Capítulo №20

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Una sola vez en mi vida experimenté el miedo, esa sensación de que el aire se estanca en tu garganta, se forma un bola y no te deja respirar. Te ahogas, te desvaneces, y pierdes el control. Ahora mismo me siento así. Con mi vida en las manos de alguien más. Es como la balanza de la justicia, no decides, alguien lo hace por ti y está dispuesto a juzgarte. Quiero hablar pero tartamudeo. Ver a Julieta con mis cartas en sus manos y toda la evidencia de mi crimen mental, me desestabiliza. Ahí está todo, soy esos papeles que escribí día a día durante 4 años.

—¿Qué es? —pregunta con preocupación, también algo de curiosidad e inocencia.

—No lo abras —pido como si de una bomba se tratase. Ella frunce su ceño y la preocupación comienza a predominar en su rostro—. Son cosas mías, muy personales, no puedes verlas. Son mías...

—¿Por qué tienen mi nombre? —consulta con paciencia y vuelve a tocarlas, haciendo que se me corte una vez más la respiración—. ¿Son cartas?

—No. Son memorias, son palabras que llevo años escribiendo —explico y doy un paso hacia ella.

Pero corre la caja a un lado, como si fuese a impedir que se la quite.

—¿Por qué mi nombre? —presiona.

Arde mi cabeza, se me seca la garganta. Me pican los ojos.

—Porque me dejaste muerto en vida y te odiaba —confieso con temor y bajo mi vista.

Sé que tal vez no es lo que quiere oír, no es lo que corresponde. Pero no puedo callarlo, es la verdad. Traiga la consecuencia que traiga, existe.

—¿Qué dicen? —inquiere con miedo, no la veo a la cara, pero sé que está llorando.

—No quieres saberlo —aseguro.

—¿Y si quiero?

Levanto mi rostro y la miro a los ojos.

—Yo no quiero. Nadie las ha visto, son sólo para mí —determino.

Julieta deja de verme y observa el interior de la caja. Pasa saliva y sé que le arden las manos por tomar las cartas y leerlas. Y por más que puedo acercarme a prisa y quitárselas, dejo que ella decida sobre mi voluntad. Me sentiría muy decepcionado si a pesar de saber que no quiero que las lea, lo hace.

—No confías en mí —susurra triste.

—No es eso, es que no puedo, no puedo, Julieta. Es como un diario íntimo, es solo para mí —Su mirada se torna vidriosa, a punto de llorar y es claro el motivo—. Atravieso demasiados cambios, no puedo con todo —confieso cansado.

Aún arrodillada en el suelo, asiente y me da una mirada comprensiva. Hasta veo el atisbo de una pequeña sonrisa. Algo que realmente me desconcierta, esperaba que se enojara y saliera de aquí como si se la llevasen los demonios.

—Lo entiendo —concluye.

De repente me dan ganas de acercarme y besarla, de agradecerle el gesto de amabilidad y comprensión, lejos de juzgarme como esperaba, sino que me da la contención que siempre quise de su parte. Me arrodillo junto a ella y cierro la caja. No es una decisión final, simplemente no soportaría que vea todo eso en este instante.nQuiero que siga mirándome como ahora, como esa mirada que hace mucho no veía.

—Sé que no merezco tu comprensión —admito—, pero te agradezco que me trates así... —Acomodo su cabello detrás del hombro y toco el perfil de su mandíbula.

Asiente afirmando la respuesta y luego se me queda viendo. No sé qué piensa, se la ve paciente, pero también cansada. Y es algo que no quiero.

—¿Qué compraste de desayunar? —consulta interesada y cambiando de tema.

Sempiterno Caos #3 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora