Cinco. El segundo golpe, no obstante, no lo vio venir.

El maldito tramposo había usado la teletransportación para escapar de la llave y aparecer a su espalda para hacerlo trastabillar de una patada en la columna.

-Lesión menor en una de las vértebras- gesticuló Cinco, impávido.

Diego aún se sujetaba escéptico del barandal, con su oscura mirada destellando odio.

Otro fogonazo de energía y se supo repelido de otra patada hacia la derecha.

-Desgarro de discos- murmuró Cinco, pensativo al tiempo que asestaba el último golpe, detrás de la rodilla izquierda de Diego.

-Distensión de ligamento.

-¿Qué tanta mierda estás diciendo?- gruñó Diego, poniendose al fin de pie. Extrañamente los golpes dados por Cinco no le habían hecho ningún daño puesto que apenas si habían conectado, siendo infligidos con debilidad a propósito. Aquellos tenues golpecillos parecían más bien orientados a confirmar una teoría.

-Elliott no cayó. Lo empujaron- determinó Cinco, sosteniendose la barbilla en actitud contemplativa, echando a continuación un fugaz vistazo hacia las escaleras-. Basandonos en la posición del cuerpo, podemos concluir que la muerte fue de etiología violenta. Sin embargo, el médico legista lo pasó por alto. Las diligencias técnicas no fueron acertadas. Quizá...quizá el asesino forma parte de la unidad médica o policial.

Soltando una estentorea carcajada de forzada ironía, Diego lo contempló, ávido de respuestas, pero demasiado humillado al saberse tomado una vez más como un experimento.

-Te volviste loco- lo apuntó con el índice. El ceño fruncido y un hormigueo creciente en los nudillos que le exigían ser descargados sobre ese bastardo.

Sumido en sus propias cavilaciones, Cinco se dirigió a su dormitorio para hacer una serie de anotaciones sobre los ángulos y el factor de escala de la caída de Elliott en base a lo investigado en su residencia. Ya que la cinta estaba corrupta, no le quedaban muchas opciones.

Decidido a no dejarse vencer, Diego lo siguió. Se entretuvo un momento mirando atontado la velocidad de la mano de Cinco al escribir en la pizarra.

-Ya que estoy libre, tal vez Lila me haga una visita- anunció en voz alta en el hombro de Cinco con toda intención de fastidiarlo. Este se sacudió el brazo del incordio como si de un molesto mosquito se tratara.

-Ahora no, Diego.

-¿Crees que soy un súbdito tuyo o algo así para mandarme?- le azuzó Diego, tensando una vez más los puños-. Yo decido lo que hago y cuando lo hago. No soy el estúpido de Klaus al que puedes sermonear y mandar como si fuera tu maldito esclavo.

Haciendo caso omiso a las ofensas, Cinco siguió centrado en hacer sus consabidos cálculos.

-Si sigues con esa zorra, te matará- advirtió al cabo de un rato en tono neutro-. Lila es el enemigo. Y si te alias con el enemigo, eso te convierte en uno.

-¡Lila me ama!- rugió Diego a la defensiva-. Me ama de verdad. No es como ese jueguecito bobo que te traes con Klaus.

-Lo que digas- exhaló Cinco, restandole importancia.

Sabiendose arrastrado al límite de su paciencia, Diego le plantó cara y lo sostuvo firmemente de la barbilla.

-Mírame cuando te hablo- ordenó, su aliento chocando contra la suave piel de alabastro de la mejilla de Cinco.

Viendo los profundos ojos azules de cerca, Diego experimentó un súbito cambio de humor. El enojo se desplazó a su sistema como un bullido de sangre, confuso y crepitante.

Lo comprendió de golpe, con la misma presteza en la que se vio irremediablemente atraído hacia los finos labios rosados de Cinco.

Primero un roce, un tacto confuso y después un beso violento.

Con los ojos abiertos de par en par y su expresión estoica demudada al asombro, Cinco se supo repentinamente besado. Y por más ni menos que el imbécil de Diego.

Lo peor empero, vino segundos después. Mientras Cinco yacía en confuso estado de shock e incomprensión, fuertemente sostenido por Diego de la clavícula mientras sus labios eran empujados brutalmente por los otros, llegó lejano el estallido de la cafetera al impactar contra el linóleo.

Dolido y conmocionado, Klaus les observaba desde la puerta.

"Mierda".

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora