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Desperté al día siguiente en mi habitación, extrañamente decepcionada por amanecer sola en mi cama. Realicé la rutina que hago en todos mis días normales y al estar limpia y vestida salí de mi casa.
Las personas en las calles parecen estar un poco más tranquilas al haberse deshecho de Cormac, al menos los comerciantes que soportaban las tarifas que el ponía para no dañar sus negocios y que las perdidas fueran inmensas. Llegué a la taberna yendo directo a la solitaria barra donde solo está Nil en espera de algún cliente recién llegado para atender.
—Hola —saludé al sentarme frente a él.
—¿Dónde te has metido en estos días? —reclamó con el ceño fruncido y una mirada de papá regañón.
—Estuve ocupada con cosas en casa.
—¿Te has enterado de todo lo que ha pasado en estos días? —tragué de manera nerviosa sin estar segura a lo que se refiere.
—¿De qué?
—Cormac, fue encontrado muerto en un callejón hace unos días.
—Ah, claro, sí, lo sé. Me enteré. Ya sabes, las noticias malas vuelan rápido.
—Sí. Sus hombres vinieron ayer, creen que nosotros tenemos algo que ver en eso. Nos amenazaron.
—Pero, ¿Por qué?
—Por los problemas que tuvimos con él en sus últimas semanas de vida —apreté los labios sin querer decirle la verdad—. Grace —me llamó—. ¿Hay algo que no me estás diciendo?
—¿Por qué crees eso? Sabes que soy sincera contigo en todo momento —él acercó su rostro al mío con los ojos entrecerrados poniendo presión para que hable.
—Luces un poco rara. ¿Qué te ha pasado en la cabeza? —señaló mi herida aún cubierta por una gasa.
—Nada, solo me caí y me golpeé con un mueble en casa, estaba limpiando y fui torpe.
—Que raro, no recuerdo que seas torpe.
—Porque no me has visto en casa.
—Grace —advirtió.
—Yo lo maté —confesé irritada por la inasistencia—. ¿Estás feliz?
—¿Cómo que tú lo mataste? —susurró en forma de un grito bajo para que nadie más escuche.
