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Tal y como lo había dicho, ya se encontraba sentada en su lugar en la barra en un día tranquilo en la taberna. Llevaba sentada más de treinta minutos en los cuales solo charlaba con Peter en espera de la aparición del chico tres años mayor que ella.
—Debe de haber pasado algo —habló el joven cantinero con el que había estado hablando desde su llegada.
—Espero que nada malo.
—¿Por qué lo dices en ese tono?
—Por nada.
Concentró su mirada en el vaso con agua frente a ella pensando en el día anterior y la visita exprés de Cormac desde las afueras de la taberna. Le molestaba sentirse vigilada por alguien que es ajeno a su circulo de convivencia. Él se creía con todo el derecho de decirle con quien debe de estar y con quién no y eso no es algo que iba a permitir ni siquiera de las personas que la conocían bien. Desde que Cormac se había vuelto más insistente llegó a pensar en muchas formas de deshacerse de él, una de esas era golpearlo, pero luego supo que ni eso lo detenía, fue cuando supo que su única opción sería que alguien lo matara o incluso ella misma llegó a pensar en asesinarlo mientras duerme, luego de encargarse de sus hombres que lo vigilan como si fuese el mismísimo rey.
Levantó la mirada encontrando los ojos curiosos de su amigo, quien parecía no querer dejar el tema de lado sabiendo de más que algo le preocupa y él quiere saber que es.
—Cormac me detuvo el otro día cuando iba a casa —comentó al fin.
—¿Y que es lo que quería?
—Me amenazó, está molesto conmigo por aquel día y claro, por hablar con Levi.
—Tiene muchos enemigos por la ciudad, alguno de ellos se encargará de él tarde o temprano y entonces no volverá a molestarte.
—Eso espero, me fastidia el solo nombramiento de su nombre —gruñó con disgusto—. Es la primera persona que logra enfadarme con solo un segundo de su presencia.
—Apuesto que no solo tú tienes esa reacción con él.
—Peter, ve a atender la mesa de allá —señaló su padre para que se fuera y así el poder tomar su lugar detrás de la barra—. Escuché lo que le dijiste.
