Capítulo 48

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Cuando llego a los últimos pisos de la Mazmorra, lo primero que notó fue el frío, un frío intenso, sepulcral, nocivo. No era como el frío natural que podías encontrar en lo alto de las montañas, un frío que daba fuerzas al cuerpo del hombre, instándolo a buscar calor. Este era un frío antinatural que penetraba la piel y se clavaba en los huesos. Un frío que atenazaba el pecho con garras gélidas desde el interior de uno mismo.

El lugar que apareció está vez ante los ojos de Bell era distinto a todo lo visto en los ya dos días que llevaba en esa Mazmorra. Las paredes y techos eran más espaciosos y altos que anteriormente, y aunque había nichos ocupando el espacio de todas las paredes, el espacio entre ellos era mucho mayor que los estrechos pasajes que Bell había estado recorriendo.

Daba la sensación de que aquella parte de la Mazmorra había sido construida para acoger el lugar de descanso de gentes poderosas, como demostraban las exquisitas tallas de los féretros de mármol, y muchos de ellos, entreabiertos, dejaban ver joyas...

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Daba la sensación de que aquella parte de la Mazmorra había sido construida para acoger el lugar de descanso de gentes poderosas, como demostraban las exquisitas tallas de los féretros de mármol, y muchos de ellos, entreabiertos, dejaban ver joyas y otros objetos de valor en los cuerpos momificados de los que allí reposaban.

Pero dejando de lado el ruinoso y decadente lujo de aquellas tumbas, una sensación de peligro inundaba aquel lugar, uno que superaba a todo lo anteriormente visto. Cada centímetro de su piel estaba recorrido por un escalofrío continuo, que mantenía a Bell en continua alerta. Esta vez, aprovechando el mayor espacio, decidió ir a seguro y empuñó sus dos mejores armas, Arciel e Ignion. Fuera lo que fuera lo que allí fuera a enfrentar, era mejor disponer de su mejor armamento, ahora que podía.

Aún así, había decidido probar una cosa, sabiendo que la oscuridad me impediría percibir a los enemigos cercanos. Aún empuñando sus espadas, Bell invocó su arco, Ëolwyn, y lo colgó de su espalda. Su idea era probar si al portarlo, aunque no fuera entre sus manos, pudiera usar la habilidad de rastreo, Wild Hunter, para así ampliar sus sentidos y percibir los ataques enemigos antes de que le pillaran desprevenidos.

Y para su alegría, aunque no al nivel esperado al empuñarlo entre sus manos, Wild Hunter se activó, y sus sentidos fueron agudizados, sin alcanzar el rango habitual, pero era suficiente con esto por ahora.

-Master, tengo miedo...- La pequeña Guía Arcana, que lo guiaba en medio de la oscuridad que reinaba por doquier, se acercó más a Bell, con su brillo parpadeando intermitentemente, simulando un temblor asustado

-No te preocupes, quédate a mi lado, estoy aquí contigo, yo cuidaré de ti- Dijo Bell observando a Tyaris con una sonrisa confiada y tranquilizadora, que consiguió calmar en parte al ser arcano.

Con sus espadas colocadas en posición de ataque, el albino siguió avanzando con cuidado, decidido además a comenzar a usar su magia una vez aparecieran los enemigos. Debía racionar el uso de maná lo más que pidiera, teniendo en cuenta que solo disponía de doce pociones de mente.

Pasado unos minutos, una sensación de peligro cercano puso en alerta a Bell, seguido de unos sonidos simates a gruñidos que sus oídos mejorados captaron desde las sombras.

La Leyenda del PretorianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora