Capítulo №31

158 32 3
                                    

La primavera está cerca, se siente en el viento que entra por la ventanilla del auto, el verde, las flores, la aves... Siento como si estuviese despertando de un largo sueño. Como si recién ahora estuviera viendo las pequeñas y hermosas cosas del mundo. Tal vez mi visión ha cambiado, yo siento que he cambiado, y ella lo ha hecho posible.

Los días son de cuarenta y ocho horas, interminables, agotadores y aburridos, pero la energía y la motivación están presente. El final del día tiene sentido, el mañana vale la pena. La verdad es que nunca me había sentido así, tan vivo y lleno de ilusiones, preparado para todo, deseando que el espacio entre ambos sea cada vez más estrecho.

Según Bill, he perdido el miedo a demostrar sentimientos, estoy abriéndome, amando y sobre todo, confiando. Mi mayor problema era la falta de confianza, tanto en mí como en el resto. Eso me lleva a querer lo que todo el mundo quiere, un compromiso, una vida junto a alguien, una familia, un hogar, perros, cosas normales.

Pero cosas como éstas, de las cuales no sabes cómo afrontar o escapar, te alejan de ello. Sabes cuando algo que quieres hacer para bien, a fin de cuentas será para mal. Que en algún momento del futuro te embarrará las cosas. Pero aún así, sabiendo que eres una pobre liebre a punto de salir del hueco y ser presa del lobo, asomas la cabeza.

—¿En qué puedo ayudarlo? —consulta la recepcionista detrás del mostrador.

—Estoy buscando a la familia Sanders.

—Pasillo tres, planta baja. Es en la sala de la morgue.

Con un simple asentimiento me retiro. No puedo evitarlo, el estomago se me revuelve, es una angustia terrible y ganas de llorar. Y no es por el fallecido en sí, sino por revivir un recuerdo tan horripilante como el de la muerte de mi madre. Pensé que nunca estaría en esta parte de un hospital nuevamente.

Al llegar la muerte se siente en el aire, el dolor en las miradas, el sufrimiento y la agonía. Y ahí está ella, abrazada a sí misma, llorando como nunca antes la había visto, sufriendo. Y me duele porque sé lo que siente. Me acerco despacio, evitando hacer ruido y perturbar a los presentes. Asumo que más familiares, aunque me sorprende que no esté su padre.

—Meg —me anuncio cuando llego a su lado y me arrodillo frente a ella.

Nada más verme me abraza con fuerza y rompe a llorar aún peor. Le duele, le duele como la mierda. Tiembla y no para.

—Tranquila, lo siento, Meg.

—Agonizó, lloraba de dolor —farfulla por el llanto.

Y eso me ablanda, mi madre también agonizó y sufrió. Buscando consuelo a mi dolor interno también la abrazo fuerte.

—Ahora estará mejor —aliento.

Aún seguimos en el suelo, y ella sigue aferrada a mí. A nuestro alrededor todos están igual.

—¿Y tu padre?

Ella por fin se aparta, y cuando me mira a los ojos, vuelve a llorar.

—Está en terapia intensiva, acaba de ser llevado tuvo un infarto cuando dieron el parte, ¡y no me puedo mover de aquí! —Se queja, sujeta el cuello de mi chaqueta y me mira a los ojos—. ¡No quiero perder a mi papá también! —exige como si estuviese en mí poder salvarlo.

—Estará bien —prometo y acomodo su cabello revuelto—. ¿Quieres ir y yo me quedo a esperar aquí?

—¿Estás seguro? —pregunta preocupada, ella sabe mi temor a este lugar.

—Sí, ve.

—Gracias —farfulla y se limpia el rostro.

Nos ponemos de pie y mientras tomo asiento, ella se va hacia donde está su padre. Yo cierro mis ojos, apoyo mi cabeza en la pared e imagino que no estoy aquí, a pocos metros de esos cadáveres, sino que sigo conduciendo, que me alejo. Que no pienso en mi madre y revivo su dolor.

Sempiterno Caos #3 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora