XXXVIII

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Klaus se había equivocado. Lo constató desde el día en que su adorado Cinco esclareció abiertamente la relación que tenían ambos. El tal Elliott, aunque fuera un excéntrico arrogante obsesionado con alienigenas, era buena persona. Bastaba ver lo bien que se entendía con número Cinco en sus extrañas conversaciones sobre convenciones y conferencias esotéricas, así como también estaba siendo de gran ayuda en el aporte de incidencias extraordinarias acaecidas en el territorio de Dallas desde hace más de tres años.

Elliott poseía, además de una gran fortuna, merced de la venta de televisores, novelas y conferencias de índole místico, una organización fundada exclusivamente para investigar eventos de ese tipo. De esa forma había dado con Cinco cuando este atravesó el vórtice tres años atrás.

Sus estrafalarias y aparentemente inofensivas máquinas que servían para hacer lecturas en la alteración de la materia, habían contribuido en arrojar pistas en apariencia certeras sobre la posible localización de Luther y Vanya.

De eso hacía tres días. Largos y estresantes amaneceres y anocheceres en los que Cinco no dejaba de señalizar mapas y realizar sus complejos cálculos, toda vez que hacía anotaciones a lo largo de la pared de su habitación.

De nuevo Cinco parecía profundamente abstraído en su labor. Y, de no ser por las constantes inferencias de Klaus, seguramente pasaría de todas las comidas y se habría pasado días enteros  con nada más que litros de café bien cargado en el estómago.

Afortunadamente los cálculos parecían llegar a su fin. Klaus suspiró hondamente al entrar a la habitación, con la bandeja tambaleando en sus manos. Fue a dejarla con mucho cuidado sobre la cómoda y tomó asiento sobre la cama para observar fascinado los cientos, sino que miles de símbolos y números ágilmente garabateados en las paredes.

—Cuanta más energía, se produce un mayor rango de desplazamiento— explicó Cinco en voz alta para sí mismo. —Precisaría de unos diez mil julios para poder hacer el salto.

—¿Qué?...no— fue la última palabra lo que hizo activar la alarma interna de Klaus. Dejó la cama y enseguida fue a tomar a Cinco de los hombros, ya sin importarle si lo interrumpía—. ¿Estás planeando que viajemos de nuevo?, creí que habías entendido lo peligroso que es— lo desalentó, presto a besarlo en los labios, fue apenas un sutil roce.

Cinco se apartó, tensos los labios para tomar de vuelta el trozo de grafito dejado en uno de los visillos de la ventana para continuar desglosando ecuaciones.

—Es un hecho que somos la causa del apocalipsis, Klaus— espetó alargando siete líneas horizontales con su respectivo número—. No perderé más tiempo tratando de averiguar quién de nosotros es el responsable directo del fin del mundo. Así fuera Diego, jamás permitiría que...

Cinco se interrumpió, repentinamente airado. Sacudió la cabeza como para alejar su propio coloquio mental. Aun así Klaus lo comprendió sin necesidad de que finalizará el enunciado. Cinco en verdad se preocupaba por todos ellos, sin excepción. Quería salvar al mundo sin tener que sacrificar a ninguno de sus hermanos. Era admirable. Por más de duro que se las diera, en el fondo Cinco tenía un corazón. Y vaya si lo tenía.

—¿Y no hay otra manera de evitarlo?— se interesó Klaus, frenando los movimientos del brazo de Cinco al sujetarlo con delicadeza de la manga del saco—. ¿Y si intento contactar una vez más con papá?

Mirándole atento, Cinco elevó una ceja.

—¿Lo harás?

Con una amplia sonrisa enmarcando sus comisuras, Klaus asintió.

—Claro, bebé.

"Cualquier cosa que evite que vuelva a separarme de ti"
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Hubieron tres largas sesiones espiritistas fallidas antes de que Cinco se resignara a la petición de Klaus por tener un rápido desfogue en el cuarto previo a la llegada de Elliott. Resultaba frustrante no poder tener ese tipo de encuentros furtivos debido a la presencia de Elliott, pero Cinco no podía reprocharle nada, muy por el contrario, se sentía en deuda por la ayuda brindada hasta entonces. Veía en Elliot a un colega más que aceptable, el único humano que admitiría de buena gana dentro de su círculo familiar.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora