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Las noches en la ciudad subterránea eran muy diferentes a lo que se puede experimentar en la superficie, no podía verse el cielo que indicaba las partes del día ni la luz natural. No muchos se atrevían a dar un paseo nocturno por el temor de encontrarse con alguno de los ladrones o estafadores de la ciudad y curiosamente eran esos mismos los que podían andar libremente por las calles.
Furlan le había hecho diferentes comentarios resaltando su mal humor, diciendo que actuaba más irritante de lo normal y sabían la razón, aunque él no la aceptara en voz alta. Salió de su casa cerca de la media noche dejando a su amigo a solas para no oír sus comentarios que solo empeoraban su humor. En medio de su caminata escuchó un grito de dolor no muy lejano de dónde se encontraba. Supuso que algún ladrón estaba haciendo su trabajo, pero un mal presentimiento le impidió irse e ignorar lo que sea que pasaba.
Suspiró caminando hacia el lugar de donde aseguraba salió aquel grito. Mientras más se acercaba podía oír ruidos de pelea confirmando que era algún trabajo del que algún ladrón se estaba encargando. Cuando el ruido cesó entró al callejón con poca iluminación viendo en el suelo un cuerpo rodeado de sangre y con una navaja clavada en el pecho. En un comienzo no logró reconocerlo, hasta estar lo suficiente cerca para darse cuenta de quién se trataba y fue entonces cuando se percató de la otra persona en el suelo. La identificó de inmediato acercándose rápidamente para asegurarse de que estuviera al menos respirando.
—Grace —pronunció su nombre en espera de que ella reaccionara con el llamado—. Grace, despierta —ordenó tomando entre sus manos el rostro de la chica.
Observó la herida en su cabeza, de la cual brota sangre con menos intensidad que antes de su llegada. Pasó su mirada de forma rápida por su cuerpo buscando alguna otra herida severa, pero no había señales de alguna otra. Dirigió su atención al cuerpo sin vida de Cormac, molesto por el estado en el que encontró a Grace.
—Tienes suerte de estar muerto, pedazo de mierda —murmuró con la furia notable en su voz.
Se levantó tomándola con cuidado entre sus brazos. Dejarla no era una opción para él, mucho menos sabiendo que si los hombres de Cormac la encontraban junto a su jefe ahora muerto, le harían daño. Se apresuró a llegar a casa golpeando la puerta con la punta de una de sus botas en espera de que Furlan atendiera y lo hizo en cuestión de segundos.
