Capítulo 26

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Frente a Bell se encontraba la imponente figura de Godric, el Capitán de la Familia Guinevere, la Diosa de los Caballeros.

El peliblanco había pasado buena parte de la tarde cumpliendo asuntos propios, tales como comprar flechas para su nuevo arco, Ëolwyn, obtenido en la Mazmorra, así como arreglar su armamento dañado y repasar su uso del arco con la ayuda de Naaza, la única hija del dios Miach, que había usado un arco en su etapa de aventurera antes de perder su brazo.

Tras sufrir un intenso ataque de dolor en el pecho que Bell relacionó con los efectos adversos del uso excesivo de maná los días anteriores, el peliblanco se encontró cara a cara con el poderoso Paladín una vez se hubo recuperado.

El hecho de ver a esa persona frente a él provocó una marea de recuerdos en Bell, recuerdos en los que se mezclaban momentos felices y divertidos, pero con la preponderancia del dolor, el miedo y la tragedia. Pero sobre todo, la visión del Paladín fue el detonante de un revoltijo de sentimientos que empapó al chico, donde destacaban la culpa, el pesar y el arrepentimiento. No se sentía digno de dar la cara ante ese honorable caballero...

-Godric-san...- Todo lo que fuera a decir tuvo que esperar, pues sus instintos le advirtieron del peligro cercano, y a una gran velocidad que apenas pudo ser captada por el ojo humano, Godric desenvainó su gran espada, y se lanzó contra Bell, golpeando con su arma al chico con un gran y potente tajo lanzado hacia abajo.

El peliblanco apenas tuvo tiempo de reaccionar, y casi por instinto, pudo desenvainar a tiempo sus espadas y con estas cruzadas sobre su cabeza, detuvo a duras penas el mandoble del Paladín.

-Tch- La fuerza del impacto provocó una onda de aire, que se extendió varios metros, y obligó a Bell a doblar su cuerpo, sometido a la enorme presión del impacto, con sus brazos temblando de dolor, resistiendo como pudo la potencia recibida sobre él. Apenas podía contener el ataque, e incluso el suelo bajo sus pies crujió con fuerza, agrietándose ligeramente. En toda su vida, jamás había sido receptor de un ataque tan poderoso.
No obstante, al momento la presión cedió, y Godric retiró su espada, envainándola tras su espalda, mientras Bell se incorporaba, estirando su cuerpo doblado por la presión, y observando a Godric con confusión, pero alerta a cualquier otro movimiento del caballero.

-Veo que no solo tu cuerpo ha crecido, también lo han hecho tus habilidades de combate- Dijo el caballero con un tono de voz afable, pero que sonaba hueca a causa del yelmo que ocultaba su rostro.
El chico simplemente veía atento al Paladín. No detectaba ninguna intención asesina o sed de sangre provenir de él, así que relajó su postura, aunque no envainó aún sus espadas. Estas temblaban ligeramente en sus manos, pues sus brazos estaban aún entumecidos tras el impacto que se vieron obligados a detener, resistiendo un golpe más fuerte que el de cualquier monstruo que hubiera enfrentado antes. Y lo que era más significativo: El peliblanco estaba seguro de que esa no era toda su fuerza.

-¿Que hacéis aquí, Godric-san?- Preguntó Bell al cabo de unos segundos, intentando no cruzar su mirada con la del Paladín.

-Dos de mis compañeras de Familia y yo tuvimos que venir a Orario para reunirnos con el Consejo y tratar ciertos temas- Explicó Godric con voz serena -Íbamos a partir antes, pero por diversos motivos acabamos retrasando nuestra partida-

-Ya veo- Asintió Bell ligeramente cohibido, girando su rostro con expresión titubeante. Había oído como, en una misión de la Familia Loki en el Calabozo, habían sido atacados por unos monstruos planta, los mismos que atacaron a algunas de esas chicas durante la Monsterphilia, y que fueron rescatados por Godric y otros dos miembros de la Familia Guinevere.

Mientras hablaba, Godric, bajo su yelmo, frunció el ceño al notar la mirada esquiva de Bell. No era ajeno a la sensación taciturna y pesarosa del chico, presente en él desde que se encontraron.

La Leyenda del PretorianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora