Capítulo №14

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Agua, siempre acudo a ella, me tranquiliza, calma mi agitado interior y da vida a mi capa externa, esa que parece muerta. Mi madre también amaba el agua, tanto que murió en ella, me sumerjo durante mucho rato, me pongo a prueba hasta donde pueda aguantar, desde niño quiero saber qué sintió mi madre al morir.

Cuando siento que me explotará el pecho por aguantar tanto tiempo debajo, emerjo. Me sujeto al borde de la piscina como si mi vida dependiese de ello y respiro hondo. Necesitaba nadar, lo extraño.
A la distancia observo a las chicas de la clase, dentro de otra piscina, no dejan de chillar y llamar la atención. Creen que las miro, pero en realidad deseo que se queden mudas por un rato. Pedí la piscina para mí sólo y me jodieron por otro lado con tanto ruido.

Decido salir, el momento que evitaba. La toalla está demasiado lejos y traigo los pantalones muy pequeños, esos que dejan ver a la perfección lo que guardan. Hace mucho no siento pena o vergüenza, y los silbidos y comentarios hormonales no ayudan para nada a que termine por tropezar y caer al suelo.

Ni siquiera me ducho, simplemente me visto y huyo, ya es tarde y debo alistarme e ir a la oficina. Por desgracia mi padre ha regresado de su crucero del amor y viene a romperme las malditas pelotas. Sé que está molesto porque no pude trabajar como correspondía por mi mano. Pero no es como que lo hubiese hecho a propósito, tampoco Julieta.

Lo primero que hago cuando llego a mi oficina es beber un café cargado y 'meditar' para relajarme. Hacer yoga está ayudándome a controlar mis porquerías, también es un ejercicio sano para que —con todo lo que estoy tragando como bestia y la famosa angustia oral—, no engorde y sobrepase los cien kilos. No tengo permitido hacer deporte, y mi mano no me ha dejado hacer nada más que lo básico, como la PC, bañarme y tomar ciertas cosas con cuidado.

Y no, no he podido masturbarme.

Lo llevo bien, Bill dice que estoy en el momento de mi vida, que ve futuro en mí. Progreso. Que él esperaba un pozo depresivo, malos ratos y demás cosas que suelen pasarme. Y la verdad es que a mí también me sorprendió, esperaba el mismo fin. Pero luego de muchas horas de pensar mirando al techo, llegué a la conclusión de por qué no me he tirado por el balcón, y es que, a diferencia de otros momentos, no me siento en desventaja, es decir, que Julieta esté cerca me permite estar tranquilo. Si hubiese vuelto a la Costa, creo que me sentiría sumamente abandonado.

No digo y supongo nada, las cosas están claras, pero levantarse en la mañana y saber que está a pocos kilómetros, o simplemente observarla unos momentos al día me dan la gota de tranquilizante que necesito. No estoy actuando como un psicópata, ya no la espío desnuda o durmiendo en su habitación, simplemente me acerco, hago lo mismo que el resto de los individuos hacen a su alrededor.

Sí, la acoso. Pero supongamos que no.

El otro día en el centro comercial por poco me descubre, me distraje un segundo para encender un cigarro y la perdí de vista, cuando la encontré la tenía enfrente y por poco la choco. Y no habría explicaciones válidas, era el departamento de lencería. Además Julieta sabe que me encanta observarla, a veces me pregunto si lo nota y hace de cuenta que no.

Respiro hondo y golpeo en la oficina de Satanás, me da el paso e ingreso.

—Buenos días, hijo —saluda contento y se pone de pie.

Viene a mi encuentro. Está muy bronceado y en su rostro se nota la felicidad, ha tenido sexo todos los días. Hijo de puta.

—Hola. ¿Qué tal?

Tiene intenciones de darme un abrazo, veo la duda y el miedo a mi rechazo, así que me estiro y le doy un medio abrazo. Del mismo grado impersonal que cuando saludo al jardinero, o al de la limpieza del gimnasio. Y parece que con eso se conforma.

Sempiterno Caos #3 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora