Capítulo 2: Recuerdo

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Suecia
6:35 am

JUNE

La luz del sol golpea mi rostro en la mañana y otra vez olvidé cerrar las cortinas. Me estiro en las sábanas y me lavo la cara, los dientes y con ropa deportiva voy a ejercitarme.

A veces me siento en un limbo, sin saber de qué lado debo caer, si estoy haciendo bien las cosas, entonces solo me agarro fuerte de la soga negada a soltarla y caer a ningún lado. Forjando mi propio camino hasta salir de ese horrible oscuro lugar.

Mi mente se pierde cada tanto, algunas veces me cuesta volver. Mi cabeza duele, las migrañas son horribles de esas que no se calman y termino llorando de tanto dolor. El sol brilla en mis hombros sobre mi sudor y cuando el aire me falta me detengo y apoyo mis manos en mis rodillas para volver a conseguir oxígeno.

Me siento en una nube, alejada del mundo, respirando por las heridas que no sé cuándo pasaron, y alimentándome de recuerdos borrosos. El llegar a casa cada día se siente como un encierro en que mi cabeza empieza a trabajar haciéndome pasar noches en vela. Sintiendo que vivo en una incertidumbre constante.

Freya, la enfermera, se encuentra en la sala con el desayuno listo para mí. Me toma la presión arterial, la fiebre y nos deja desayunar para salir otra vez en la tarde a dar una vuelta en las hermosas calles suecas.

El sol está brillante sobre nuestras cabezas y me planto frente al lago viendo a la gente hacer de las suyas, paseando, ejercitándose, pasando el día con sus familias.

Mi cabeza comienza a doler por tanto sol y tomo la gorra que me pasa Freya para reposar en mi cabeza.

—Toma—me da mi jugo de vitaminas y me lo bebo de un solo trago mientras me siento en un banco frente al lago. Me gusta venir aquí, la vista es preciosa y el ambiente que se respira me tranquiliza de los ataques que me surgen de la nada sin razón alguna. El viento hiela mis huesos sin dejarme sentir y la bella vista aparta la oscuridad de las imágenes que se reproducen en mi cabeza.

Nunca pude ser alguien que esté quieta demasiado tiempo. Siempre tenía algo que hacer, hice cursos de todo tipo de actividades, nunca duré demasiado en ninguno, pero siempre estaba ocupada. En esos momentos, mi cabeza siempre estaba girando, y ahora…ahora solo hay blanco. No hay nada.

Bajo la mirada cuando la niña de ojos verdes, pecas y cabello castaño se me plantó enfrente con una rosa en las manos. La flor está partida a la mitad y los pocos pétalos terminan de caerse cuando me la extiende.

—Ates estaba bonita, pedo hemanito la aduino.

Sonrío y acaricio su cabello agarrando la rosa bastante fea. La siento a mi lado y se pega a mi costado.

—Todo tiene una belleza particular, solo hay que saber mirarla. Observa —pongo la rosa frente a nuestros ojos con el contraste del lago y el parque detrás —¿Lo ves? Así no está fea.

—Linda.

—Linda —repito y su mellizo llega con un ramo entero, su sonrisa se expande por sus labios marcando los hoyuelos.

—Quita eso, eto etá mejor —agarra mi rosa y la tira para dejarme el ramo sobre las piernas, me sonríe orgulloso y sus ojos brillan con el contraste de sus pecas en sus pómulos— ¿Te usta, mami?

—Me encanta, pero las de Megan también valen, Aedan— hago que la recoja del suelo y se sienta del otro lado, los rodeo con mis brazos y se pegan a mí mientras miramos al frente.

Lo único que sé es que desperté en un hospital, embarazada y no recordaba nada de los últimos años. Dicen que tuve un accidente en moto, estaba embarazada de mellizos y casi los pierdo, pero por lo que me contaron me había aferrado a mi vientre durante el accidente y eso logró hacer que el impacto fuera directamente a mi cabeza. A veces me pongo a pensar qué hubiera pasado si no los hubiera protegido con mi vida, tal vez tendría memoria, pero no tendría a mis hijos. Y entonces es ahí cuando confirmo que no cambiaría nada con tal de protegerlos

Ni Que Fuera Por El Destino [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora