Capítulo №43

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Ethan quiso ir al pueblo en moto, y aunque hace un poco de frío me agradó la idea. No usamos cascos por ser zona tranquila, y ahora comprendo lo que Et tanto ama de aquí. Las calles son todas empedradas, pero el camino es el único asfaltado, a sus lados hay campos, terrenos llenos de animales y árboles con grandes casonas a la distancia, el sendero es custodiado por eucaliptos inmensos que hacen un ruido increíble por el viento. Los rayos de sol te dan en el rostro aliviando el frío, y puedo decir que es una experiencia hermosa.

Eso y que a quien esté aferrada sea Et. Prácticamente voy montada en su espalda y sujeta fuertemente a su cintura, aprovecho y me embriago oliendo el perfume de su cuello, sé que le hago cosquillas con mi nariz, pero no puedo evitarlo.

—Quiero vivir aquí siempre, contigo —susurro en su oído.

—Nunca he sido más feliz que ahora, castaña.

Cierro mis ojos y apoyo mi cabeza en su espalda. Sonrío feliz, pero no digo nada más, no hay nada más qué agregar. El pueblo es una ciudad normal, pero aquí nada es tan novedoso o llamativo como la capital, tampoco es un mundo de gente. Es demasiado tranquilo y por lo que noto, también es seguro. Ethan deja la moto sin el candado ni nada. Ingresamos al mercado y me sorprendo al ver lo grande que es. Góndolas interminables y rebosante de mercadería.

—No hay nada de todo esto en la casa —comento mientras pasamos por las conservas.

—Es que sólo hay para que yo cocine o que lo haga la señora. Compro carne, verduras y fideos. Nada más.

—Pues a mí me gusta cocinar de todo —aviso.

—Por mí no hay problema —acepta él—, al contrario, feliz de que quieras cocinarme.

—En casa debía cocinar siempre —cuento mientras elijo las cosas—, Tobías limpiaba y lavaba platos, y luego cuando él se mudó aquí y yo me quedé allá también cocinaba, pero como mi papá tenía nueva pareja era más suave el trabajo.

—¿Cuándo hablarás con tu mamá? —consulta Et.

Suspiro.

—No sé si quiera hablar con ella —confieso—, sé que no tiene la culpa, pero yo tenía menos que ella, era un bebé.

Tomo latas de tomate, arvejas y maíz. También tomo legumbres, arroz, fideos, pastas, y toda la comida que me gusta preparar y que quiero que Et coma. Me gusta cuando sube de peso.

—No me gusta meterme —comenta Et acercándose a mí, poniendo su carro junto al mío—, pero creo que si has hecho las pases con tu padre, por lo menos deberías hablar con ella.

—No lo sé —confieso.

—Tómalo o déjalo, sabes que no me gusta presionar y mucho menos repetir las cosas. Pero mira quién te lo dice: hablar soluciona mucho las cosas.

Pica mi nariz y sigue caminando. Por un momento le doy la razón, y luego siento algo amargo en mi garganta. Pero trago y sigo, no voy a dejar que la culpa me quite la alegría.

Obviamente llenamos los changos para no tener que venir en buen tiempo y pedimos que lo lleven a la casa. A la salida caminamos por la acera de la avenida principal, hay lindos locales, pero no les presto atención, es más llamativo Ethan con su chaqueta de cuero y sus gafas de sol. Me lleva de la mano y siento como si levitara. Es un muñeco de torta comestible, y hablando de esto, van varios días en que no le doy un mordisco.

—¿Vamos para la casa? —consulta cuando llegamos a la moto—, van a llevar las cosas y no estaremos.

—Claro —accedo.

Pero justo cuando voy a subir junto a él, al otro lado de la calle veo algo hermoso. Es como un pequeño parque, hay agua y una gran cascada.

—¡Mira, Et! —le señalo—, se parece a la tuya.

Sempiterno Caos #3 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora