Capítulo №9

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Apoyo la cabeza en la almohada y sonrío con mis ojos aún cerrados. A través de mis párpados se filtra la luz que entra por el ventanal, es blanca y delicada, al igual que el aroma fresco que habita en la brisa. La cama se siente suave, tibia y perfecta. Cuando abro los ojos y me estiro relajándome, la perfección se materializa ante mí. Se encuentra envuelta en una toalla y cepilla su cabello frente al espejo, cuando me ve por el reflejo, sonríe.

—Muero de hambre —habla risueña.
Yo apenas levanto la cabeza de la almohada y sonrío.

—No tengo energía ni para levantarme —contesto—, te la has llevado toda anoche —Ríe bajo.

Se pone de pie y viene en mi dirección, se quita lentamente la toalla dejando ese perfecto y desnudo cuerpo a la merced de mis ojos. Una de mis partes favoritas es el valle entre sus senos, y el de su vientre. La manera en que camina y en la que toma posesión de mí.

Sube a gatas a la cama, su cabello cae por los hombros y se desliza con facilidad, sus ojos se ven muy blancos y descansados, me hipnotizo viendo cómo muerde sus labios, hinchados y rosados. Justo cuando se sube sobre mí, desnuda y con mi desnudes latente, es que siento su aroma, no hay algo más hermoso y embriagador que eso. Besa mi pecho, acaricia mi mejilla y clava sus pícaros ojos en los míos.

—Eres hermoso —susurra y acaricia el perfil de mi rostro, hunde sus dedos en mi cabello y me obliga a cerrar los ojos por el placentero tacto.

—Nada comparado contigo —contesto y siento su abrazo.

Se hunde en mi cuello y ahí se queda. Mis manos suben y bajan desde su nuca hasta su cadera.

—¿Crees en Dios?

Esa pregunta casi nunca me la han hecho. Y menos ella. Se aparta, se pone de lado y me observa, espera mi respuesta.

—Sí, creo en Dios, pero no me gusta molestarlo con mis pendejadas —contesto y suelta una pequeña risa—. ¿Y tú? —pregunto. Sujeto el mechón de cabello que cae por su ojo izquierdo y lo enrosco en mis dedos. Es suave como la seda.

—Sí, creo. —Con su dedo traza las línea de la estrella tatuada en mi hombro y la observa—. ¿De qué otra manera habría tanta perfección? —bromea tocando mi mentón y bajando por mi cuello.

—¿Crees en la perfección? —consulto un poco desanimado.

—Sí, es cuando hay felicidad.

La observo fijo, pero ella a mí no, quiero decirle que si una depende de la otra, conmigo nunca será feliz. Pero ¿por qué arruinar esto? Ella lo notará sola, seré el que sostiene el velo. El verdugo de su realidad.

El día amaneció helado, hasta respirar duele, pero cuando el sol comienza a salir, y da en los picos de los edificios, todo se pone más agradable. Mi cuerpo se mantiene en constante movimiento, pero aún así siento calambres. Me recomendaron dejar el gimnasio por un tiempo, es preferible que haga ejercicios al aire libre, que a mi cuerpo y mente le hará mejor.

A veces creo que mi doctor y Bill se han puesto de acuerdo, porque es lo que el último siempre ha querido, que salga de las cuatro paredes, que me integre a la vida, que socialice más. Y aunque no está tan mal, me irrita un poco con el contacto permanente de las personas.

Me detengo frente a la reserva de costanera sur, observo a las aves y el brillo del río a lo lejos. A mi alrededor está todo lleno de palomas y feriantes. Bebo agua y luego de unos minutos para recuperar el aliento, emprendo la caminata que me lleve a casa. Debo ducharme e ir al trabajo. Pero antes voy a hacer una parada importante. 

Sempiterno Caos #3 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora