Bell es un habilidoso joven de 15 años que viaja a Orario para cumplir su sueño de ser un héroe. Allí, tras vagar por la ciudad sin ser aceptado por no ninguna familia, es acogido por la diosa Hestia. Desde ese momento comenzará la historia del mayo...
Bell avanzaba nuevamente a través de los niveles de la Mazmorra. Era su tercer día en ese lugar, y su cuerpo ya empezaba a mostrar los signos del sobreesfuerzo al que estaba siendo expuesto el cuerpo del peliblanco. Daba igual que Bell lograra dormir durante las noches de aquel lugar; el sueño apenas era reparador, pues aunque su fuerza física era restituida con el descanso y las pociones, el estrés mental acumulado tras convocar tantos hechizos le había pasado factura al peliblanco, aún a pesar de haber recuperado todo su maná. Apenas habían pasado dos semanas desde que surgió la magia en él por primera vez. Su tía le explicó en el pasado que cuando despierta el núcleo de maná en una persona, pasa un tiempo antes de que el cuerpo se aclimate al flujo de maná circulando por el cuerpo. Por ese motivo, las consecuencias físicas y mentales de un uso desmesurado de la magia poco después de despertarla podían ser devastadoras. Era un auténtico milagro que Bell pudiera seguir adelante, aún cuando su cabeza era acosada por el martilleante dolor que lo acosaba desde ayer.
Ignorando pues las molestias surgidas de forzar su núcleo de maná, Bell avanzó a través del bosque, siguiendo el sendero marcado por Lucero. Nuevamente, no había demasiada diferencia entre este nivel y los anteriores, a excepción de aquel pantano que dominaba la totalidad del sexto nivel. Un intenso y profundo follaje, altos y tupidos arbustos y zarzas que apenas dejaban ver el camino a unos metros delante de sus ojos, y árboles de todo tipo, altos y de gruesos troncos, cuyas copias estaban tan pobladas de hojas que formaban un tupido manto que impedían ver rastro alguno de cielo y apenas dejaban pasar algo de luz, sintiendo todo el bosque en una penumbra constante, roto de vez en cuando por algún resquicio de luz leve o por el luminoso brillo proveniente de su Guía Arcano.
No era sin embargo esto problema ya para Bell: En estos dos días, sus ojos se habían habituado a la escasa luz, y donde la visión fallaba, los otros sentidos de Bell reconocían el terreno a su alrededor, manteniéndolo en todo momento alerta a cualquier presencia inesperada.
Fue así como Bell vislumbró a la distancia unas figuras altas y de aspecto humanoide, que gruñían mientras avanzaban hacia él a gran velocidad. Bell percibió el peligro que se avecinaba, y desenfundó sus espadas, esperando la llegada de sus nuevos adversarios.
Con el pasar de los segundos, más y más gritos bestiales y gruñidos surgieron a su alrededor, un número muy alto según el cálculo de Bell, superior a cualquier grupo de monstruos anterior de cualquier de los otros niveles de la Mazmorra conquistados.
Al fin, ante un expectante Bell que mantenía sus espadas en posición de combate, aparecieron las primeras de esas criaturas. Unos seres de talla humana, ligeramente encorvados, con largas orejas y grandes narices puntiagudas, ojos de bestia y piel verdosa o grisácea, con tatuajes tribales por todo su cuerpo. De su espalda, surgían largos y puntiagudos pinchos, e iban armados con cachiporras de madera y otras armas de primitiva artesanía.
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Bell se sorprendió al ver a esas criaturas. A primera vista parecían goblins, pero no se parecían a ninguna especie vista antes por el peliblanco, ya fuera en el Calabozo o en el mundo exterior.