*Deja este capítulo aquí y se retira lentamente 👀.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Thaile
Una semana después, ya no puedo justificar quedarme en cama.
Si no estoy entrenando con Zhang —quien parece disfrutar exprimir hasta la última gota de fuerza de mis músculos—, estoy atrapada en simulaciones tácticas, aprendiendo nuevas rutas de escape, técnicas de interrogatorio, sistemas de infiltración que la ACCIA exige que domine.
La rehabilitación ya no es solo física: es una reprogramación brutal de mi mente, de mi cuerpo... de mi voluntad.
Cada día, a las seis de la mañana, Zhang me arrastra al gimnasio para destruirme con ejercicios de fuerza y resistencia. Después, me lanza a los salones de entrenamiento de la agencia, donde me enseñan desde decodificación de mensajes cifrados hasta improvisar armas con objetos cotidianos.
Me convierten —otra vez— en un arma perfecta.
Y cuando no estoy sangrando por dentro para volver a ser útil, Blanca me obliga, como si de una penitencia se tratara, a ayudar a los niñatos Turner con sus clases.
—Thaile, cariño, podrías apoyarlos un poco más, ¿no crees? —me dice Blanca en tono maternal, lo que, viniendo de ella, suena casi a amenaza velada.
Así que termino sentada en la biblioteca con Rosie y Nico, revisando ejercicios de álgebra y correcciones de ensayos que me hacen querer arrancarme los ojos.
O peor aún, escuchando los monólogos políticos de Roger.
Como ahora.
—Porque si analizas el crecimiento económico bajo un enfoque de inversión estatal... —bla, bla, bla.
—Ya cállate, por favor —le espeto sin piedad durante el desayuno, sintiendo cómo mi paciencia se deshilacha como una cuerda vieja.
Roger me mira como si le hubiera disparado.
—Oye, no seas grosera —protesta, hinchando el pecho como un palomo herido—. No se interrumpe cuando alguien está hablando.
—Es que pareces carretilla vieja sin freno —le contesto, rodando los ojos.
Él abre la boca aún más ofendido, toma una almendra de su plato de avena y me la lanza con precisión militar.
No me quedo atrás. Le tiro un pedazo de fresa de mi ensalada de frutas, directo a su cara.
—¡Niña salvaje! —grita, pero ya está riendo.
Yo tampoco puedo evitar sonreír, aunque intente ocultarlo.
Roger, terco como él solo, contraataca con un puñado de almendras que terminan enredándose en mi cabello.
—¡Estúpido! —me quejo, desenredándome con furia mientras Marc observa la escena como quien mira a un par de animales salvajes.
—¡Loca! —chilla Roger, doblándose de la risa.
—¡Inestable mentalmente! —corregimos Marc y yo al unísono, y eso es lo que finalmente rompe el hielo por completo.
Terminamos los tres riendo como idiotas.
Insoportables, sí.
Pero, de alguna manera, esa insoportabilidad empieza a convertirse en algo parecido a... hogar.
He empezado a comer mejor.
Mis manos ya no tiemblan al sostener el tenedor.
Las pesadillas se han atenuado desde que volví a dormir con Marc —aunque dormir sea una palabra generosa para describir lo que hacemos: él sujetándome como si pudiera mantenerme entera solo con su abrazo, yo aferrándome a él como si mi alma dependiera de su calor.

ESTÁS LEYENDO
Tras de ti
Gizem / GerilimElla tiene un objetivo: ir tras él. ¿Pero qué pasa cuando la leona empieza a compadecerse de su presa y comienza a verlo con otros ojos? Él, un político que está a punto de ascender junto a su partido, sin imaginarse que, a ciegas, le ha abierto las...