XXIV

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La opulencia y actual acomodo de la mansión dejaron a los primeros periodistas sin aliento. Klaus, que había consagrado la mañana a sus ejercicios espiritistas y de yoga, se había retirado al interior de la mansión a descansar un poco. Se sentía indudablemente emocionado mientras miraba a los recién llegados arremolinarse en torno a la portalada de la residencia.

Todo estaba resultando muy bien. Para cuando la fiesta terminara, habría nuevos fieles, más inversionistas deseosos por formar parte del culto. Klaus se reservaba la mejor parte para el final del convite, donde revelaría su apellido que encabezaría los diarios matutinos de toda Texas.

De solo imaginar el rostro de sus hermanos...y ahí terminaba la alegría. Con los dedos rozando el cristal, se preguntó una vez más si aquello valía el esfuerzo. No tenía idea de qué había pasado con el resto de su familia. Con Cinco.

Pero no tendría que estarlos pensando ese día precisamente. Tenía que relajarse, dar lo mejor de sí y disfrutar de la fiesta. Treinta y seis meses de sufrimiento no le hacían ningún bien a su atribulada alma.

Observó desde la ventana a los camareros que había contratado, siempre atentos al mínimo pedido de la concurrencia, con sus bandejas y bebidas en alto. Pronto tendría que estar allí también. Ya había ensayado previamente sus palabras, solo era cuestión de motivarse con un poco de alcohol, esperar a que el ambiente ganará fuerza y terminaran de llegar los periodistas restantes.

—Hoy será un magnífico día— se animó mientras hurgaba en el interior de su amplio armario.
***

Terminó de ajustarse el frac oscuro y se anudó con cuidado la corbata. Estaba bien vestido, pulcro, olía a jabón y colonia. Su álgida mirada azul beligerante, su rostro diáfano, encantador, contrastando y realzando el refinado negro obsidiana de su cabello. Se había asegurado de conservar el mismo corte todos esos años. Empero, su soberbio porte colindaba con el de un atractivo púber y no el de un simple niño.

La figura imponente y regia del espejo le devolvió una mirada de superioridad y arrogancia. Sus hoyuelos sibariticos se dibujaron al tiempo que Cinco blandió media sonrisa autosuficiente. Se veía elegante, pero las responsabilidades del día apremiaban. Había decidido terminantemente no utilizar su poder bajo ninguna circunstancia. Elliott le había permitido ausentarse, modificando a última hora las fechas de la conferencia para el día siguiente. Una labor a todas luces ardua de conseguir. Sin embargo, Cinco se había encargado de dejarle en claro la vital trascendencia de realizar tan fatigosa travesía.

Todo saldría bien. Se anunciaría en calidad de invitado y buscaría la coyuntura oportuna para acercarse a Klaus. Entonces...entonces lo convencería de irse con él.

***

El jardín entero parecía un hormiguero cuando Klaus intentó abrirse paso hasta el centro de la afluencia, ataviado en un sencillo conjunto de pantalón y una holgada camisa blanca. Su semblante sereno y su perenne sonrisa no sufrieron alteración alguna ante las preguntas que le hicieron los periodistas al paso. Despachó una a una las interrogantes, sus palmas tatuadas en alto.

Al menos media docena de jardineros se apresuraban a hacer los últimos recortes en los setos para nivelar las ramas. Los meseros estaban atareados sirviendo y recogiendo simultáneamente los platillos y las copas, añadiendo utensilios, doblando servilletas. La atmósfera en derredor se tornó abrumadoramente festiva. Los fotógrafos invitados no tardaron en unirse al festejo.

Ben daba instrucciones a las doncellas encargadas de la mantelería. Las escasas y coloridas decoraciones de buoquetes florales se perdían entre las sendas fuentes de plata con los aperitivos. Había personas por doquier, tomándose de las manos, cantando alabanzas y bebiendo alcohol. El trajín por los jardines era incesante, ruidoso. Imperaba el caos propio de una fiesta de tales proporciones.

—¡Oye, Ben, ya estamos completos!— exclamó Klaus, sirviéndose su quinto trago de la tarde. El portón principal se cerró entonces y no pocas personas quedaron excluidas de la fiesta.

Así estaban bien. El tumulto iba in crescendo, los murmullos y señalamientos en torno a la fuente de champaña también. Los reflectores lo deslumbraron, cegandolo de forma momentánea mientras el alboroto crecía.

En medio de la creciente excitación, Klaus buscó a Ben y corrió hacia él para atraerlo al centro de las miradas.

—Primero que nada quiero hacer un brindis por una persona muy importante en mi vida...
***

Llevaba al menos una hora esperando en la inmensa fila afuera de la residencia y de pronto, el portón fue cerrado. La gente demoró un buen rato en diseminarse un poco de la entrada. Para entonces Cinco polemizaba en qué hacer a continuación. No podía regresarse sin ver a Klaus, pero sus oportunidades de ingresar estaban abolidas, a no ser que usara su habilidad.

No obstante se había prometido restringirse en cuanto a su uso. En especial ese día. Si los de la comisión lo rastreaban hasta Klaus, tendrían serios problemas.

¿Qué hacer?

"Solo una vez"

Se abotonó los puños del saco, haciendo tiempo para que el guardia dejara de prestarle atención. Solo entonces Cinco pudo resguardarse entre los matorrales para concentrar su energía y abrir un vórtice. En un pestañeo ya estaba del otro lado, rodeado de personas con atuendos blancos en su totalidad.

Sobresalía demasiado con el uniforme oscuro. Quiso hacerse a un lado para buscar a Klaus, más no fue necesario. Escuchó su timbre agudo alzándose sobre el vocerío al centro del jardín.

Cinco visualizó a detalle sus flématicas facciones. El ámbar rutilante de sus irises resplandecientes bajo las tupidas pestañas que emulaban el aleteo de una mariposa. Lo vio sonreír con tal énfasis que, sus impulsos neuronales, dejaron de funcionar a su ritmo normal.

Tanto tiempo separados. Todos esos años deseando verlo y ahí estaba.

Dio un paso, una sutil sonrisa de rebosante júbilo empezaba a subirle por las comisuras cuando vio a Ben ocupando el otro lugar junto a la mesa. Ben con su carismático semblante alzando una copa de burbujeante champaña mientras era abrazado por Klaus.

Las consecuencias emocionales se desataron tan cuantiosas como fortuitas e incontrolables.

Su rictus antaño estoico se volvió ceñudo al comprender tardíamente lo que acontecía. Por largos segundos su cuerpo dejó de obedecer al sistema nervioso. Sufrió una breve y desconcertante desconexión física, una atemorizante e implacable miscelanea de emociones. Cinco parpadeó despacio y aturdido al presenciar el beso. Un dolor invisible le estrujo el pecho. Se llevó el puño a esa zona cuando alguien más lo tomó de los hombros y lo giró hacia otra dirección.

—Muy bien, chico, ¿Se puede saber quien te dejó entrar?

La llamada de atención del guardia le cayó como una bofetada que lo regresó a la lacerante realidad.

Trémulo, perdido su autodominio y ecuanimidad, sintiéndose distante e ingravido, Cinco se deshizo del agarre de aquel brazo y se permitió sonreír con petulancia y cinismo para ensombrecer aunque fuera ligeramente el agravio internamente sufrido.

—Usted no, claramente— arremetió sarcástico—. Pero descuide, ya me iba.

Intentó desesperadamente rescatar aunque fuera un poco de su dignidad al retirarse y, mientras infringía sus propias reglas para hacer uso de la teletransportación, recordó vagamente aquellas estúpidas pugnas que solía hacer Reginald en la mansión para medir el grado de preparación, coordinación, inteligencia y astucia de cada uno.

En tanto se teletransportaba a su departamento, rememoró todas las veces que había ganado. Lo bien que se sentía el triunfo, creerse por encima del resto, lucirse e imponerse como el número uno, aún si no lo era. Sus capacidades opacando las del resto. La expresión contrita de Reginald dándole la razón de sus merecedoras victorias.

Nunca perdía.

Nunca supo lo que se sentía una emoción tan frugal y sintética como aquella. Pero la experimentó íntegramente al ver a Klaus con Ben.

Se había sentido...un completo perdedor.

Y era, pese a lo inexplorado del asunto, la peor emoción de todas.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora